viernes, 23 de abril de 2010

Sevilla rota en el agua


En algún sitio leí que un hombre, después de su propia vida, lo más hermoso que puede regalar es una lágrima. El Juli se cosió el corazón a los machos con esa máxima en la tarde del 16 de abril, erigiendo sobre una peana de albero y diluvio el toreo eterno, profundo como las raíces del mundo; sincero como el vino oscuro que apuramos de noche; generoso como el beso que no se pide; sabio como una voz muy antigua; perfecto como la caricia de algún dios sobre la tierra; hondo como el cante y el quejío; verdad como la carne y la sangre; puro como la sonrisa de un niño; luminoso como el lino de la sábana después del primer amor.

Regalando vida, muriéndose a raudales; secándose por dentro, escapando en lágrimas, esculpiendo bronce sobre el agua.

Lo vimos siendo un niño, hecho un tío de apenas quince años, comiéndose el mundo a mordiscos. Lo vimos hecho un hombre derrumbándose como un niño, después de mostrarse como un titán que sostuviese el mundo con pulso de seda. Lo vimos abrir las puertas con la llave del misterio, con los secretos del toreo bordados en sus carnes, madurados como una fruta en sus venas, en sus tripas, en sus ojos, en el diálogo silencioso y clamoroso de tú a tú con los del Ventorrillo.

Lo vimos romperse en la mitad de abril, mientras Sevilla se calaba hasta los tuétanos bajo los paraguas. Sevilla empapada en el tendido rugiendo olés, admirada, casi incrédula, entregada a la pasión después de la Pasión, firmando la resurrección y la vida en cada gesto, en cada muletazo. Sevilla rota con el torero roto que nos hizo llorar porque lloraba.

Acaso era emoción pura, y no lluvia, lo que caía sobre el albero.


(La foto, agua y albero, es de Matito)

domingo, 18 de abril de 2010

Son belleza. Son arte.


La Junta de Castilla y León acordó a finales de marzo la concesión del Premio de las Bellas Artes 2009 a Santiago Martín ‘El Viti’, en reconocimiento a su trayectoria en el mundo del toro. De esta forma, el irrepetible diestro salmantino -que paseó el nombre de su tierra por las plazas de todo el mundo con su toreo hondo, puro y sin concesiones- se convierte en el primer torero de la Comunidad que accede a esta distinción.

Fue la Diputación de Salamanca, con la unanimidad del PP y del PSOE, la que elevó la candidatura de Su Majestad ante el gobierno regional, en reconocimiento a esa ‘encina clavada en La Maestranza’, como lo inmortalizase con sus letras geniales el maestro Navalón.

De esta forma, la Comunidad se suma al reconocimiento que ya en 1997 hiciera el Ministerio de Cultura del Gobierno de España, cuando le fue concedida la Medalla de Oro de las Bellas Artes. De las Bellas Artes; del arte y de la belleza, valores de los que el mundo del toro va sobrado, desde que nace un becerro en el campo hasta que lucha, muere o se gana la vida en la plaza.

Paradójicamente, el arte de Cúchares (me resisto a tildarlo de fiesta, sin más) sigue encuadrado en el epígrafe de Asuntos Taurinos, adscrito al Ministerio del Interior, sin que se de un paso al frente para declararlo bien cultural y universal, aunque los toreros sean condecorados por otro ministerio, el de Cultura, que debería tutelar sin ambigüedades todo lo relacionado con la tauromaquia.

En una época de ataques indiscriminados, de persecución políticamente correcta a todo lo que se encuadre en el orbe taurino; en una época en la que militas o no militas en la religión del toro, choca que las administraciones públicas reconozcan el valor cultural, el gesto de los hombres que se la han jugado en el albero, sin más engaño que sus propias carnes por delante y un trozo de trapo, aunque ninguna institución diga un ‘coño’ claro al respecto.

Quizá deberían plantearse, por coherencia, condecorar a los toreros en la fiesta de los Santos Ángeles Custodios y cambiar el brillo de sus trajes de luces por las doradas botonaduras de los uniformes policiales, hombres que se la juegan en otras plazas y con otros toros más prosaicos.

Quien lo entienda, que me lo explique.

jueves, 25 de marzo de 2010

En el nombre del padre


Tuvo que ser Sevilla, quizá porque en su albero brotan cruces cuando llega la primavera, como pasa en mi tierra, donde hoy mismo Cristo subirá nazareno y oro, como los buenos toreros, hasta la Catedral, para abrir la puerta de los días santos abrazado al madero sin cuestionarlo.

La cara y la cruz, el sacrificio del padre, las imperceptibles espinas en las sienes, el sudor y la lágrima a punto del precipicio, resbalando, doliendo, escapando de tanta piel herida. La emoción en los ojos, el invisible cordón de sangre y corazón entre dos toreros, dos tiempos, dos generaciones. El toreo eterno. Aromas del árbol cuajado de frutos, árbol en flor que resucita cada primavera cuando hunde sus raíces en el albarizo.

En el nombre del padre.

La ternura en los dedos que separan el postizo como quien arranca un corazón latiendo sin poder remediarlo, como quien separa una isla de la tierra y la deja perdida en medio de la nada, en medio del mar, entre la tierra y un dios ausente. Pelo en los dedos que no duele, el corazón sangrando entre los dedos, los tendidos rugiendo conmoción y respeto, incrédulos, ensimismados, en el instante de silencio que precede a la locura. Lágrimas de sal y bronce mediterráneo, el mar más allá, beso sin labios, adiós sin lengua húmeda en el viento.

Un torero vestido de luces, un torero vestido de paisano, por testigo el cielo y el bramido enmudecido en las gargantas, esperando para ser clamor, llave que abre todos los cerrojos. La pasión según los hombres en el epílogo de la Pasión, el azahar perfumando la despedida esperando nuevos abriles con pies desnudos en las calles y cirios consumiéndose de puro amor.

Tuvo que ser en Sevilla, quizá porque porque también allí muere y resucita Dios, hombre entre los hombres, abriendo de par en par la puerta grande de la alegría, poniéndose en pie sobre el dolor, ascendiendo a la gloria con los machos apretados en la Cruz, con los pies clavados en el mar, que es el Guadalquivir o es el Duero, agua que vuelve siempre al agua. En los tendidos quebrados, rotos en palmas, olía a fruta fresca, al beso primero que siempre sabe a manzana recién cortada, cosecha eterna en el árbol que a sus raíces siempre venera.

En el nombre del Hijo.


(p.d. No recuerdo quién es el autor de esta fotografía, que guardo como un tesoro, pero siempre supe que se me quedaron dentro las palabras que entonces no escribí)

martes, 16 de marzo de 2010

No te calles, David


Nunca me había parado a pensar que la sociedad podría llegar a dividirse en taurina o no taurina, o que los toros serían objeto de debate en un parlamento autonómico que tiene prioridades mucho más acuciantes para los ciudadanos que resolver. Pero siempre me han dado pavor las mordazas, los tijeretazos, los remiendos entre líneas, los decretazos de silencio, las imposiciones de criterios. Y me rebelo, porque quiero pensar que en este país donde vivimos cabemos todos, izquierdas y derechas, taurinos y no taurinos, tirios y troyanos. Y que cada cual que aguante su vela, y Dios en casa de todos.

En lo político, en lo religioso, en lo civil, en lo cotidiano, la libertad de cada cual para pensar y para defender su pensamiento me parece un arma tan cargada de futuro como la propia poesía; un ejercicio tan sano, que dejarlo de practicar perjudica seriamente la sociedad que me gustaría dejarle a los que vengan detrás. Si no, las calles serían cárceles; los cielos, techos; el horizonte, una verja; los dientes, una mazmorra; las gargantas, un pozo seco.

Quizá porque somos hijos de la democracia, hijos de la libertad de expresión y de la pluralidad, la palabra 'censura' nos trae tintes oscuros de un tiempo que yo no conocí, de un pensamiento único, de unos parámetros impuestos donde no era posible salirse del tiesto, donde el que no pasaba por el aro se quedaba fuera para siempre. Pero a nosotros nos educaron en la igualdad, en la tolerancia y el respeto.

Por eso no entiendo que a David Valderrama -de quien ideológicamente estoy en las antípodas, pero al que valoro enormemente como un tío que se viste por los pies- le hayan censurado esta columna, 'Yo no', en el periódico 'Carrión', de Palencia, cuando es el rinconcito donde acuden los aficionados, hastiados del ataque indiscriminado de los medios contra todo el orbe taurino; del taurineo oficial y corrupto, y de que los toros sean portada cuando hay sangre de por medio, morbazo o pose de figurín. Estemos de acuerdo o no lo estemos, la libertad consiste en no apagar la voz de quien la levanta para expresar sus opiniones y que nosotros tengamos esa misma libertad para rebatirlas. Si no, poco hemos aprendido con el rodaje de esta democracia de la que presumimos.

Por un día dejo aparcada la poesía y presto este pequeño soporte berrendo en colorao a la palabra de David, como si fuese el pliego de papel que en su tierra palentina le han negado. Que sin argumentos, sin ideas, sin claridad, sin valentía, sin honestidad, sin coherencia, sin pellizco, sólo es eso: papel, y nada más.

Y tú, amigo, nunca te calles.

(P.d. La fotografía la he tomado de este enlace)

viernes, 5 de marzo de 2010

Rafaé


Chocolate amargo y dulce, puro, negro, generoso, esencia, perfume. El toreo en las palmas de las manos, como las líneas de la vida, y del corazón, y de la mente. La belleza. La belleza en la palma de las manos. La palabra. La palabra en la palma de las manos, ascendiendo, revoleando el aire y el humo del tabaco.

El prodigio del capote sorteando a los mismos vientos. Jaleos y palmas, saeta y soleá, el compás invisible, embrujando, seduciendo, esculpiendo en una peana de albero lo eterno sobre el instante. Imponente, inexplicable, indescifrable. Rafael de Paula en majestad.

Las torres, los campanarios, la canícula sobre los empedrados. El mar atlántico que se adivina más allá, al sur del sur; el barrio de Santiago, gitano de herencia, soles y lunas, la bulería entre las sábanas, el flamenco en carne viva, a dolor vivo, a viva alegría, los geranios en los balcones, la hierbabuena en el puchero, la luz encalada sobre las puertas. Jerez se calla entera. Jerez se hace la cruz en el pecho cuando entra Paula en la plaza y corre su nombre por los tendidos como una oración que musitan miles de gargantas, como si la arena fuese incienso, templo, círculo donde revolotean las golondrinas con la primavera cosida en las alas. Fandango y verso.

Tu nombre, Rafaé. Tu nombre. Silencio y murmullo. Ha venido el maestro.

La elegancia, la reverencia, el genio. El cielo y el abismo, los machos prietos, el hechizo. Rafaé abriéndose con la seda, desangrándose sin sangre, abriéndose de carnes, de alma, sosteniendo el infinito en sus muñecas como un coloso sobre piernas de barro y brazos de pétalos y acero. El misterio insondable de su trazo perfecto, sin teoremas ni escuela, nacido de las tripas y del latido, amarrado a la tierra por un par de zapatillas sin suela, desatando el cielo con la yema de los dedos.

Rafaé como un prodigio, el aura de luces negro y azabache, las sombras en la frente, como una corona de espinas, el sol en las sienes como una guirnalda de gloria. El mundo en los ojos deteniendo en corto el tiempo cuando se abre la puerta de chiqueros. El azahar y los naranjos, las barricas durmiendo vinos dorados y secos, la sal y el agua, la cintura rota, la voz rota, la hondura del cántico según la tierra. La caricia de Dios en sus dedos, que sobrevuelan como palomas el gesto grave, sabio, hermoso; que urden la profundidad del lance como excavado en las propias entrañas, pañuelo de verónicas apócrifas sobre el rostro divino de la verdad sin aderezos.

Nunca antes nadie. Nunca nadie después. Nunca nadie así.

Rafaé. Redondo, rotundo, mágico.

sábado, 20 de febrero de 2010

Aquí, Antonio, entre los tuyos

(Recordando a Antonio Crespo Neches, mi querido Totó)


Dicen que Dios está en todas las plazas, tarde tras tarde, sol y moscas. A ese Dios aprendimos a rezarle desde niños, a escribirlo en mayúscula, a venerarlo en los altares, abrazando desde la Cruz o andando sobre la mar.

Pero conocemos otros dioses escritos en minúscula, sin más paraíso que una mesa de operaciones, la ciencia y la paciencia, parapetados en el burladero donde destaca la palabra ‘Médicos’, blanco sobre rojo, como la sábana a la sangre. Dioses de bata verde que suturan contra reloj las carnes castigadas por el asta de toro; dioses de guantes de látex que recomponen a los toreros cuando dejan de ser héroes y se convierten en hombres sin seda ni oro, carne y hueso, músculo y tejidos, agua y sudor, mapamundi de dolores sobre el hule.

Aquí, Antonio, en las entrañas de esta Zamora que te regaló la luz primera, el invierno viene con soplo gélido, anunciando a pesar de todo nuevas primaveras que despierten a las reses de las largas noches, de la soledad de las encinas, de las madrugadas de hielo y los cielos grises. Aquí, en Zamora, pronto vendrá el tiempo de Pasión y después la vida, completando el ciclo de las lunas, el calendario impreso sobre la piel, el credo según nuestra tierra que le enseñaste a los tuyos en la casona de la Rúa.

El silencio de las plazas pronto será el murmullo de nuevas tardes, de clarines proclamando al aire la verdad del hombre frente al toro, la ofrenda del pecho, del vientre, de la propia vida, esculpiendo belleza efímera sobre la arena. Y Dios descenderá de nuevo a las manos de quienes sobrevoláis sobre la tragedia, suavizando el dolor como banderas de esperanza.

Así lo aprendiste tú de tus mayores y así se lo transmitiste a los que vinieron después con tu impagable cátedra al pie de la herida. Así lo supieron quienes pusieron su vida en tus manos y los que no precisaron de tus servicios pero se sentían más seguros si estabas cerca; los que escriben su nombre en letras grandes y los que se ganan contratos a mordiscos. Así lo supimos quienes te admiramos desde la barrera y en las largas charlas de tu salón, los hielos danzando en el vaso; los que aprendimos a respetarte por la dignidad de tu presencia en las enfermerías y en los callejones; los que tuvimos la suerte inmensa de compartirte hasta que diciembre vino a cerrarte los ojos para que descansaras de tanta sabiduría, de cientos de cicatrices, cientos de tardes en que el peligro quedó en un simple surco sobre la piel mientras una UVI móvil salía camino del hospital.

Aquí, Antonio, en esta Zamora que ya te abraza siempre, pronto sonará convocando a la madrugada el ‘Merlú’, cambio de tercio de la vida a lo eterno, del Madrid bullicioso al Duero manso. Aquí, en Zamora, tu cuna y tu sábana, pronto los hombres elevarán cruces como banderillas contra el alba, vistiendo la túnica de laval desteñida en grises, que es el traje de luces que quisiste llevarte al otro lado de la vida, cumpliendo así el último paseíllo desde tu casa a San Atilano eterno, pañuelo blanco al cuello, boina negra por montera y garrapiñadas por aceros al despuntar el día.

Aquí, Antonio, en esta Zamora que quita y da a partes iguales, hoy vamos a recordarte desde los tuyos. Por esas pasiones que nos unen. Porque Zamora en tu boca sonaba a casa, al retorno de quien nunca termina de marcharse. Porque pronunciaste su nombre en todos los momentos, como quien despierta a una novia rondando bajo el balcón, como quien repite una letanía para que nunca se olvide su cadencia de tres sílabas.

Gracias, Antonio, por tu dignidad, por tu ejemplo, por tu vida.

(Columna publicada en La Voz de Zamora el 19 de febrero, el día en que para celebrar la vida de Antonio contamos con la impagable presencia en nuestra ciudad dormida del gran Rafael de Paula, mi Rafaé; el maestro Andrés Vázquez y el maestro Víctor Mendes)

jueves, 4 de febrero de 2010

El valor del gesto


Vivo en una tierra cincelada en la piedra donde los días se suceden con pereza, como si fuesen plomo las hojas del calendario. Una tierra dormida, como si el tiempo no quisiera espolear su sueño con banderillas de castigo para ponerla en pie y hacerla caminar con otro compás.

Aquí, en esta tierra silente y mansa donde sólo protesta el Duero en tiempo de crecidas, cobra valor añadido el gesto, rebelarse, abrir las puertas y orear la sábana de la desidia. Aquí, en esta tierra donde nunca pasa nada, un grupo de chiflados le ha dado alas a su pasión, la nuestra, y ha creado un punto de encuentro para mantener, fomentar y dar a conocer la fiesta, cuando corren malos tiempos para el arte de la tauromaquia.

El valor del gesto reside en su ilusión, en su tesón, en su impecable afición, en su ausencia de vanidad, en el trabajo silencioso, en el apoyo que intentan recabar de despacho en despacho, de puerta en puerta, sin figurar, sin obligar, sin imponer. Amor, sólo amor, es lo que les mueve. Y son como un soplo de aire fresco entre tanta cátedra rancia, entre tanto entendido de quita y pon, caspa y soberbia.

El valor del gesto reside en sus pasitos cortos y por derecho. En esos 'Toros sin barreras', que no desde la barrera. En ese 'Aula de Afición' que dará mañana su primer paso de la mano de Javier Gómez Pascual, hombre de plata, plata de ley, amigo de veinticuatro kilates, torero cabal, de una sola pieza. No saldrá de ahí ningún torero más que el que llegue con el alma empapada de satisfacción por cimbrear su cintura al compás del capote de salón. De esta escuela no saldrá ningún triunfador de ferias, porque cada cual lidia ya la feria de su vida y arranca a mordiscos el tiempo para poder pegar un pase que sirva de puente entre la rutina de los diarios y el milagro del viernes prendido en la esclavina.

Para que no haya ni un sólo aficionado que se quede con ganas de acariciar la seda y mecerla en los vientos, soñando faenas imposibles, toros humillando y acometiendo, la rosa de los vientos bajo el traje de lo cotidiano. Para que ni un sólo aficionado deje en blanco su faena de muleta frente al toro de los deseos, que siempre es de indulto, que siempre vuelve a la dehesa para ser lidiado en nuevas plazas donde ondee la bandera de los que desean. Para que el suelo del pabellón de un colegio sea albero prensado, albero sin sangre ni boca de riego donde poner a secar los sueños.

Para que todos seamos como esos niños que juegan despreocupados por las calles de cada pueblo cuando llega el verano, manteniendo viva la llama, el signo, el gesto de que el toreo es algo vivo, siempre latiendo en el lado izquierdo del pecho.

(Para los soñadores del Foro Taurino de Zamora, porque sois como una bandera verde ondeando en tiempos de guerra. La foto, magistral como siempre, es de Juan Pelegrín)