jueves, 29 de septiembre de 2011

Dad al aire mi voz


"Como si nunca hubiera sido mía,
dad al aire mi voz y que en el aire
sea de todos y la sepan todos
igual que una mañana o una tarde"

Será mañana. Como si la poesía eterna de Claudio Rodríguez -que también era taurino, muy de Antoñete- fuese un presagio gozoso sobre el albero de Las Ventas. Será mañana, 30 de septiembre, como una tormenta de verano tardío, como una tromba en el último día de septiembre, como caen las hojas del Otoño que no amarillean. Mañana lloverá.

Lloverán palabras sobre Las Ventas. Lloverán deseos, esperanzas, nostalgia. Lloverán latidos, versos. Lloverán recuerdos y llantos. Lloverá la impotencia que no pudimos reprimir el domingo; lloverá la emoción que nos come el estómago cuando suenan los clarines y rompe el paseíllo. Lloverá nuestro derecho a decidir, nuestro derecho a ser, a sentir. Lloverá nuestra voz ronca de decir sí. Sí a los toros. Sí al toreo. Sí a la libertad.

Josephine Douet lo explica en su blog http://lluviadetwits.blogspot.com/ con retazos de lo que fue el fin de semana tuitero y taurino más bonito de la historia. Aquel en que los taurinos dejamos de lanzarnos cuchillos y fuimos una sola voz. Como si no fuera nuestra; una voz en el aire, de todos; que la sepan todos. Aquel en el que salimos del armario y dejamos de ser proscritos. Aquel en el que dejamos de estar secuestrados por los medios de comunicación que difaman y distorsionan nuestra fiesta. Aquel en que dejamos de estar amordazados por politicuchos vendidos a una bandera de mentira.

Será mañana. Lloverán palabras. Lloverán papelillos. Blancos, que sean blancos. Como los pañuelos que agitamos al viento, que siempre consuelan. Blancos, como el pan de repartir entre el hambriento. Que sean blancos, como las blancas banderas, como la ropa esponjando, secando al sol.

Lloverán tiritas, que siempre curan. Lloverán papelillos, como los que saludan a los novios en las puertas de las iglesias; como los que cubren el escenario del teatro Falla cuando llega Carnaval y Cádiz se disuelve en las noches de febrero. Como los papelillos que bajan de los cielos en forma de copos para anunciar el invierno.

Será mañana y lloverá en Madrid. Por eso, empapémonos. Y aún más: mojémonos, hagamos la lluvia, que sea la lluvia en el aire, que sepan todos. Y firmemos los pliegos de la ILP, que también son nuestra voz en el aire, de todos. Hagámoslo para romper las cadenas que han impuesto en esa Cataluña que ha dejado de ser taurina por decretazo, por unos cuantos Judas que vendieron su alma en menos de treinta monedas de plata.

Yo no estaré. Una mala corná me tiene apartada de los ruedos, del calor de los tendidos, de esta lluvia de Otoños que hizo quemar el domingo mis dedos para decir sí, mil veces sí. Lo veré en el Plus. Os veré en el Plus. Y quiero empaparme, quiero bailar, chapotear sobre la lluvia de palabras, sobre nuestros corazones, sobre nuestros papelillos de fiesta, poesía y futuro. Podemos.

Porque soy taurina y no tengo que pedir permiso ni pedir perdón. Como si nunca hubiera sido mía, por favor, dad al aire y al albero mi voz. También por la voz de Claudio, que seguirá soñando, tan claro, tan revelador, tan de todos, en su don de ebriedad.

"Sobre la voz que va excavando un cauce
qué sacrilegio este del cuerpo, este
de no poder ser hostia para darse".



domingo, 25 de septiembre de 2011

Hoy somos dioses

Clack. Ya está. Un pinchazo en la espalda, un puyacito de ná. Es la anestesia, la 'raqui' que llaman. Y a partir de ahí, dejo de sentir la cintura y las piernas son una sensación de levedad, como si nunca hubieran estado. Los cirujanos asoman de cuando en cuando sus gorros entre el amasijo de sábanas verdes. Miro el reloj. Las cinco en punto. Taurina hasta para eso. La corná es más fea de lo que pensaban, pero ya es tiempo pasado. Tranquila, todo va bien.

Después, un frío intenso. El frío del quirófano, que te deja el cuerpo desmadejado. La soledad de la sala de reanimación, a oscuras. La familia esperando afuera. El suero goteando silente, como si no tuviera prisa; el cosquilleo de las piernas que vuelven a ser piernas, que siempre estuvieron ahí. No hay dolor. Cierro los ojos y pienso en las carnes abiertas de los toreros, lo más cercano que conozco a los héroes, a los dioses. En sus rostros sin gestos de dolor. En su dignidad, en su exposición; en su ofrenda. En la pasión que les lleva a enfrentarse a este horror día tras día.

Lo mío no ha sido buscado. Yo no me puse enfrente del toro. Se lo han encontrado por debajo de la piel, como un mulo manso reculado en tablas, sin dar la cara, y al final me ha escarbado hasta los tuétanos. Me han pegado un buen tajo para darle la puntilla. Pero pienso en ellos y no hay dolor. Y me pregunto si yo sería capaz de pisar la arena, de apretarme los machos, sabiendo que cada día puede terminar así, con este frío inmenso de quirófano, la levedad de la anestesia, esa paz de la sala de reanimación que pesa como si fuera plomo, el dolor que ya circunda la herida, recreciéndola.

A mí me han abierto las carnes. Sin poesía, sin leyenda. Sin glorias, sin gestas, sin seda ni oro. Como a las moruchas que van al matadero sin que nadie lo sepa. Yo no estoy hecha de la pasta de los dioses. Pero quiero ser como ellos, que no se descomponen, que siempre se levantan, que se yerguen como la encina, orgullosa, sobre el albero. Quiero ser como ellos, que no dejan siquiera que el dolor les humanice; que aprietan los dientes para que no se escapen de los ojos las lágrimas. Que están más allá, mucho más allá. Y ahí, silencio por favor, en reanimación, pienso en José Tomás, en los ocho litros de vida esparcidos en el albero mejicano; en el torniquete, en el boquete por donde escapa la sangre, los latidos. En su resurrección gloriosa, en el precipicio de su mano izquierda, donde se hilvana el infinito al natural. Ya voy sintiendo las piernas.

Quiero ser como ellos. Pienso en los puntos que vertebran sus cuerpos como un eje maldito, en los surcos labrados por asta de toro en su piel. O el hule o la gloria.

En las palabras que escaparon de la boca de Julio Aparicio sin lengua que las recitase. En las carreteras de grapas que surcaron la carne de Mariscal, de Gimeno Mora. En la sonrisa de Adrián, que se murió de pie a lomos de un potro de acero y ruedas. Y no sé si tendría cojones de ponerme de nuevo ahí, de exponerme a una cornada sabida, consentida, aunque daría lo que soy y lo que tengo por sostener el mundo en las muñecas como Rafael de Paula en majestad o por domar a los vientos en el capote, como hizo ayer Morante para reconciliarse con la historia. Pienso en Morante, y ya siento el alma, su caricia.

Hoy todos escribirán panegíricos, como quien asiste a un velorio, aunque sea un duelo glorioso, un clamor por la libertad, más muriendo que matando. Yo no lo haré; porque quiero ser como ellos. Quiero masticar este dolor hacia adentro, esta rabia, igual que lloran las Dolorosas en mi tierra, sin lágrimas ni aspavientos. Ganándole días a la paciencia, acortando distancias, apretando los dientes. Pensando en los acebuches de 'El Grullo', donde Arrojado retornó a la vida o en las lomas serranas de Tamames donde pastan los rabosos de El Pilar, que lucen orgullosos su condición de bravos, divisa verde y blanca.

Pensando en Manzanares erigiendo una catedral en redondo sobre el suelo bendito que cuatro políticos de mierda han ultrajado. En Julián, don Julián, inmenso y poderoso, ondeando la Senyera, que es una señora que tiene los colores de la bandera de España, hija de España, y no tiene la culpa de nada aunque la ensucien quienes nos roban la libertad en su nombre. Pienso en Serafín, con la barretina en todo lo alto, ahora que será un proscrito, un prohibido en la tierra que le ha amamantado como es: taurino, torero por los cuatro puntos cardinales.
Pienso en Juan Mora, tan de verdad como su espada, que vendrá a dibujar estampas antiguas para que la Monumental no pierda su memoria, su vocación inmemorial, sin recalificaciones ni pantomimas. Por los que pisaron la arena antes; ahora y siempre. Por los que se dejaron la piel y la vida. Por los que estuvieron antes que nosotros. Por los que ofrecen sus hombros como costaleros de septiembre para que un torero roce los cielos por la Gran Vía, sin castigo ni penitencia.

Y pienso en el silencio. En ese silencio digno que volverá a los tendidos cuando la plaza cierre sus puertas y se haga de noche. Silencio que te encoge las tripas, pero no mata. Porque ella es también una diosa, en pie, orgullosa, desafiando al tiempo. Sin desangrarse, sin que se note la brecha que un puñado de fascistas han abierto en su vientre.

Entonces no hay dolor. Hoy no. Quiero ser como ellos. Hoy me siento como ellos. Hoy somos como ellos. Héroes, toreros, aficionados, amigos: salid hoy con la cabeza muy alta de la plaza. Sin pedir permiso. Sin pedir perdón.Todos. Porque vosotros sois la libertad, el tabacazo que siempre cicatriza, este dolor que ya no siento, que me hace sentirme más cerca de nuestros dioses.

Porque hoy todos tenemos que ser como ellos. Toreros siempre. Hasta siempre.


(Las fotos son de Mundotoro, Juan Pelegrín y El Mundo)

viernes, 23 de septiembre de 2011

El día que dijimos sí


Señores políticos prohibicionistas: en mi país, que es el suyo así les joda, robar es un delito penado con cárcel. Ustedes -Mas, Durán y compañía- están en la poltrona amparados en una Constitución cuya principal premisa es la libertad del individuo, el derecho a decidir. Una Constitución que nos instruye en la igualdad, el respeto y la tolerancia. Una Constitución con la que se limpian sus partes a base de doble moral, de hábitos fascistoides y del silencio por decreto.

En este país, que es el nuestro, ustedes nos han robado y somos nosotros quienes parecemos delincuentes. Pero son ustedes los ladrones. Ustedes. Por eso ayer cientos, miles de ciudadanos, dijimos sí. Por eso ayer cientos, miles de ciudadanos, asistimos al milagro, fuimos parte del milagro. Por eso cientos, miles de ciudadanos, nos quitamos la mordaza y dijimos sí en voz alta. Sí a los toros. Sí.

A dos días de que cierre por decreto sus puertas la Monumental de Barcelona, dijimos sí. Y fue como si se nos esponjase el alma, como si nos escociese menos la herida. Salimos del armario y dijimos sí, hartos de tanto atropello, de tanta mentira, de tan poca vergüenza, de su canallesca forma de manipular las cosas. Hartos de la utilización política, de la prostitución a la que han sometido al toro, como moneda de cambio en sus batallas con ínfulas soberanistas.

Dijimos sí a la diversidad. Sí a la historia. Sí a la libertad. Sí a la cultura milenaria que nos vertebra. Sí a la memoria. Dijimos sí a los toros. Sí, sin complejos. Sí, sin insultos. Sí, sin violencia. Desde la pasión, desde la poesía, desde el corazón.

Y por la noche, señores ladrones, me pasó algo que ustedes no podrán quitarme en su vida, porque no hay parlamento donde se negocie, porque yo no les vendo mi alma por cuatro míseros votos: quise abrazar al mundo. A mi mundo. Quise abrazar a quienes comparten mis sueños y a quienes no lo hacen pero los respetan. De eso se trata, aunque ustedes no lo sepan.

Dijimos sí. Y ahora sé que ustedes no nos robarán nunca más, porque donde unas puertas se cierran, se abren, claman, miles de gargantas, miles de almas, con una sola consigna: Sí a la libertad.

(La fotografía es de El Mundo)

sábado, 27 de agosto de 2011

Te llamo y te lo cuento












Verás, Alfonso:

Cuando cambio de teléfono, enfrentarme a la agenda supone un ejercicio de memoria, una especie de repaso a la propia vida. A veces dejas fuera de esa agenda a gente que has querido y no supo estar a la altura. Pero no soy capaz de borrar los números de aquellos a quienes todavía quiero, aunque estéis al otro lado de la vida. Es una manera de decirme, de deciros: estáis aquí.

Te cuento esto porque más de una vez he tenido tentaciones de llamarte, por si fuera mentira aquel 27 de agosto en Salamanca, seis años de por medio, ahora que mi Cái queda tan lejos, ahora que no escucho el Atlántico lamiendo la tierra; ahora que ya no tengo aquel ordenador cuyo teclado empapé literalmente, y ya no sé si fueron lágrimas o agua del mar. Por si lo mismo, con un click, borro, desmemorizo aquello, como si no hubiera sucedido.

Y no te llamo no siendo que me mandes a tomar por culo por no hacerlo antes. O porque me da pavor enfrentarme al silencio, a un número que no exista, un pitido, un contestador o a otra voz que no sea tu voz, irrepetible entre todas las voces.

Esto sigue manga por hombro. Lo podrido, podrido está, cada vez más, y poco se aprende desde que el maestro Vidal y tú abandonáseis la cátedra de tinta y papel; de polémica y poesía, de cántico y castigo, sin herederos que supiesen cargar la pluma de corazón, cojones y conocimiento, aliñados en una prosa prodigiosa, para cantar las verdades del barquero. Pegapases o juntaletras, lo mismo da.

El caso es que nos quedamos muy solos en ese viaje a los toros del sol en el que te intentamos seguir los pasos, muy por detrás, si nadie conoce como tú aquellos trazados, ese mapa de la piel del toro que llevabas grabado en la palma de la mano, como si ahí estuviese tatuada toda la historia del toreo. Tanto cabía, fijo.

Y ahora, seis años después, me quedo con las ganas de llamarte y decirte que Morante canta por bulería cuando se abre de capote; que me hubiese gustado leerte incendiario, incendiando, en un puñao de temas que te habrían puesto a hervir los dedos sobre las teclas de la vieja máquina, aunque lo mismo ya estarías reciclado para el mundo, echando sal y otras especies a esto de internet.

Fuiste, has sido, eres un grande. El más grande, el más sabio. El más irreverente, el más iconoclasta. Y como no me decido a llamarte, te escribo esto. Para celebrar tu vida desde aquel abril luminoso en que asomaste al mundo y lo pusiste patas arriba como un huracán con viento de Aries, peleón como el vino recio, altivo como la encina que nunca se muere. Y ya eres todo eso: viento que azota y acaricia, vino profano de consagrar y repartir entre todos; encina rugosa en la tierra, para siempre.

Aquí abajo te seguimos queriendo. Lo mismo un día te llamo y te lo cuento, y de paso me mandas a freir puñetas porque ya le has pillado el punto a lo de descansar en paz -buena putada nos hizo la muerte- y queda lejos toda esa guerra que llevabas en la sangre.

Un beso, querido, berrendo en nostalgia, por lo mucho que se te echa de menos, por ese hueco que ya nunca ocupará nadie.

(p.d. la foto la mangué de internet)

miércoles, 24 de agosto de 2011

Rezándote, verde y oro


Pasa un minuto de las tres y estoy aquí, rezándote ante un espacio en blanco donde musitar tu nombre en voz baja como quien aprende su primera plegaria frente a un teclado.

Rezándote contra la madrugada en esta capilla sin puertas, a cielo raso, sin bóvedas ni cigüeñas; rezando tu cabello sin incienso, tu carne sin ungir, el mentón reposado sobre el firmamento, el compás de tus latidos meciendo todos los sueños.

Rezando la seda verde de tus secretos, ofreciendo mi silencio desde la hondura, desde la belleza que duele si la redacto en esta soledad, tan para mí, silencio y madrugada, mientras los demás cantan el último prodigio a voz en grito, o abjuran de tu credo en esta hoguera de vanidades, en este circo de los sinsentidos, pensando que quien más sabe es quien más duro pega. De palabra, de obra, sin omisión.

Es la premisa del castigo, de los teóricos que nada tienen que ver con esto; ni con lo tuyo ni con lo mío. Nada que ver con mi cántico, el salmo de tu cintura, el rosario encadenado de misterios discurriendo por tu mano diestra, el tiempo danzando en tus muñecas, tan leve; la letanía final atronando en la muleta, dos naturales inmensos donde se venció el mundo por el costado izquierdo en los pitones acaramelados, en el pelo colorao donde leo tus versículos. Dos pañuelos, dos palomas. Gratia plena. Y te canto, y te rezo.

Yo estoy aquí, en este templo sin tribuna ni parroquianos, sin siquiera una firma; sin lenguas de fuego ni látigos, sin importarme si sé o no sé, sin ganas de justificarme en esta noche que quiero sólo para mi, para rezarte cerrando los ojos como se reza a los dioses, como se evoca lo que más se ama, lo que presentimos allá arriba, por encima de las estrellas y de noches así, bochorno y nubes, presagio de tormentas, verano casi vencido, exprimido de plaza en plaza.

No te conocía y te vi bajo la lluvia, agua que no cesa, agua bendita; tu primer toro. Y creí entonces como creo ahora, tantos años, tantos siglos después, sin necesidad de explicarme, sin necesidad de entenderte, como no puede entenderse lo que sale de las tripas, de los poros, la genialidad que no se aprende, el lance irrepetible, el trazo de lo que siempre perdura esculpido en lo efímero, en el aire, no más. La gracia, el don, la inspiración, la magia.

En silencio, rezando, besando sin besos la mano, el índice en alto que apunta a los cielos, dibujando sin saberlo aquella mano de Ordóñez que un día acarició a toda la historia del toreo. Bendiciendo, consolando acaso tantas tardes sin lágrimas, tantas tardes sin latidos.

Rezándote verde y oro, como a las Vírgenes bajo palio que cantan su pureza; que cantan la esperanza del mundo, un paso por delante del dolor, quemando la cera del destino bajo los pies, rozando la gloria a hombros de un puñao de hombres, el vientre del círculo abriéndose gozoso, descerrojando la puerta grande de lo insondable. Rezándote sobre el albero plomizo de las entrañas de la tierra, en la boca de riego de lo que nunca puede olvidarse, lloviendo el viento.

Yo te canto contra la madrugada, Morante; al límite, en el abismo por el que se precipita mi alma cuando alza el vuelo tu capote y clavas la zapatilla. Y me sigue doliendo la bendita locura que desparramas, la torería arrogante, tu presencia sobre la arena. Y te escribo sin versos, enterrando las palabras lejos del mar porque no quiero encontrarlas.

Yo te rezo contra el alba, ahora que los demás duermen y se posa sobre la tierra el milagro mecido, el teorema imposible de tu toreo.

Así pasen los siglos, Morante, verde y oro. Amén.

(Las fotos, de Arjona, son de Aplausos)

martes, 2 de agosto de 2011

Hembra y seda


Porque naciste hembra llevas la piel tatuada en oro y seda, el vientre dispuesto para la herida, el terciopelo en los dedos, las estrellas en el pelo, la coraza en el pecho, el secreto en los labios.

El mundo por montera en un océano de hombres donde navegas sin prejuicios desandando la sumisión, el silencio de siglos, los miedos que igualan a hombres y mujeres contra la pared de ladrillos, en la antesala del rito; sometiendo toros más fieros, más broncos que los que pastan bajo las encinas esperando su momento de gloria, el último, el primero, en la arena. Clavando las zapatillas en tu orgullo de hembra, en tu orgullo de torero.

Conocerás otras glorias, tocarás de nuevo las estrellas en noches de julio, oro y seda sin oro y seda, hembra y seda. Descerrojarás un día la puerta grande de tu alma. Soñarás, quizá, el dolor de las carnes abriéndose dando paso a la vida, del agua a la tierra, del silencio al llanto primero. Lidiarás soles y lunas, engarzarás caricias con los mismos dedos que empuñan el acero.


Pero ahí, sobre el albero, queda desdibujada la luna que esconden tus pestañas, la ternura que guardas bajo la camisa, la esbelta redondez de tu signo. Antes, un capote de paseo guardará tu cintura, anudado sin nudo por la mano de los hombres, toreros que visten a un torero descontando el tiempo. Ahí, sobre el albero, ofrecerás los muslos, y los tobillos, y el corazón, y el estómago, sin guardarte siquiera un ápice de vida; entera, valiente, como quien se entrega sin pensarlo, como quien se abandona sin visado de regreso, todo o nada; como quien escribe un diario en las vueltas de un capote mecido sobre los vientos. Torero.

Ahí, sobre el albero, crecerás sin apego a lo que eres, a la hembra nacida de hembra, descreída de la prisión del cuerpo, para apretarte los machos con pulso femenino y hacer verdad el milagro, el misterio del toreo, que también viste hembra y seda, que también teje lunares invisibles en la piel.

Va por tí, Conchi Ríos. Torero.

(p.d. Las fotos pertenecen a un maravilloso reportaje de mi amigo Alfredo Arévalo, realizado la noche en que la novillera tocó las estrellas del cielo de Madrid)

jueves, 12 de mayo de 2011

Vuelve


Vuelve. Porque es necesario, como es necesario que la primavera cierre el ciclo del invierno; como es necesaria el agua aliviando el surco en tiempo de sequía; como es necesario el sol después de la oscuridad sin nombre de todas las noches.

Vuelve. Porque es necesario, como el pan entre los hambrientos; como el milagro ante los descreídos; como la estación de las flores cuando el campo se queda yermo.

Vuelve. Porque es necesario como la sábana templada donde reposar la confrontación de cada día; como la sonrisa de un niño entre los escombros de la ciudad derruida.

Vuelve al albero, porque es el templo donde se consagra su misterio, su teorema de la belleza en vertical, el vértigo insondable, la hondura de cada muletazo, la verdad sin tapujos, un paso más allá de donde quedó la huella del último torero, el último prodigio. La vida.

Vuelve, como resucitan los Cristos cada Pascua, como brotan los montes después de los incendios, como cierran las heridas cuando son precipios a la muerte, ya vencida, ocho litros de sangre, el Atlántico de por medio.

Vuelve. Porque es necesario como lo intangible sobre la materia; como el alma que vuela en el entresijo de huesos y carne, como el corazón que late al filo de lo irrepetible.

Vuelve. Porque es necesario como el silencio entre las palabras vanas, como la grandeza que se erige sobre las cosas pequeñas, como la proeza de lo excepcional entre lo cotidiano, lo único.

Gracias, José Tomás, por la primavera, por el pan, por la sábana, el silencio, la hondura, el milagro, la grandeza. Por la vida, que siempre regresa.

Vuelve.

(Foto: José Tomás liándose el capote de paseo, del genial Juan Pelegrín)