(A mi amigo Cecilio Lera, el alcalde más socialista, más taurino y más auténtico que ha parido la Tierra de Campos zamorana, que llama al pan, pan y al vino, vino)
El PSOE, enfrascado en su juego de tronos, en su juego de pactos, nos vende como un putas a los miles, millones de aficionados taurinos que votaron bajo sus siglas y hace peligrar la continuidad de los toros en un puñado de plazas. El PSOE traiciona a los miles de trabajadores del sector y obreros del campo. A los miles de intelectuales y gente del pueblo de la izquierda que luchó por la libertad de este país y que defendió la tauromaquia como símbolo de la cultura y la identidad de este pueblo al amparo de una rosa roja cada vez más marchita, más podrida, más debilitada.
El PSOE nos vende como un putas por un puñado de concejales y alcaldías dejando con el culo al aire a esos alcaldes socialistas de pueblos pequeñitos que se dejan la piel en mantener sus encierros, sus espantes, sus capeas y sus festejos. Alcaldes como mi amigo Cecilio, treinta y pico años en un Ayuntamiento, socialista histórico, sangre roja y de ley, que devora kilómetros de plaza en plaza y no se pliega a las imposiciones de los pseudoprogres de su partido, esos que nos venden como la derechona y la caspa -que no la casta- de España. Váyanle con el cuento de la libertad a otra, mangantes.
El PSOE nos vende como un putas. Y el PP ha intentado sacar rédito político de los toros con promesas que nunca fueron. Su promesa de devolverlos a la televisión pública ha quedado en tres retransmisiones en los últimos cuatro años en la que los actores -toreros, empresarios y ganaderos- renunciaron a los derechos de imagen para que el festejo saliese adelante en la tele de todos. Sí, la que pagamos todos. Vamos, igualito que en el fútbol, por poner un ejemplo. Me gustaría saber de un sólo futbolista que moviese el culo, cuando ya no decimos jugarse la vida, sin el correspondiente cheque en el horizonte.
El PSOE nos vende como un putas. El PP nos deja con el culo al aire. Los de la extrema izquierda nos meten en el saco de la caspa enseñando la patita de su incultura y faltando al respeto y la memoria de tantas gentes de la izquieda que sustentaron la tauromaquia sobre sus hombros. Y en este mondongo, el aficionado es el único que saca la cara para que se la partan mientras el sistema permanece dormido, ajeno a cuanto acontece, sin mover un dedo.
No son los grandes empresarios, ni los toreros, ni los ganaderos los que mueven un sólo dedo para que esto cambie. La culpa no la tienen sólo políticos mezquinos que andan a salvar su culo los próximos cuatro años al precio que sea aunque luego se hagan fotos en los callejones puro en ristre. La culpa la tiene un sistema que se sigue mirando el ombligo, unos representantes que no sabes si van o si vienen que van a hacer caja a las plazas y no pegan de una vez un puñetazo en la mesa con la fuerza económica y social que tiene el sector.
Hace apenas unos días se hacía pública la primera sentencia que castigaba a un 'animalista' de amenazar en injuriar a un taurino en Facebook. Como siempre, ha tenido que ser un particular, un profesor de universidad, quien ha dado un pasito más en defender la libertad y la dignidad de los aficionados taurinos.
Lo dije, lo escribí hace tiempo. No somos aficionados, somos activistas. Nos obligan a serlo quienes nos insultan y nos amenazan, quienes pretenden imponer sus criterios a base de prohibiciones y no conocen el respeto por la vida ajena. Nos obligan a serlo quienes desean la muerte a los toreros, quienes boicotean festivales solidarios, quienes quieren quitarle el pan a más de 250.000 familias humildes y obreras en este país.
Y la culpa no la tienen sólo los políticos. Unos nos venden como putas y otros se callan como putas mientras somos los aficionados los que damos la cara para que nos la partan en Facebook, twitter o nuestros respectivos blogs. A veces, muchas veces, me pregunto para qué o para quién escribo, si tengo el vértigo, la sensación de que todas estas palabras que hilvano en la soledad de mi ordenador caen en saco roto.
Mientras el PSOE vive su juego de tronos, su juego de pactos, el sector continúa en el limbo de los niños, calla y otorga. Y los aficionados reclamamos un gesto definitivo, alguien, algo que nos defienda. Mientras no lo haya, no tiren balones fuera que no son sólo los políticos los que están dinamitando, amordazando a la afición. Políticos voraces y un sistema impasible nos destrozan desde dentro.
De puta a puta, habló la Tacones.
(Y a quien siga con la demagogia, la caspa y la derechona, recomiendo encarecidamente este artículo publicado en Mundotoro, por la memoria de todos aquellos taurinos que nos hicieron más libres)
(La foto, desde la andanada del 5 de Las Ventas, es del gran Juan Pelegrín)
jueves, 11 de junio de 2015
domingo, 7 de junio de 2015
Rafaelillo rompiéndonos por dentro
Hay lágrimas que te rompen por dentro, lágrimas que llaman a las lágrimas, lágrimas que riegan la arena de emoción, lágrimas que apresan en apenas unas gotas, agua y sal, toda la grandeza del toreo. Hoy en Madrid hemos visto llorar a un tío, a un torero.
Dicen que los hombres no lloran, pero es al revés: nadie puede llamarse hombre si nunca ha llorado. Hoy hemos visto llorar a un hombre, a un tío. Lágrimas. Un torero. Lágrimas. Un hombre. Lágrimas.
Ha sido después de que doblase el cuarto toro de Miura, el antepenúltimo de feria, antes de que Madrid cerrase definitivamente la puerta de San Isidro. Una puerta que hoy podría haberse abierto de par en par directa al cielo, a la gloria, si el acero no se hubiese obstinado en pinchar en hueso, en negar la muerte a un toro que la ganó haciendo todos los honores a los de su estirpe.
Hoy hemos visto llorar a un hombre, a un torero. Un tío pequeño, un tío enorme que se la ha jugado a una sola carta, en un solo, cartel, una sola tarde, prácticamente a un solo toro de los de Zahariche, la leyenda de Miura a las espaldas y en los pitones.
Hay lágrimas que te rompen por dentro, como rompía por dentro un torero roto y una plaza rota en muletazos de trazo largo y temple, en la firmeza de la fe de un torero que se la jugaba a cara o cruz y se encontró con la cruz de la espada después de volver a sentir, que no a escuchar, los olés de Madrid. Sentir los olés de Madrid cuando Madrid dice "olé" rugiendo desde las tripas, desde las entrañas, conocedor de lo que Madrid da y quita, la importancia de un sola tarde en Madrid, todo o nada.
Sintiéndose, sabiéndose torero, apostando el alma tras los aceros si el diablo hubiese aceptado el pacto de matar como si fuese el último toro de la tierra. Pero el diablo no acudió a la cita, lo vendió en dos pinchazos.
Hay lágrimas que te rompen por dentro. Lágrimas que te queman en los ojos, la emoción del toreo en estado puro. Hoy hemos visto llorar a un tío. Hoy nos ha hecho llorar el toreo.
Hemos visto llorar a un tío, a un hombre. A un torero que se reencontró con los olés de Madrid con la importancia de saberse y sentirse torero, con la emoción de veintitantas mil almas rotas en la lentitud de unos naturales para el recuerdo, de unos pases que levantaron corazones sentados, dormidos en los tendidos, que despertaron al vuelo como una sola voz.
Crónicas vendrán a desmenuzar la faena, las emociones que no se pueden escribir, los invisibles latidos de una plaza más viva que nunca en el último episodio de su feria, la primera feria del mundo. El imprevisible regalo en la última tarde de tantas tardes, cuando quizá nadie ya esperaba nada y hemos visto crecer hasta alcanzar una altura inalcanzable a un torero de Murcia que se ha convertido en un gigante a base de temple y torería, de saber y de estar.
Otros cantarán el encuentro en el ruedo. Pero lo mío es la poesía, lo de dentro, lo que rasca, lo que no se ve. Y me quedo con esa vuelta entre lágrimas que ha tenido más peso que muchas orejas livianas que el aficionado cabal olvida, como despojos que son, cuando sale de la plaza. Lo de esta tarde, esa vuelta, esas lágrimas, quedará escrito para siempre en la memoria. Escrito en la arena, escrito en el agua de unas lágrimas para que nada ni nadie lo borre.
Me quedo con el natural profundo, con el abandono, con el reloj parado, el corazón al galope, ese encuentro mágico entre hombre y toro, con la emoción a flor de piel y la sensibilidad de un torero que hoy ha escrito una página en la historia de la tauromaquia: la de cuajar un Miura en Madrid, tan de verdad, tan tío, tan roto que ha tenido que deshacerse en lágrimas para seguir respirando.
Rafaelillo rompiéndonos por dentro.
(La foto es una captura de la retransmisión de CanalPlus)
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sábado, 16 de mayo de 2015
Llanto de Sánchez Mejías por Joselito
Llanto de Sánchez Mejías por Joselito. La mano derecha acaricia entre la ternura y el asombro la cabeza de un hombre muerto mientras la izquierda parece contener con sus cinco dedos la impotencia, la magnitud de la muerte en la frialdad de una enfermería.
A esas horas a la Virgen Macarena, la alegría de la madrugada, la esperanza de Sevilla, comenzaban a prepararle la ropa negra del luto más negro, Dolorosa doliente, agua y sal en las lágrimas.
Hace 95 años en la Plaza de Talavera moría y entraba en la leyenda un torero joven. Poco tiempo después sería Lorca quien llorase a Ignacio en una de las más bellas elegías que se han escrito y Mariano Benlliure perpetuaba en el bronce la emoción de las calles de Sevilla llevando sobre los hombros al joven héroe como a un Cristo Yacente en las noches de la Pasión.
Casi un siglo después la Historia habla de todos ellos.
viernes, 15 de mayo de 2015
Al otro lado de la puerta de la enfermería
(Esta es mi ovación al doctor García Padrós y a su equipo)
Dos milímetros separaron ayer a Saúl Jiménes Fortes de ser o no ser, cuando ser y estar vienen a ser la misma cosa. Permanecer, existir.
Dos milímetros, un suspiro. Dos milímetros, un abismo, el mismo que traza la invisible línea que separa la vida de la muerte, la gloria de la tragedia. Dos milímetros de milagro en el ruedo y después, al otro lado de la puerta de la enfermería, un equipo médico, un puñado de manos, precisión y pulso, cuando las cosas dejan de estar de la mano de Dios y quedan en manos de los hombres, aunque Dios siempre ande escondido en los útiles de sutura, en los manuales de cirugía, en el sudor frío y contenido, en la calma de quien sabe bien lo que hace.
Dos milímetros separaron ayer a Saúl Jiménez Fortes de ser o no ser. Y después, tras la puerta de la enfermería, la pericia del doctor García Padrós y su equipo andando y desandando por la carne y los músculos, por las venas y las arterias; recomponiendo la arquitectura del hombre, limpiando, apostando por la vida contra la muerte que llamaba con sus nudillos y quería abrirse paso por dos boquetes donde se escapaba el tiempo. La vida es eterna en cinco minutos.
Dos milímetros y un milagro, como cada milagro escrito en puntos de sutura, anestesia, vendas y drenajes, en el olor a desinfectante de los quirófanos y las enfermerías. Milagros que forman parte de lo cotidiano, en cualquier plaza de toros, cuando ángeles invisibles extienden sus alas desde el albero hasta la puerta de la enfermería, cuyo camino se traza con regueros de sangre que borran nuevas arenas pero nunca el tiempo y la memoria.
Y mientras esto escribo en internet hierve, se gesta la idea de dedicar esta tarde una ovación al doctor García Padrós y a su equipo antes de que rompa el paseíllo en honor del santo Isidro, el que ayer detuvo con su capote el filo del hachazo a dos milímetros de la muerte, de la nada. Cuentan que en Madrid habrá ovación de lujo y no seré yo quien diga que no es una ovación merecida y sin trampa si es de bien nacidos agradecer a quienes tantas vidas salvan, toreros de bata blanca que se baten el cobre en tendidos de silencio, en plazas de primera y de tercera, entre talanqueras y puestos de campaña, en festejos de primer orden o en encierros del campo. Cirujanos taurinos del mundo, ángeles custodios de hombres de plata y oro.
Desde aquí, en mi palco de salón, soledad y plus, me parto las palmas y me quito el sombrero. Por un cirujano con nombre romano, Máximo, que ayer hizo el milagro cuando los milagros son cosas de los hombres. Por todos los que se parapetan tras los burladeros de los equipos médicos y apuestan todo a nada en una carrera contrarreloj con la vida.
Dos milímetros de milagro en el ruedo y después el rezo vestido de seda y oro en los pasillos y ese silencio que corta la respiración junto a la puerta de la enfermería cuando un torero cae herido. Dicen que ayer vieron a Dios escondido en sus esquinas.
(Aquí dejo mi aplauso hecho palabra. Aquí mi admiración a una profesión que Antonio Crespo Neches y mi 'hermano' Enrique Crespo Rubio, cirujanos de dinastía, me enseñaron a amar y respetar. GRACIAS a quienes cada día veláis por la vida de los que se la juegan en la plaza)
(La fotografía es de Sergio Enríquez para El Mundo)
Va por ti, Saúl Jiménez Fortes
Los toreros rezaban en la puerta de la enfermería y las lágrimas abrasaban en los ojos como lágrimas calcadas de otras lágrimas, las lágrimas de la tarde maldita, hace ahora un año.
Dos veces, dos. Saúl Jiménez Fortes se clavó dos veces de rodillas frente a la puerta de chiqueros como quien hace penitencia en los días de la Pasión. El aire de Las Ventas silbaba el nombre de David Mora, hoy como hace casi un año, aquel 20 de mayo de lágrimas y heridas en la tarde de los tres toreros heridos, Saúl compañero de cartel y carnes rotas, en la tarde de la verdad más cruda del toro, la terna en el mismo hule. Dos veces, dos. Saúl ahí plantado, con su vergüenza torera de rodillas y los toros de Picasso inmóviles en el capote de paseo. Va por ti, David Mora.
Dos veces, dos, se arrodilló el torero como quien purga pecados antiguos, como quien pide gracias a un dios invisible que sólo los toreros saben cuando se hincan de rodillas frente al mundo. Dos veces se ofreció entero en la puerta de los miedos para borrar miedos pasados y la sombra de la tragedia que planeó sobre Madrid otro día, otro mayo. Va por ti, David Mora.
Saúl Jiménez Fortes tenía ya en su mano la llave de la puerta grande después de que Las Ventas se rindiese como se rindió el tercero a su toreo sin trampas, a su querer ser y mandar, tan desnudo y cargado de razones, valiente hasta poner a galopar el pecho de los miles de corazones que latían en su muleta, que terminó por doblegar razones y embestidas, la alegría de la oreja, el cielo de Madrid un poquito más cerca. Va por ti, David Mora.
Dos veces, dos, porque el que quiere ser torero sale a cara de perro aunque le cueste la vida y así se la jugó Saúl Jiménez Fortes, un torero, hasta que el buey que hacía de sexto, seiscientos y pico kilos de toro, hizo presa en su cuello hurgando la muerte que ronda por la yugular y la carótida, la sangre caliente, la huida hacia la nada, un instante y pasaporte, y ya no eres, dejas de ser ahí mismo, mientras algunos buscan la carroña que vende en los telediarios, en el papel, en internet. La foto que hoy se repetirá hasta la saciedad, que ilustra la tragedia en bocadillo con el morbo, mientras un padre, una madre, una hermana, un mozo de espadas, una cuadrilla, corren hacia la enfermería como a quien le arrancan un pedazo de alma. Los toreros lloraban en la puerta. Los toreros rezaban.
Dos veces dos, el sexto, que no humillaba, descolgó para ir en busca de la muerte que acecha cada tarde, la cara y la cruz, la luz y la sombra, los tendidos enmudecidos, la conmoción que envuelve la tragedia, que va de la mano de la gloria aunque nunca le echemos cuentas si no nos sobrevuela y nos oprime y nos recuerda que siempre está ahí, que la vida es el instante. Descolgó para clavar como una aguja de hueso su punta bajo el mentón, allá donde circula sin pausa el tren descarrilado de la vida.
Dos veces, dos, se arrodilló Saúl como quien se inclina ante Dios a la espera un milagro. Quizá por eso el dios antiguo de los toreros escuchó su plegaria despreciando su ofrenda, la propia vida y protegió con sus manos invisibles las venas y las arterias por donde escapan los latidos en un santiamén, ser o no ser, la frágil línea que separa el cuerpo del alma, la vida de la muerte.
Dos veces, dos, el milagro quedó redactado como un versículo sin tiempo en el nombre de Saúl.
Va por ti, Saúl Jiménez Fortes.
(La fotografía es de Juan Pelegrín. Los toreros también rezan)
Dos veces, dos. Saúl Jiménez Fortes se clavó dos veces de rodillas frente a la puerta de chiqueros como quien hace penitencia en los días de la Pasión. El aire de Las Ventas silbaba el nombre de David Mora, hoy como hace casi un año, aquel 20 de mayo de lágrimas y heridas en la tarde de los tres toreros heridos, Saúl compañero de cartel y carnes rotas, en la tarde de la verdad más cruda del toro, la terna en el mismo hule. Dos veces, dos. Saúl ahí plantado, con su vergüenza torera de rodillas y los toros de Picasso inmóviles en el capote de paseo. Va por ti, David Mora.
Dos veces, dos, se arrodilló el torero como quien purga pecados antiguos, como quien pide gracias a un dios invisible que sólo los toreros saben cuando se hincan de rodillas frente al mundo. Dos veces se ofreció entero en la puerta de los miedos para borrar miedos pasados y la sombra de la tragedia que planeó sobre Madrid otro día, otro mayo. Va por ti, David Mora.
Saúl Jiménez Fortes tenía ya en su mano la llave de la puerta grande después de que Las Ventas se rindiese como se rindió el tercero a su toreo sin trampas, a su querer ser y mandar, tan desnudo y cargado de razones, valiente hasta poner a galopar el pecho de los miles de corazones que latían en su muleta, que terminó por doblegar razones y embestidas, la alegría de la oreja, el cielo de Madrid un poquito más cerca. Va por ti, David Mora.
Dos veces, dos, porque el que quiere ser torero sale a cara de perro aunque le cueste la vida y así se la jugó Saúl Jiménez Fortes, un torero, hasta que el buey que hacía de sexto, seiscientos y pico kilos de toro, hizo presa en su cuello hurgando la muerte que ronda por la yugular y la carótida, la sangre caliente, la huida hacia la nada, un instante y pasaporte, y ya no eres, dejas de ser ahí mismo, mientras algunos buscan la carroña que vende en los telediarios, en el papel, en internet. La foto que hoy se repetirá hasta la saciedad, que ilustra la tragedia en bocadillo con el morbo, mientras un padre, una madre, una hermana, un mozo de espadas, una cuadrilla, corren hacia la enfermería como a quien le arrancan un pedazo de alma. Los toreros lloraban en la puerta. Los toreros rezaban.
Dos veces dos, el sexto, que no humillaba, descolgó para ir en busca de la muerte que acecha cada tarde, la cara y la cruz, la luz y la sombra, los tendidos enmudecidos, la conmoción que envuelve la tragedia, que va de la mano de la gloria aunque nunca le echemos cuentas si no nos sobrevuela y nos oprime y nos recuerda que siempre está ahí, que la vida es el instante. Descolgó para clavar como una aguja de hueso su punta bajo el mentón, allá donde circula sin pausa el tren descarrilado de la vida.
Dos veces, dos, se arrodilló Saúl como quien se inclina ante Dios a la espera un milagro. Quizá por eso el dios antiguo de los toreros escuchó su plegaria despreciando su ofrenda, la propia vida y protegió con sus manos invisibles las venas y las arterias por donde escapan los latidos en un santiamén, ser o no ser, la frágil línea que separa el cuerpo del alma, la vida de la muerte.
Dos veces, dos, el milagro quedó redactado como un versículo sin tiempo en el nombre de Saúl.
Va por ti, Saúl Jiménez Fortes.
(La fotografía es de Juan Pelegrín. Los toreros también rezan)
sábado, 2 de mayo de 2015
De Aguascalientes al mundo
José Tomás regresa hoy a Aguascalientes, la plaza donde casi pierda la vida hace cinco años, convirtiendo la arena hidrocálida en el epicentro que sacude los cimientos del toreo. Hoy cualquiera de nosotros daría lo que tiene por estar allí y ser testigo de la resurrección, del milagro. El hombre, el torero, en pie; con una pierna un tanto mermada, la memoria de la carne y de la sangre. Pisando la tierra que pudo ser su última tierra. Alimentando el mito.
No es su hermetismo, ni que ponga su carne donde los demás ponen la muleta, ni que escarbe el centro de la tierra cuando baja la mano, ni que vacíe el alma en cada muletazo. No es el aura de mesías que le ha dado ese gentío que descubrió su toreo como si fuese una revelación mucho después de que algunos, también muchos, le viésemos torear cuando hacía temporada de plaza en plaza como apóstoles primigenios conscientes del encuentro con un genio sin tiempo. Porque José Tomás no es un genio del siglo XX, ni del XXI. Los genios no tienen tiempo, no tienen época. Sólo leyenda y eternidad.
Después vinieron los sonetos de Sabina y el esnobismo de aquellos que no habían pisado en su puta vida una plaza pero te encontraban a la salida y te recitaban un teorema aprendido de corrido como el padrenuestro, su análisis enciclopédico, teórico y cargado de tópicos de algo que ni entienden ni conocen: que si este tío es la hostia, que si los terrenos del toro, que si el valor seco, que si el toreo horizontal, que si busca que le mate un toro en la arena... que si su puta madre, oiga; que a mí no me venga a dar la plasta.
Mientras, algunos salíamos empapados de emoción, alma y misterio, ese misterio que siempre le envolvió antes de que fuese un fenómeno social, una máquina de devociones sin sentido y millones de euros sin duda tan necesarios para la tauromaquia, pero tan alejados de esa grandeza que no necesita palmeros ni aplaudidores, ni pelotas ni voceros, sólo silencio, silencio y rezo, sin testigos, para uno mismo. Ese toreo que te hace temblar entera por dentro por su verdad, tan descarnado, tan sabio y tan profundo, surgido de la misma tierra. Ese toreo que se siente en las tripas, en la garganta, en el corazón al galope, en la tensión de los músculos, en el silencio reverente de unos tendidos absolutamente noqueados. Sólo el heroísmo de quien se ofrece entero en la plaza y a puerta cerrada porque es su manera de entender la vida. Porque vivir sin torear no es vivir.
José Tomás regresa hoy a Aguascalientes. En España serán la una de la madrugada, como aquella madrugada en que algunos regresábamos de copas y nos quedamos toda la noche en vela pegados al ordenador con el corazón en un puño porque el torero y el mito se nos iba en sangre después de aquel encuentro con Navegante. Aquella noche de colas en la puerta de la enfermería para donar sangre mientras en el ruedo quedaba un reguero de ocho litros; ocho litronas de cerveza, cuatro cocacolas grandes, un bidón y pico de agua, un par de cubos de plástico, unas latas de refrescos. Ocho litros, poco más. Ocho litros que eran un océano que mantenía separadas dos orillas, la vida y la muerte, Méjico y España, el filo invisible de la muerte acariciando en las ingles. Noche de vigilia en España con el alma pegada a las puertas de un quirófano.
José Tomás regresa este dos de mayo a una plaza donde se venden libros y carteles para sus devotos como quien acude a Tierra Santa en busca de vestigios de la vida del Cristo, reliquias de aquel día que pudo cambiar la historia del toreo. Hoy en Aguascalientes se sacuden los cimientos del mundo taurino, de la profunda emoción de quienes un día le seguimos de plaza en plaza y el fanatismo de miles, millones de esnobistas que le siguen a golpe de talonario porque alguien un día les dijo que era un genio sin tiempo, único e irrepetible. Y eso se paga. Tanto tienes, tanto vales. Será que soy pobre, lo siento: les detesto.
Si el regreso de José Tomás se hubiese emitido hoy en una cadena de televisión, hoy el mundo de la comunicación hubiese petado. España y el mundo taurino seguirían en vela como aquella noche de vigilia, ahora desde la alegría de ver al héroe regresar al lugar de los hechos. Es sólo la opinión de una periodista de provincias en el dulce exilio taurino, pero es la mía: hoy el mundo, todos aquellos que le admiramos sin fisuras, bien valíamos unos derechos de imagen galácticos para ser testigos del momento, de un pedacito de la historia del siglo XXI. Hoy las cámaras de televisión deberían estar en Aguascalientes, desde Aguascalientes al mundo.
Los dieciséis millones de euros que se calcula generan el regreso del dios de Galapagar se multiplicarían hasta el infinito. Se taparían miles de bocas que claman contra esto. Se cargaría de razones a la televisión pública para retransmitir unos festejos taurinos que se comprometieron a emitir pero que han quedado en una corrida y una encerrona en cuatro años de pasotismo absoluto y tomadura de pelo a todos los aficionados, que nos callamos, decimos amén jesús y acudimos a canales de pago para ver las ferias. Porque somos miles, millones, que mantenemos el silencio de los corderos. Amén, amén.
Siempre he respetado al torero, sus razones, su reivindicación, su pulso contra todo lo establecido. Eso le hace aún más grande a mis ojos. Siempre he admirado su dignidad para alejarse de los mangoneos de los despachos, ese no querer ser carne de cañón para que unos cuantos usureros se forren a costa de sus muslos. Pero José Tomás hoy regresa a Aguascalientes y la plaza tiene un aforo que reventaremos millones de almas y de deseos.
Hoy el mundo del toro pierde una magnífica oportunidad de reivindicarse, de vocearle al mundo que existimos, que somos millones, que miramos al futuro; de celebrar en nuestra vigilia el regreso de un torero sin tiempo, de un genio con el que hemos tenido la infinita suerte de convivir. Eso también es defender la tauromaquia. Y lo necesitamos como el comer, como necesitamos su regreso, el soplo de vida que esta madrugada barrerá la arena del planeta cuando suenen los clarines en Aguascalientes y vivos y muertos se pongan en pie para rendir pleitesía al héroe.
Suerte, MAESTRO.
(La foto, tan rotunda, es de la maravillosa Anya Bartels-Suermondt, que guarda la esencia de su alma en blanco y negro. Esta noche, Rosa Jiménez Cano, nos debes mil y un tuits desde Méjico lindo y querido. Te quiero como siempre, te envidio como nunca)
martes, 14 de abril de 2015
Me lo cuentas, Néstor
Ahora que ya se han apagado los ecos de la encerrona de Madrid. Ahora que el poso del tiempo ha dejado atrás a los histriónicos del 'batacazo', a los derrotistas de lo 'imposible', a los resabiados del 'previsible', a los expertos analistas de cada tarde a toro pasado, cuando ya no queda en pie ni el apuntador.
Ahora que los ojos y el corazón vuelan a una Sevilla de carteles a medio gas y ausencias imperdonables. Ahora es cuando de repente escribo tu nombre, Néstor, el nombre de un apoderado que para bien o para mal se bate el cobre por su torero, como si fueran una sola cosa. Así, porque sí, porque de cuando en vez regreso del exilioy me da por sentarme y abrir este blog medio muerto que resucito cada no sé cuántos meses.
Porque nada te debo ni me debes. Y si algo bueno tiene el exilio es que escribes cuando te da la gana, sin imposiciones, ni cabeceras, ni titulares, ni público fiel. En la soledad de esta salón de casa donde me da la impresión de escribir para mí misma. Sin necesidad de actualidad, sin las prisas de ser el primero, sin las servidumbres que imponen los que pagan, los que mandan, los que mangonean, tú te quedas tú te vas.
Un día te dije que los mismos que un día te encumbran al día siguiente te saltan a la yugular. En el toreo y en la vida, porque el toro no deja de ser una porción del inmenso ruedo del mundo. A ti, a tu torero, a todo lo que se les ponga a tiro. Leña al mono. Y ahora que se han apagado los ecos de la encerrona de Madrid yo sigo pensando que fue histórico y más que positivo que un torero pusiese a reventar los tendidos de Las Ventas en una tarde de marzo fuera de abono.
Que la apuesta era dura, muy dura y que si salía cruz iba a ser mucha cruz y os iban a dar hasta en el carné, igual que si saliese cara iba a haber legión de palmeros fandiñistas de toda la vida. Líbreme Dios de los unos y de los otros. Y salió cruz, o al menos Iván pasó una cruz en el ruedo viendo cómo se iba la tarde, y la apuesta, y los sueños, que toro a toro iban pesando como una losa, como una lápida en caída libre sobre tantas ilusiones, tantas noches en vela, tanto amor propio. Quizá no acertó ni vistiéndose ceniza cenizo, plomo plomo.
La apuesta era dura y se llenaron los tendidos. Madrid estaba como una novia asomada a la ventana dispuesta para la serenata. Quizá se llenaron de los que piensan que los que tienen sangre de Domecq son bobas que no cornean, de los que desprecian a los toreros que eligen sus ganaderías y quieren salir del circuito de las duras. Quizá la gesta ni fue gesta. Pero sí fue un gesto. Un gesto inmenso, una apuesta en sí misma por el toro y por el futuro.
Han pasado los días. He roto el exilio y la promesa de no leer, de no escribir, de no querer saber más; porque al final siempre regresas, y lees, y escribes y quieres saber más. He leído los bocados al cuello, las críticas cómodas desde la barrera, cuando sólo te juegas unos euros al mes o la tinta de una pluma, no los muslos, las carnes y el corazón. He leído también el honor y el coraje de un torero asumiendo una tarde negra y mirando al futuro. Mañana será otro día.
Y me he acordado de ti, Néstor, porque también era tu apuesta. Y no saliste perdedor si la apuesta era confiar en el torero. Aunque sobrepasado en la tarde de los Ramos que devino en la tarde de la cruz, yo sigo esperando al León, al torero, y agradezco el gesto histórico de ilusionar a una plaza y poner la tarde reventona aunque las ilusiones se diluyeran en el aire. Pero Madrid respiró un aire nuevo de tiempos pretéritos, cuando no daba vergüenza ser, declararse taurino y abarrotar las plazas.
No hubo malos ni buenos. Una tarde de toros siempre es eso: lo que vendrá, lo que no se puede prever ni adivinar. Esa es también la magia que nos atrapa. No justifico los mordiscos a la yugular en las horas bajas. Un día te dije que los mismos que te encumbran son los que luego te pisan la cabeza sin que les tiemble el pulso y después, en las tardes de triunfo, te salen de palmeros por bulería, que jamás tendrá la profundidad de la soleá. La soleá queda para los amigos, para los que te quieren, para los de la trastienda, que no se ven pero son y están.
La apuesta era dura, quizá previsiblemente dura. Y salió cruz, quizá previsiblemente cruz aunque todos hubiésemos firmado cara. Pero me quedo con la cara impagable, preciosa, de una plaza de Madrid llena e ilusionada. Y si hubo un mentor, Néstor, si tuya fue la apuesta y la confianza en el torero, sólo queda asomarse al futuro y seguir apostando.
El día que salga cara me lo cuentas. No hará falta. Un coro de aduladores y oportunistas escribirá en letras grandes que siempre creyeron en ti, en él, en vosotros. Abrasarán los teléfonos, resonarán como un tablao en noches de farra los abrazos en la espalda. Plas, plas, plas, plas. Cojonudo Fandiño. Siempre lo dije.
No olvides que también eso es la cruz de cuando sale cara. Nos vemos en las plazas.O no nos vemos, si es que ando buceando por el exilio y el silencio. Sin palmas ni palmadas en la espalda.
Simplemente estoy.
(La foto, maravillosa, es de Anya Bartels-Suerdmont, mangada, sin pedir permiso, pero con todas las bendiciones de su generosidad rubia y su mirada mágica).
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