domingo, 17 de abril de 2016
Castaño abre la puerta de la vida
A veces una ovación bien vale una vida, premia la vida misma. Javier Castaño regresaba hoy a Sevilla y a sus Miuras en la última de feria como si fuese una tarde más. Pero no era una tarde más; era la tarde después de una noche larga de miedos e incertidumbres; después de muchas madrugadas de analíticas, después de muchas mañanas con las venas abiertas recibiendo el veneno de la quimio que mata y a la vez cura.
Sin pelo, con la cabeza monda y lisa de quienes han pasado por un tratamiento tan brutal (esa cabeza donde caben todos los besos, todas las caricias, todo el amor del mundo); Javier aparecía hoy como un resucitado en la mañana de la Pascua, como un héroe de carne y hueso de los que pululan en los pasillos de Oncología, como un torero sin coleta que acaba de lidiar su peor toro, el del cáncer, que nunca se sabe cuándo va a salir por chiqueros, que nunca se espera, que no tiene fecha ni guarismo.
Javier volvía hoy a la cara del toro, ese toro que le ha mantenido en pie cuando otros no podrían ni caminar, cuando otros no podrían jugar los brazos ni sujetar una muleta por el estaquillador. Y ha volcado su alma tras dos espadazos que han terminado de vaciarlo, de vaciarnos. Y ha brindado a Luis Carrasco, el médico que le ha devuelto a la vida, a los brazos amorosos de Chus, a la ternura de la pequeña Sabela.
Javier ha regresado como una lección de esperanza a ese toro con el que soñaba cuando se jugaba la vida a puerta cerrada, en el silencio de los hospitales, en lo cotidiano de los efectos secundarios, la falta de sueño, el inmenso cansancio, las molestias estomacales, la incertidumbre, la batalla al cáncer entre cuatro paredes.
Sevilla ha ovacionado al hombre y al torero. La vida bien vale una ovación, una plaza en pie, un rezo, un cántico, un brindis. Y Rafaelillo, tan torero, tan inteligente y poderoso siempre, ha brindado de torero a torero por la vida, por el futuro, por muchas tardes de toros, por la alegría de vivir, por la valentía de vivir, de torear cada día fuera de los ruedos.
Así Javier, que ha vuelto sin coleta pero con todo su bagaje de torero que no tuerce la cara, con oficio, firmeza y solvencia ante un lote que no se lo puso fácil, ha salido a hombros por la puerta de la vida, que es la más cara de abrir, la más difícil de descerrojar. Agotado, pero tan inmenso, con el sueño cumplido: regresar al toro que le da la vida.
Dicen que salía a pie de La Maestranza. Pero yo sé que Javier hoy ha sentido el peso del cielo sobre sus hombros con las zapatillas clavadas en la tierra y la vida cosida en su traje de palo de rosa, sobre la misma piel.
Yo también te saco a hombros, Padilla
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Juan José Padilla por la Puerta del Príncipe de Sevilla (Foto Efe) |
Juan José Padilla salía ayer por la Puerta del Príncipe a hombros de su hermano Jaime, torero de plata, la misma sangre, la misma ley, aquellas lágrimas en el callejón. A hombros de su tesón, de su voluntad, de su coraje, de su admirable fuerza y su ejemplo. A hombros de su lucha, de su alegría, de sus soledades, de su tremenda fe, de sus miedos, de sus victorias. A hombros de la memoria de más de veinte años de alternativa, de tantas plazas, de tantos nombres de leyenda, de no volver jamás la cara ante las más duras.
Aún soñando, Juan José me decía esta mañana que ha sido un regalo de Dios poder vivir ese momento. Pero no, Juan José. No ha sido un regalo de Dios, aunque comparto contigo que Dios se posa sobre todas las cosas. No ha sido un regalo de Dios, ni siquiera de los hombres. La Puerta del Príncipe de Sevilla se abrió ayer porque Sevilla se rindió al corazón, a la pasión, al agradecimiento a quien tanto le ha dado al toro, a quien tantas tardes ha ofrecido su vida sin guardarse nada.
Ayer era la tarde porque todo lo hizo bien en puro Padilla, con su forma de entender e interpretar el toreo, yéndose a portagayola como quien empieza en esto, con ambición en los lances, en los quites, el poderío de sus banderillas, la muleta mandona y el alma detrás de la espada. Puro ciclón. Lo de menos, y algunos me harán la cruz, fueron las orejas, el criterio inamovible de quien considera que Sevilla ha perdido el juicio. Para mí lo ha ganado por la mano. Y habló el pueblo, el que ruge, el que mantiene vivo esto, el que paga, el que decide. Díganme ahora que de esto no sé y lo mismo aciertan, que no digo que no. Pero siento. Pero creo. Pero vivo. Sevilla fue un enjambre de pañuelos blancos como los latidos de miles de corazones.
Y aunque los más ortodoxos apliquen reglamentos y normas, el toreo no se va a venir abajo porque ayer una plaza estallase en una tarde de abril, una más de miles de tardes, en la que Padilla fue puro corazón, pura entrega, pura ofrenda en el ruedo. Con la ambición de un chaval que busca su sitio, con el valor de quien no ha perdido la vista y tiene centenares de puntos de sutura en el cuerpo, con la alegría de quien acude a una cita con su eterna novia y por fin ve abierta la puerta de su cancela y puede acariciarla.
Para bien y para mal las orejas son despojos. Y el toreo es mucho más que eso. El día que no haya emoción, pasión, corazón en una plaza esta menda no volverá a sentarse en un tendido. Por tus cientos de paseíllos con los Miuras y los Victorinos, con los hierros más duros; por tu enorme amor al toro, por tu permanente ofrenda y por tu ejemplo, de haber estado en Sevilla yo te hubiese alzado sobre mis hombros. Ayer era la tarde, 16 de abril en el calendario.
Enhorabuena, Juan José Padilla, porque lloré contigo y el corazón se me disparó cuando atravesabas la puerta de la gloria y tocabas el cielo de Sevilla. Porque regresé a aquella tarde en Zaragoza, a tus años de gladiador sin apenas recompensa cuando pocos te conocían, a tus ferias con cuentagotas y las carnes abiertas, a aquel indulto a un Victorino en San Sebastián coreado en El Puerto a miles de kilómetros, a aquella noche en que mi corazón se quedó apostado en las puertas de un quirófano a la espera del milagro, a tu ejemplo, tu paciencia, tu generosidad, esa fe que mueve montañas, ese corazón tan grande, tan torero y tan humano.
No; no fue un regalo de Dios, ni de los hombres. Los reglamentos se hicieron para romperlos, para que cobren vida, para las excepciones con los seres excepcionales. Y ayer Sevilla supo sacar a un torero, pero también a un excepcional hombre de carne, hueso y alma, por su puerta eterna, la de los sueños, la de los príncipes.
Yo también estaba allí, ahí mis hombros. Mis respetos.
jueves, 14 de abril de 2016
Cobradiezmos y Ureña, el milagro del bravo y del toreo
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Paco Ureña bajo la mirada de mi amigo Álvaro Marcos |
Cobra diezmos, o eso dice su nombre, pero puso precio caro a su vida y no cedió; se la cobró tan cara a Escribano que no hubo muerte, sino gloria, un canto a la vida, un reconocimiento a los cinco años de crianza en el campo, a la ciencia y la paciencia de una dinastía ganadera.
Cobradiezmos, de Victorino Martín, presentó en La Maestranza sus credenciales: bravura, casta, clase, motor, recorrido, transmisión, codicia, seriedad, armonía, preciosas hechuras. Un toro guapo, vaya. Lo tenía todo. Con el hocico empapado del albero maestrante, haciendo surcos en la arena por ambos pitones, decidió que no ponía precio a su vida. Y entonces surgió la magia del toro bravo, la emoción hasta las lágrimas, ese milagro que esperamos todos los aficionados cada tarde, el que nos mueve, nos hace soñar, nos acelera el pulso y el corazón.
Cobradiezmos se ganó la vida en la plaza, se la cobró en la muleta de Escribano. No. No lo indultó el sevillano, que sí le ayudó a no morir, a ser ya eterno en la historia de la Plaza de Sevilla. Y no porque quiera restarle méritos al torero, que hay que estar ahí y aguantar esas embestidas sin fin, todo por abajo, y darle sitio y largura y ser generoso para lucir sus virtudes, cosa que hizo con ambición casi de novillero desde que se fue a portagayola después de que Ureña bordase a ralentí el toreo y calentase la tarde, y las almas, y el deseo.
Y Sevilla se entregó y enloqueció, se rindió al bravo Victorino que representa todo lo que un aficionado, un torero, un veterinario, un ganadero pueda soñar, aunque cueste tan caro ganarse la vida. Todos estuvimos de acuerdo, nadie pudo poner un pero, quizá porque cuando uno veía a ese toro no había palabras, solo emociones disparadas, agradecimiento después del tedio, y la lluvia y el maíz.
Fue un torazo, mucho toro; un derroche, un escándalo, un sueño, pura magia. Un gris de Victorino de los que te devuelven la fe y la ilusión. De los que te hacen salir con las lágrimas en los ojos, la garganta reseca y el alma rota. Cuando salía entre los bueyes hacia el campo y la libertad, hubo lágrimas en la plaza y el redoble de miles de corazones. Lágrimas sin drama, de pura alegía, de puro milagro.
Porque milagro llama a milagro y milagro fue el toreo tan puro y tan de verdad de Paco Ureña, que dibujó a cámara lenta pases eternos por ambos pitones manados del alma, de las tripas, de esa humildad que le hace tan grande, de ese silencio que hace que interiorice hasta los tuétanos el compás eterno, la cadencia del toreo. Resarciéndose del banquillo y del olvido, demostrando que aquellos sobrenaturales de Madrid que aún no se han terminado en nuestra memoria no fueron una casualidad, sino fruto de todo lo que atesora dentro, tan pausado, tan exquisito, tan torero con Galapagueño.
Sevilla ha vivido hoy dos milagros con nombre propio. Uno se llama Cobradiezmos y será padre en casa de Victorino. El otro se llama Paco Ureña y representa el triunfo de los sueños, la cordura en un mundo de locos que hasta hace nada no le daba sitio y le obligó a madurar en la sombra.
Benditos seáis, toro y torero.
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martes, 12 de abril de 2016
Sentir el toreo
Me cuentan que en Sevilla andan las nubes que si sí que si no pero ya estoy con el corazón en La Maestranza y el mando del Plus en la mesa. Porque hoy torean Morante y Urdiales en Sevilla y eso es causa de fuerza mayor para abandonar el exilio a Marte, de periodista tiesa y sin tribuna, y volver a escribir en este blog mío berrendo en colorao donde no hay presupuesto pero al menos soy mi jefa sin anunciantes, inquisidores ni ponedores para escribir al dictado.
Regreso por el placer de escribir como regreso esta tarde al Plus y a la Maestranza porque torean Morante y Urdiales, dos de los tres que conforman mi cartel perfecto, redondo. La genialidad, la pureza; el arte; el concepto; la belleza, la hondura.
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(Foto Arjona) |
Y a mí me interesa más el verso, el ritmo, la belleza imposible y tan efímera de una media, una sola, que se llama excelencia, que cuarenta pases sin alma técnicamente perfectos. Ese duende, ese gracia que no se aprende, que corre por dentro como la sangre. Supongo que ahí reside la invisible frontera de la genialidad, de la inspiración, de la magia. Y me mueve, y me emociona, y me dispara el pulso. Y entonces siento el toreo como una sacudida eléctrica que a veces hasta duele de bonito.
Hoy torea Urdiales, ese del que algunos dicen que es peor torero si va con la FIT -lo jodido es que hasta se lo creen-; ese del que otros dicen que sí, pero que nunca redondea, que es frío. Y pienso en su valor seco, en su verdad, en su pequeña figura de gigante cuando se crece en la plaza. Pienso en la necesidad de grabar con una cámara todas sus faenas y ponerlas en las escuelas taurinas para enseñarle a los chavales cómo se coloca uno ante un toro, cómo acaricia el aire una verónica; cómo se cita, cómo se vacía uno entero detrás de una muleta, con los pies asentados, dando el pecho y los muslos, manteniendo vigente en el siglo XXI el toreo eterno, con el que se identifican mis padres, en el que se reconocen los abuelos.
Pienso en la arena negra de Bilbao, aquellas lágrimas, aquella tarde perfecta cuando ese tío frío, ese que no redondea, me hizo temblar entera cuando se la jugaba a cara o cruz sabiendo que ahí, tras la espada, se iban su vida, sus sueños, su esfuerzo, tanto, tantísimo trabajo, tantísima lucha. Y siento el toreo como un latigazo que me rompe entera.
Yo ya os espero. Cierro los ojos y empujo las nubes para que no llueva, para que merezca la pena este retorno de Marte -bueno, de Marte y de que soy "muy buena" pero nadie me compra, vaya, que no intereso ni hay parné- que ya ha merecido la pena solo por paladear la emoción de vuestro toreo en mi memoria.
Sevilla os espera. Unos irán a los toros, verán una corrida, sacarán el pañuelo, harán sus estadísticas, agitarán el gintonic y encenderán el puro. Otros, un puñado, sentiremos el toreo, su música y su silencio. Y si así fuese, si ardiésemos por dentro aunque solo sea un instante, tocaremos desde la tierra un pedazo del cielo de Sevilla.
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domingo, 21 de febrero de 2016
Puerta grande para Mora y Fortes
No, no me he equivocado. Podría haber escrito esta entrada ayer, o media hora antes de la corrida de hoy, o el día que se hicieron públicos los carteles de Vistalegre , o cuando entre los aficionados era ya un secreto a voces que David Mora y Saúl Jiménez Fortes reaparecerían hoy juntos después de haber mirado de frente a la muerte.
Recuerdo aquella tarde de San Isidro, aquel recibo a portagayola que casi le cuesta la vida al torero de los seguidores morados. El tabacazo en la femoral, el reseco en la garganta. Aquellas lágrimas, aquella angustia, esa certeza de que somos el instante, de que en cualquier momento dejamos de ser.
Recuerdo aquella tarde de agosto en Vitigudino. La vigilia de la madrugada. Aquel calor denso junto a la puerta de la UCI en Salamanca, los ojos de Mary Fortes hinchados porque no cabían más horas sin sueño, más lágrimas hacia adentro bajo los párpados. Aquella luz blanca, ese silencio, esas medias voces, ese aire denso que no se respira, se mastica y te obstruye las vías. La vida escapando por un boquete en el cuello, aquel parte médico a dos milímetros de la muerte.
No me he equivocado, no. Mora y Fortes han atravesado la puerta grande de la vida. Hace tiempo que dejé de escribir crónicas desde el exilio y ya no me importa si esta tarde tocaron pelo, si Mora ha vuelto con el poso de quien siente el peso de la vida sobre los hombros, si Fortes ha recuperado el sitio que nunca perdió, la suela de plomo y verdad de sus zapatillas, asentadas, hundidas en el albero, la mala suerte de su lote casi imposible, a la contra. Otros lo contarán, otros cantarán la emoción contenida de los tendidos que recibieron a dos toreros como quien se encuentra con Jesús Resucitado por partida doble.
David Mora y Saúl Jiménez Fortes salieron por la puerta grande el día que atravesaron la puerta del hospital para ir a su casa. Para dormir en su cama, para recuperar a sorbos pequeñitos la vida. Para soñar en toreros la hora de volver a la arena. Para conservar la calma, el valor y la ilusión de volver a mirar de frente a la muerte y decirle: "no has podido conmigo".
Y por eso hoy regreso del letargo, de esta pereza y esta decepción que me da enfrentarme a una pantalla en blanco que un día llené de ilusiones que nunca se cumplen, de la ingenuidad de quien cree que lo que es justo algún día ha de servir para algo. Pero eso es otra guerra, otro cantar. Acaso más silencio.
Por ellos, solo por ellos. Por dos toreros, por dos hombres que regresaron de los brazos de la muerte para flirtear con la vida. Por no guardarse nada a la hora de ponerse delante, por su sangre tan de verdad en un mundo tan de mentira. Porque son de carne y hueso, porque sus heridas duelen, porque llevan escrito en la piel que solo somos el instante, les debía esta entrada, este regreso al blog berrendo y colorao.
La crónica de una puerta grande en el rincón de mi admiración, de mis sueños.
No no me he equivocado. Bienvenidos a la vida.
(La foto es una captura de Javier Carabias en twitter; un brindis generoso de Saúl por la vida)
sábado, 29 de agosto de 2015
Diego Dignidad Urdiales, Rioja y oro
Bilbao rugiendo con la voz ronca de la emoción y un torero, Diego Urdiales, llorando en el ruedo. Bilbao entregada, testigo por fin de una verdad tan brutal que escribo ahora quebrada, vencida, como si hubiese corrido por todo el mundo sin deternerme siquiera a beber.
Urdiales llorando en el ruedo, Rioja y oro, después de rompernos por dentro, de dispararnos las emociones y detener a su antojo los relojes sin horas. Después de hacer verdad lo que los demás solo sueñan: el toreo eterno, sin tópicos, desnudo y profundo como un filo que hurga en lo más hondo sin sangre y sin herida.
Urdiales vaciándose con un tacazo de Alcurrucén después de acariciar miles de corazones en su muleta, abandonándose, con la historia y la memoria en sus muñecas y todo lo demás -el futuro al fin- sobre los hombros, en los poros, en la cabeza, en el pelo, en las manos. Urdiales torero de cuerpo entero, la clase y la cadencia, entregándolo todo como si no hubiese más tardes ni más días ni más plazas, Rioja y oro, dejándose la piel y el alma en su Bilbao de arena negra y cielo azul, cielo de puertas abiertas.
Diego Urdiales resucitando la voz antigua del toreo sin tiempo, la métrica clásica, la poesía, robándome las palabras, arrancándome lágrimas que queman como si fuesen las primeras, si son las primeras después del dolor de la muerte vivida, incrustada en las carnes y en el alma. Lágrimas que limpian por dentro como si fuesen lluvia que todo lo calma, que todo lo alivia, que tiene que empapar la tierra para que sea verdad la primavera aunque se llame agosto, Rioja y oro, Bilbao.
Lágrimas que compensan tanta injusticia, tanta sordera y ceguera en los despachos, cerrados a golpe de mamoneo para quien se sabe y se reivindica torero sin recorrer el túnel maldito, sin tragaderas ni servidumbres, sin agachar la espalda ni la frente. Diego Dignidad Urdiales. Rioja y oro.
Lágrimas negras acaso porque negra es la arena de Bilbao, erigida hoy en peana de un sueño acariciado tan de largo que escribo sin palabras porque este sueño no termina, ni se acaban estas lágrimas que no sé si son negras, pero son y duelen de pura emoción. Lágrimas que escriben una lección de tauromaquia y de vida, tanto recorrido, tanto luchado, tanto sufrido, tan pocos pero buenos amigos cerca, en la pureza del retrato de carne, hueso y alma, más allá del torero. Lloro, soy con vosotros, somos contigo.
Lágrimas acuñadas en mi salón a cientos de kilómetros de Bilbao rugiendo, en mi abono de Plus sin palco de invitados ni vecinos de tendido ni micrófonos ni postureos escribiendo a raudales como ahora escribo sin puntos ni comas ni frases ni concierto ni orden, el mundo patas arriba, mi corazón al galope, los ojos cerrados, las espadas en lo alto, el toreo desde las tripas, desde dentro, la música, la arena negra, Rioja y oro, Diego Dignidad Urdiales tan grande, tan sin mentira.
Y asi, vacía y rota como si hubiese corrido por todo el mundo sin siquiera beber, regreso a mi exilio de periodista sin tribuna, brindado en la copa de mi vida con la sangre tinta y oscura de la cepa a tu salud, acción de gracias, vino bendito, bendito seas Diego.
Bilbao rugiendo y un hombre llorando en la arena. Un torero.
Diego Dignidad Urdiales, Rioja y oro, abriendo la puerta grande, tocando el cielo inmenso de Bilbao, rubricando el sueño.
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miércoles, 15 de julio de 2015
Que los defienda su madre
(La IMPOTENCIA del aficionado y la PASIVIDAD del sistema)
Los cambios políticos de los últimos tiempos están propiciando una ofensiva a la tauromaquia como hasta ahora no se había visto. Un ataque sin precedentes que evidencia cada día más que los aficionados vamos por un lado y los profesionales, los que viven de ello, por otro.
Basta pulsar las redes sociales, auténticos altavoces de los aficionados, para palpar el monumental cabreo y la impotencia que sienten los aficionados ante la pasividad de las figuras, los empresarios y ganaderos que, a pesar de la que está cayendo, hacen como que la fiesta no va con ellos. Y no, no va con ellos.
No va con ellos mientras no den una respuesta contundente, que es la que el aficionado espera, un golpe en la mesa, un "se acabó".
No va con ellos mientras no se gasten la pasta -los que la tienen, que a otros les sigue tocando poner para torear- e impulsen de una vez un órgano plural y multiprofesional con juristas, abogados, economistas, periodistas, profesores. Un órgano que ponga los puntos sobre las íes, que denuncie los atropellos, las falsas informaciones, las amenazas, las infamias, bulos y trolas que circulan en los medios de comunicación y en las redes, en su mayoría interesados y posicionados, mientras no se informe correctamente de lo que ocurre.
La Ley de Maltrato Animal no engloba a la tauromaquia, protegida en todo el país -también por ley- como Patrimonio Cultural Inmaterial. Pero permitimos la manipulación de la palabra 'maltrato' sistemáticamente sin que nadie denuncie. Y permitimos que ese supuesto maltrato cale en los niños a quienes se adoctrina desde pequeños.
La tauromaquia es la segunda actividad que más dinero genera en las arcas del país, además de mantener 250.000 puestos de trabajo directos o indirectos. Pero permitimos que circule libremente la idea de que los toros son la sangría del Estado, que somos unos jetas que nos alimentamos del esfuerzo ajeno, cuando son los aficionados paganinis los que sustentan la fiesta y cuando el dinero que generan mantiene abiertos hospitales, colegios y comedores. Ah, pero eso no se cuenta.
La tauromaquia, gravada con el 21 por ciento de IVA como el resto de actividades culturales y bastante menos subvencionada que el cine español o el teatro (recaudando seis y once veces más en impuestos que lo uno y lo otro), dejará de ser subvencionada, cuando no prohibida -contraviniendo la Ley-, en numerosos ayuntamientos de extrañas siglas y pactos que se creen que ponen una pica en Flandes anulando la libertad de millones de personas. Esa es su democracia, ese su respeto.
Alcaldes y concejales fascistiodes que mienten con las cifras y se pliegan a la violencia y las presiones de treinta tíos pintados con tomate. Treinta frente a los miles que acuden cada tarde a los toros. Treinta que los medios convierten en noticia, en vez de cumplir su obligación de informar sobre un acontecimiento cultural de primer orden.
No son ellos la noticia. La noticia son los 20.000 tíos que cada día han llenado Pamplona; los 25.000 tíos que durante un mes han llenado Madrid, los 650.000 que han pasado en San Isidro, que pagan sus impuestos y que tienen derecho a seguir información en una televisión pública.
Y hay fórmulas legales para luchar contra ello. Pero no se ejercen. La Asociación Internacional de Tauromaquia, que ha logrado blindar los toros en más de 5.000 localidades del país, también en 17 de Cataluña, con la inestimable ayuda de aficionados anónimos, podría hablar largo y tendido sobre ello. Pero interesa más hacer caja, glin glin glin, y la callada por respuesta.
El aficionado está harto de insultos, de bloquear a veganos agresivos, de desdecir bulos y bobadas, de explicar, de consensuar, de dejarse los dedos en el teclado, en el teléfono, y el culo pegado en el hormigón (a 40/50 euros los tendidos de sol, manda huevos, puta avaricia) para defender su pasión, que no tiene banderas ni símbolos políticos.
Pamplona ha sido un escaparate al que se han asomado dos millones de personas cada mañana para ver los encierros. Ante el ataque sin precedentes que está sufriendo la tauromaquia nadie ha dicho ni pío, nadie ha aprovechado ese potencial para decir las cosas claras, para reivindicar en la cadena pública el lugar que merece la fiesta, el respeto que merecen profesionales y aficionados.
Con desmonterarse ya está todo arreglado, la tauromaquia está salvada, como decía el otro día Charo en ABC. Se agradece el gesto, pero que no deja de ser un brindis al sol, como lo han sido algunas reuniones sin acuerdos de facto. Desmonterarse, mientras antis, veganos, animalistas y políticos dogmáticos se escojonan y continúan su cerco a la tauromaquia, su recorte de las libertades, su falta de respeto a la capacidad de decidir de cada uno.
Quizá sería el momento de paralizar la temporada; de paralizar la economía, la hostelería, el turismo; de dar un golpe en la mesa. De salir a la calle, de llenar las plazas, de denunciar, de defender. Pero con las figuras por delante, que son las que tienen proyección pública y las que además viven de ello, aunque un toro les pueda quitar la vida. Lo mismo si un día le quitan los toros y el pan se enteran de qué va el cuento.
La voz del aficionado es un clamor. El clamor de la impotencia, de la soledad y de la rabia. Fueron los aficionados los que se pasearon por toda España recogiendo firmas para proteger por Ley los toros. Y se logró. El mérito es nuestro. Nuestro, de los que fuimos de plaza en plaza con los pliegos en el bolso.
Y ahora, mientras no haya una defensa clara y contundente, mientras no se implique quien se tiene que implicar y pongan pasta y no pasen ni una, los aficionados luchamos solos en esta guerra, cada vez más debilitados, más hartos y más cansados.
Cada vez más pensando "que los defienda su madre". Porque a nosotros, señores, visto lo visto, no nos defiende nadie.
*(Los datos económicos son del profesor y amigo Juan Medina, que se autoexilió, como tantos, harto de tantas cosas)
*(La foto es del blog latitud91.wordpress.es)
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