domingo, 2 de octubre de 2011

Dos de dos, el milagro


Por ir a la contra, contra lo que estaba cantando, contra lo que estaba escrito, quise tener fe en los de Gavira. Porque el día que murió Antonio Gavira escuché llorar al campo gaditano, lo juro. A lo peor entonces se murió uno de los últimos soñadores del toro y se murió también la casta en sus cercados.

No estaba en la plaza, pero a mi manera hice un acto de fe, como quien reza mil padrenuestros juntos cada vez que se abría la puerta de chiqueros. Dános hoy el pan, quítanos esta sed. Y aunque la fe mueve montañas, no fue capaz de mover toros de cinco años y quinientos y pico kilos. Armazones sin alma. Orientados. La fe, que mueve montañas, no cambió el signo de la tarde, tan predestinada.

Pero sí hubo milagro con la fe a contracorriente. Ayer creí más que nunca en el dogma del toreo, o me matas o te mato, o me llevas por delante o te someto. Vergüenza torera, orgullo y poso. Ahora y siempre.

Dos toreros vestidos de verde; como una primavera en octubre, como los mantos de las Vírgenes que apuntan a la esperanza. Ayer creí en la emoción, en la verdad descarnada de los que no llevan la G mayúscula por delante pero son toreros en mayúscula y dignifican y hacen grande el toreo. Ayer los ví crecer sobre sí mismos, sobre la tragedia, sobre el sacrificio de la vida propia. Dos de dos, el milagro. Toreros que se ofrecieron desnudos, sin guardarse nada, a una plaza que fue enamorándose, como el amor en los tiempos del cólera, como la libertad sin ira.

A tantos pitones, aquí mi carne. Aquí el pecho, y los riñones, y el vientre y la nuca. Aquí la seda, a dentelladas. Aquí mi sangre. Aquí la boca, mascando orgullo, mascando arena, mascando los nombres. Aquí los pies, clavados, como los de Cristo en la Cruz antes de subir a la gloria. Aquí mi gravidez, por los aires, tan sin peso, tan leve. La moneda en el aire, la pata p'alante; aquí mis muslos. Aquí mis huesos, tan en la incertidumbre, tan al filo. Aquí mi muñeca, mi capote, mi muleta, mi vida. Aquí la espada, ojo por ojo, o tú o yo. Aquí la verdad. Aquí la fe perdida. Aquí uno, dos toreros. Dos milagros.

No estaba en la plaza. Pero de haber estado, habría ofrecido gustosa mi hombro para sacarlos en volandas del templo redondo. Quizá lo soñé, pero yo los vi cruzando la puerta grande, abierta por su mano. Aunque saliesen a pie. Dos toreros. Fandiño y Mora, milagros en la tarde de la fe a contracorriente.

(La foto es de Muriel Feiner, de burladero.com)

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