Aquella tarde, aquel 7 de octubre, cuando te ví levantarte de la arena con la cara destrozada porque un toro te la había partido, yo lo sabía. Aquella tarde en que la ambulancia sonaba presagiando duelos, lo sabía. Tenía que ser. Fíjate si lo sabía, que aquella tarde, incluso aquella tarde, entre lágrimas, le dije a mi madre: "No sabes cómo es este tío. Si supera esta noche, éste vuelve a torear. Éste puede con todo".
No era una premonición. Yo lo sabía, a pesar del miedo, a pesar de la locura del instante, de la voz desgarrada que rompió el silencio horrorizado de Zaragoza; a pesar de las lágrimas de un torero. Lo sabía a pesar de la incertidumbre que hacía guardia a las puertas del quirófano. Lo sabía. O lo deseaba de tal forma que yo misma me lo creí aquella tarde, cuando lloraba de estupor y rezaba desde la reverencia que os guardamos a los toreros cuando os ofrecéis enteros en una plaza; cuando caéis sobre el albero a merced de la muerte y os alzáis sobre los humanos, que somos de otra pasta más frágil, para resucitar siempre.
He tenido que buscar palabras más allá de las palabras porque tú, Juan José Padilla, me las has robado todas. Porque tú estás más allá del toreo, más allá de la vida, más allá de la fe. Tú estás más allá de la voluntad, más allá de los deseos. Mucho más allá.
He tenido que buscar las palabras porque tu ojo dormido a mi me cercena la lengua, me ata las manos ante un teclado lleno de letras, si no encuentro las frases, si sólo tengo las emociones para ponerlas aquí por escrito y ahora sigo sin esas palabras, que se me quedan pequeñísimas para expresar la admiración y el respeto más profundo por lo que eres, por lo que engrandeces todo lo que tocas, todo aquello que te ronda.
Y sigo buscando palabras porque no cabe en esta ventana berrenda el tributo que se le rinde a los héroes. El inmenso agradecimiento por tu dignidad, por ponerte en pie y mirar al futuro de frente, con un sólo ojo, con el corazón de un león, con los cinco sentidos, lidiando amarguras a puerta cerrada. El reconocimiento por lo que honras al toreo y a la misma vida cada día, en tu lucha cotidiana por recuperar el ritmo de tu vida antes de aquella tarde y que todo vuelva a ser igual.
Porque tu vida, tu ser, lo que eres, está ahí: en la arena, con la seda apretándote las carnes y el percal en la yema de los dedos. Por eso yo creo en tí a ciegas, sin necesidad de ojos para verte. Eso es la fe. Cierra los ojos y óyenos; yo sé que tú nos ves.
He tenido que buscar palabras y más allá de las palabras sigo sin encontrarlas, pero una cosa te digo, Juan José Padilla, que resume todas las cosas que querría escribir, que otros ya han escrito y que no escribo porque no sé, porque no puedo: gracias por tu ejemplo, por tu coraje, por tu inmensa generosidad, por tu forma rotunda de hacer las cosas, de apurar la vida, de insuflarnos vida.
Gracias por volver. Gracias por robarme todas mis palabras, por resecarme la garganta de pura emoción.
(La fotografía es de mi amigo Juan Carlos Terroso, publicada en figurasdeltoreo.com)
tú (si permites que te tutee) si que me has robado las palabras sobre lo que has escrito de Juan José Padilla.
ResponderEliminarRealmente me he quedado impresionado.
Preciosa entrada.
Un saludo.
Ana, tu sí que nos dejas sin palabras, porque tienes una capacidad para expresar las emociones que los demás no tienen y leerte es una maravilla por las cosas que cuentas y por cómo las cuentas. Solo alguien con una sensibilidad fuera de lo común puede ser capaz de escribir de esta forma.
ResponderEliminarImpresionado, emocionado y también sin palabras te envio un abrazo desde tu Cádiz del alma. Y por supuesto, ¡¡Fuerza Padilla!!.
Ch.
Como siempre lo bordas! Besos
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