viernes, 17 de mayo de 2013
El rezo
Hay un hombre más allá de la puerta de toriles. Con la vida en la puerta de toriles. Más allá de la vida. en la frontera del ser, del estar.
En los tendidos, el rugido entre toro y toro, la marabunta multicolor, Madrid isidril y bulliciosa. El chasquido del hielo del cubata, las melenas ondeando como banderas. La gente guapa. La gente en pie. Los que no hablan. Los que sientan cátedra. Los que esperan, los que desesperan. Los palmeros, los cabales. Los resentidos con la dinastía. Los que cantan su nombre por el aire. Los de clavel y los de puro. Los que piden toro-toro como si los demás toros no infiriesen castigo. Los que cosen el alma a su vestido nazareno y oro. Los que darían media vida por sacarlo en volandas. Los que darían media vida por medirlo con otros hierros. Los que empujan con el alma. Los que castigan con los pitos.
Pero todo da igual. Todo se detiene. Hay un hombre solo más allá de la puerta de toriles. Con la vida en la puerta de toriles. Más allá del bullicio. Más allá del silencio.
Los párpados caídos, la soledad aprentando las tripas. Esa soledad que sólo entienden, que sólo saben los toreros mientras descuentan el tiempo antes de que asome el burel. Los labios entreabiertos. La lengua recitando una letanía antigua. El rezo. Los dedos dibujando el signo de la Cruz en el pecho. Y después, lentamente, sin prisa, guardando los latidos, amparando un corazón que dispara adrenalina y miedo.
En los tendidos, el cante grande de Madrid. Madrid variopinta de mayo. Madrid mágica y plural. Esas voces dispares sin las que Las Ventas no sería Las Ventas. El templo. Inabarcable.
Abajo, el silencio. La capilla de la carne. El espíritu en la yema de los dedos. Los párpados caídos.
Un torero. El rezo. Un hombre solo frente a la puerta de toriles.
(Juan Pelegrín me provoca, una vez más, con esta impagable foto de Manzanares)
Berrenda "berrendita" mía: No hay más rezo que el que nos sale del corazón; de nunca nos sirvieron los de letra impresa o, los de retahíla del musiquíto de turno fuere rojo, azul o carmesí. Tampoco hay más emoción qué, aquella que enciende las teas del alma; la que te transporta, la qué te eleva y suspende, y la qué te arrastra.
ResponderEliminarAyer esperábamos rezar de gratitud -tú ya rezaste, de esperanza-; ayer esperábamos emocionarnos, predispuestos y entregados antes de la batalla y la lucha en la arena. Pero no fue posible: el corazón latió más deprisa, pero de ¡coraje! Tampoco se nos encendieron las teas del alma, la desilusión lo impedía. NO QUISO.
Déjame darte un beso.- Gil de O.
Eres la hostia. Maravilloso.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Gil de O. El misterio del toreo es que cada tarde puede ser posible el milagro. Acepto ese beso, que incluso me calienta el alma. Otro beso. :)
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