
La pana como el surco sobre su piel, como la tierra entera ofreciéndose sin guardarse nada, madurando la promesa de nuevas cosechas, vino macerado en seda.
La mirada apuntando a lo alto, acaso sin saberlo, fundida en el sueño de los ojos abiertos, en el milagro rasgado desde la humedad de las tripas a la claridad, que todo lo limpia.
La puntilla blanca chorreando en luz, entreabierta al milagro, como si del pecho necesitase escapar el aire, humo de tabaco que asciende a lo perfecto desde lo perfecto, labios sin besos besando al mundo liado en un capote tabaco y tabaco. Garganta sin agua erguida como un tronco milenario, nuez prohibida, intocable, conjugada en masculino, aliviando toda la sed.
Morante en blanco y negro. Morante placer y silencio, abotonando la vida al milagro, perfecto en lo casual de la pose, pana y oro invisible en el ruedo de las sombras, majestad coronada por el fieltro, inmensidad siempre.
(La foto, que todo lo dice, que todo lo provoca, es de Carlos Núñez, compañero y amigo)