sábado, 14 de julio de 2012

Mientras Pamplona cantaba


Aquel año ni los hijos ni los nietos corrieron los encierros. Mientras los mozos se preparaban y calentaban los músculos, la familia se turnaba para acompañarla en el Hospital, donde aquel silencio aséptico nada tenía que ver con el bullicio de las calles, la alegría de los mozos, los cánticos ante la hornacina junto a los corrales del Gas, la emoción del toro, los sones de los txistus acompañando a los gigantes en su paseo de media mañana y las apreturas en los tendidos. Sólo el resplandor de la noche, con los fuegos artificiales encendiendo de pólvora el cielo, recordaba que la ciudad festejaba al santo de capote milagroso; que los balcones se poblaban de niños por las mañanas mientras los jóvenes emprendían la retirada después de apurar la madrugada en cada sorbo.

Aquel hospital vestido de San Fermín todo el año, con el blanco de las batas y el rojo de la sangre, pañuelo invisible que nos recorre por dentro, que nos insufla la vida. Aquel calendario tan distinto, tan sin sentido. Allí no llegaban los pasos apresurados por las calles húmedas; los topetazos contra las talanqueras, la adrenalina disparada, la urgencia de las curas a pie de calle, la algarabía que recibe a los astados cuando llegan a la plaza.

La fiesta tocaba a su fín. En el aire aún quedaba el perfume del último toro, la última estocada, el silencio que precede a las despedidas, que duele tanto; el corazón de una ciudad que recuperaba su ritmo.

Anochecía. Alguien, uno de mis primos, abrió la ventana para recibir el alivio de las noches de julio. Aquellas noches tan distintas. Silencio. Y a lo lejos, como un susurro, un cántico, el broche de las fiestas, el fin del ciclo de la vida. Pobre de mi.

Por aquella ventana escapó el último latido y vino dulce la muerte, después de tanta vida, tantos besos, tantos abrazos, tanta energía. Después de aquel cáncer cabrón que la venció desde dentro. Mi tía Cobi, la mayor de las hermanas de mi madre, se nos moría mientras la ciudad cantaba y se desanudaba el pañuelo.Vigilia de velas, de miles de almas, de miles de gargantas. Madrugada del catorce al quince de julio en Pamplona.

Aquí, en la tierra, te seguimos queriendo.

(La foto es de Mikel Sáiz, de Sanfermin.com)