Hay una frontera que separa la realidad de la magia. Un burladero donde se parapeta la vida para que siempre triunfe sobre la muerte. Un ruedo que ya sólo existe en el imaginario de los toreros veteranos, en el oro añejo de un maestro, en la plata de ley cosida a la piel.
En el aire flota Madrid rugiendo aquel 22 de agosto de 1999, cuando Carlos Escolar se alzaba por encima de los demás hombres y acariciaba el cielo por la esquina que sólo tocan quienes salen a hombros de Las Ventas, quizá donde le esperaba, fumando un puro, su padre. Esa plaza que siempre le espera, en sus luces y en sus sombras, en sus silencios, en los retazos de un torero caro, de empaque y majestad.
Una plaza que se deja acariciar por un capote de terciopelo y una muleta poderosa en un romance que pudo truncar aquel de Villagodio en la Semana Grande de Bilbao, en 1977. Pero aquí está, impregnando de oro añejo los rincones, como un Cristo al que seguimos un puñado de discípulos cada vez que se viste de luces y deja jirones de alma en su toreo hondo, en la majestad de quien sostiene su trono en la memoria de los aficionados más cabales. Torería, sólo torería. Torero de Madrid. Torero de toreros. Frascuelo.
Y aquí, tan cerca, se tiñe de plata y de azabache la mirada oscura, aquel que lleva por apellido la tierra que le vio nacer, la simiente del toreo de Tierra de Campos. Luis Miguel Villalpando. La cuna del maestro Andrés, las suaves lomas de cereal y los palomares. Tierra de capeas, y de las capeas a los caballos, cabalgando sobre un sueño: ser torero. Y de los caballos a la plata, en una decisión difícil pero sabia, que le ha hecho ganarse el respeto y la admiración del resto de profesionales.
Luis Miguel, plata de ley que atesora un torero de oro, visado de vida para aquellos que tuvieron la suerte de llevarlo en su cuadrilla, guardándole las espaldas, como si en esos ojos se resumiesen todos los tiempos, las distancias, las colocaciones, el orden perfecto de la lidia. Y más allá, una lidia más difícil, a puerta cerrada, en los despachos, donde ha defendido la dignidad de sus toreros hasta morir en el empeño. Primero, Tejela; después, Urdiales.
Hoy Zamora se viste de fiesta con dos maestros curtidos en los ruedos más difíciles que son una lección de lucha, de afición y de entrega al toro.
Bienvenidos, toreros, a vuestra casa. Y gracias. Gracias por vuestro ejemplo.
Gracias por vuestra, verdad.
Gracias por vuestra vida.
(Introducción al coloquio 'La esencia del toreo', en el homenaje a L.M Villalpando del Foro Taurino de Zamora. Las fotos, soberbias, de Juan Pelegrín)
sábado, 26 de noviembre de 2011
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Nos ponen los cuernos
Vivimos la recta final de unas elecciones en la que los políticos se han empeñado en jugar al escondite sobre la piel del toro, que no sabe, que no entiende, ni de juegos ni de política.
Con cinco millones de parados y un país en el filo permanente de la quiebra, el discurso político ha adquirido unos tintes de surrealismo con respecto a lo taurino difíciles de condensar en esta ventana pequeña por donde a veces se cuelan resquicios de mala hostia por la demagogia barata, por los ataques injustificados y por la complacencia de un sector que se muere desde dentro.
Mala hostia porque la izquierda ha emprendido un camino farragoso, sucio y bajuno, traicionando y decepcionando a alcaldes, concejales, militantes, votantes y simpatizantes que sí amamos y defendemos la fiesta. Una fiesta que nace del pueblo, a pie, cuando los caballeros descieden de su caballo y deja de ser divertimento excusivo de la nobleza. Una fiesta que nunca tuvo colores, sólo el blanco de los pañuelos en el tendido, y que los falsos progres, catetos y cortos de miras, tildan de casposa y fascistoide, quizá porque no conocen no sólo la historia de la tauromaquia, sino la de este país.
Una fiesta vilipendiada, torpedeada desde sus mismas entrañas, que los ciudadanos de a pie intentamos blindar firma a firma con escasas garantías por parte de una cúpula política que no dice 'coño' claro, mientras unos manipulan para no perder un puñado de votos y otros barren para casa para arañarlos en lo que ya es una victoria cantada. Frente a la torpe y contradictoria política prohibicionista esbozada por el PSOE (que hace dos días traspasó los toros a Cultura), el PP ha anuncido su intención de apoyar los toros, dicho con una tibieza que en nada se parece a la contundencia mostrada por el Gobierno francés cuando declaró, sin complejos y de un sólo golpe en la mesa, la fiesta de los toros como Patrimonio Cultural Inmaterial del país.
Pienso en los alcaldes socialistas de esos pequeños pueblos que se parten la cara año tras año para que en los pobres presupuestos de sus fiestas haya un lugar de privilegio para los toros. En los valientes que se han aliado en la Cataluña de la infamia nacionalista para declarar la fiesta patrimonio del pueblo. En aquella bandera republicana que orlaba el cartel de inauguración de la Plaza de las Ventas. En los toreros que pisaron el albero ofreciendo el pecho y con el puño en alto, que nunca se doblegaron al poder. Chenel, que estás en los cielos. En las gentes del campo y de las dehesas, obreros de su pan y su paz.
Pienso en los exiliados que seguían el toreo en blanco y negro, componiendo sobre sus jirones, sin ellos saberlo, los compases de aquellos 'Suspiros de España', al otro lado del Atlántico. En Miguel Hernández escribiendo sobre la sangre del toro sus versos inmortales, más allá de la celda, más allá del llanto de una cebolla desgranado en unas nanas. Y no puedo evitar una tremenda tristeza, un tremendo asco por la prostitución ideológica a la que intentan someter al toro, que no tiene banderas, ni fronteras, ni dogmas.
Mal panorama para el aficionado, que es el que de verdad sustenta la fiesta, paga para mantenerla y dusfrutarla y recoge firmas en la calle, mientras las caras más conocidas del toreo poco o muy poco hacen por la causa.
Porque por la derecha se templan los muletazos y por la izquierda cogen vuelo los naturales. Porque lleva muerte y gloria en los dos pitones, sin importarle en qué hemisferio se mueven los intereses del mundo. Y ahora, a cuatro días de pasar por las urnas, después de asistir atónita al circo político que montan sobre los lomos del bravo, me queda la inmensa duda de qué rédito político se saca de distorsionar la realidad maravillosa del toro, de escupir sobre la memoria de los hombres y mujeres progresistas y liberales que desde siempre acudieron a una plaza de toros, o de privarnos de la libertad para decidir por nosotros mismos.
Una vez más, los políticos nos ponen los cuernos en un mundo donde la única verdad que conozco es la del hombre, a palo seco, frente al toro, el último reducto de la nobleza.
Si de verdad quieren hacer algo por el toro, déjenlo, por favor, en paz.
(Ilustro este post con un toro de Picasso, el más universal de nuestros artistas. A la sombra de ese maravilloso toro, todo lo demás sobra).
martes, 8 de noviembre de 2011
Tinta y oro
Así. Como en la foto que le hizo Javier. Con su chaleco grana y oro y su camisa de puntilla. Blanca, almidonada. Periodista de raza.Ciclotímica de vez en cuando.Tan torera. Como en la foto. Con su flequillo dorado sobre los ojos y el bolígrafo por el medio del estaquillador, lidiando palabras sobre el papel blanco. Dejando fluir la tinta que corre por sus venas. Tinta y oro. Noelia Jiménez.
Tituló a su primera criatura 'Tinta y oro', aunque debiera ser 'Óleo y oro'. O 'Temple y oro', que le hubiese venido como anillo al dedo. Porque su prosa nace de los óleos y de la pintura al temple, de la mirada maestra que se posa sobre los siglos y que nos contempla en el silencio de las paredes del Museo del Prado. De maestros a maestros. De artistas a artistas. De pintores a toreros, con Noelia Jiménez, tan torera, grana y oro, urdiendo una alianza que los encadene más allá de los tiempos.
Toreros que pintan sobre la arena tardes de gloria, lances eternos. Toreros que esculpen sobre una peana de albero el instante. Toreros, artistas, que hilvanan sus nombres al de los grandes maestros del color, de las luces y las sombras, cosidos por las letras de Noelia, que se leen en prosa pero suenan a verso, a la métrica silente que esconde el toreo, que es poesía pura. Porque sin verso, sin compás y sin cadencia, el toreo no existiría. Como no existirían los latidos, ni la música, ni la vida.
Yo se la debía. No porque sea mi amiga, que lo es. Y de ley, sin prostituir la palabra ni su significado. Amiga. Le debía esta entrada en el pequeño blog berrendo porque guardo en casa desde hace casi un año su libro, que es una pequeña joya, a la espera de que me dedique palabras de tinta y oro sobre esa primera página en blanco.
Se lo debía porque ahora, en estos meses de reclusión a causa de una convalecencia, he vuelto, de su mano, a pasear por el Prado.
Y he vuelto a poner en verso las grandes faenas de esos toreros que compartimos, que nos atan a la tierra dorada y nos permiten de cuando en cuando rozar el cielo: Morante convocando a las golondrinas; Frascuelo con su torería añeja sobre los hombros; el maestro Esplá rozando el cielo por la puerta de Las Ventas; el poderoso Juli, aquel niño sabio; la mano zurda y mágica de El Cid, el valor seco de El Fundi con los hierros más duros; Abellán blanco y plata; Talavante meciendo el aire en un natural infinito; la elegancia torera de Curro Vázquez; Juan Mora vestido de Otoño, resucitando en Madrid; aquel prodigio del toreo de figura menuda y dulce acento colombiano, César Rincón; el capote de vueltas nazarenas que encendió mi alma aquel dos de mayo, Joselito, tan profundo como un océano que no conoce donde crecen las algas; la figura impecable de Ponce en el trono del toreo; la verdad descarnada, la poesía en vertical de José Tomás, más allá de los secretos más antiguos y de la propia vida, o aquella rubia coleta, Cristina Sánchez, que vistió los ruedos de hembra y seda en nombre de todas las mujeres, toreras y no toreras, que día tras día nos atamos los machos.
Yo te la debía, Noelia. Y por vergüenza, incluso por vergüenza torera, no podía esperar a que tu almohada nos desvelase los nombres de los hombres que la habitan, esa segunda criatura que ya te quema en los dedos. Aunque sé, sabemos, que el nombre de tu almohada, tu único nombre, se escribe en blanco y azabache, en tinta y luz.
(La fotografía es de Javier Arroyo, que retrata el alma de Noelia cada día)
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