(La IMPOTENCIA del aficionado y la PASIVIDAD del sistema)
Los cambios políticos de los últimos tiempos están propiciando una ofensiva a la tauromaquia como hasta ahora no se había visto. Un ataque sin precedentes que evidencia cada día más que los aficionados vamos por un lado y los profesionales, los que viven de ello, por otro.
Basta pulsar las redes sociales, auténticos altavoces de los aficionados, para palpar el monumental cabreo y la impotencia que sienten los aficionados ante la pasividad de las figuras, los empresarios y ganaderos que, a pesar de la que está cayendo, hacen como que la fiesta no va con ellos. Y no, no va con ellos.
No va con ellos mientras no den una respuesta contundente, que es la que el aficionado espera, un golpe en la mesa, un "se acabó".
No va con ellos mientras no se gasten la pasta -los que la tienen, que a otros les sigue tocando poner para torear- e impulsen de una vez un órgano plural y multiprofesional con juristas, abogados, economistas, periodistas, profesores. Un órgano que ponga los puntos sobre las íes, que denuncie los atropellos, las falsas informaciones, las amenazas, las infamias, bulos y trolas que circulan en los medios de comunicación y en las redes, en su mayoría interesados y posicionados, mientras no se informe correctamente de lo que ocurre.
La Ley de Maltrato Animal no engloba a la tauromaquia, protegida en todo el país -también por ley- como Patrimonio Cultural Inmaterial. Pero permitimos la manipulación de la palabra 'maltrato' sistemáticamente sin que nadie denuncie. Y permitimos que ese supuesto maltrato cale en los niños a quienes se adoctrina desde pequeños.
La tauromaquia es la segunda actividad que más dinero genera en las arcas del país, además de mantener 250.000 puestos de trabajo directos o indirectos. Pero permitimos que circule libremente la idea de que los toros son la sangría del Estado, que somos unos jetas que nos alimentamos del esfuerzo ajeno, cuando son los aficionados paganinis los que sustentan la fiesta y cuando el dinero que generan mantiene abiertos hospitales, colegios y comedores. Ah, pero eso no se cuenta.
La tauromaquia, gravada con el 21 por ciento de IVA como el resto de actividades culturales y bastante menos subvencionada que el cine español o el teatro (recaudando seis y once veces más en impuestos que lo uno y lo otro), dejará de ser subvencionada, cuando no prohibida -contraviniendo la Ley-, en numerosos ayuntamientos de extrañas siglas y pactos que se creen que ponen una pica en Flandes anulando la libertad de millones de personas. Esa es su democracia, ese su respeto.
Alcaldes y concejales fascistiodes que mienten con las cifras y se pliegan a la violencia y las presiones de treinta tíos pintados con tomate. Treinta frente a los miles que acuden cada tarde a los toros. Treinta que los medios convierten en noticia, en vez de cumplir su obligación de informar sobre un acontecimiento cultural de primer orden.
No son ellos la noticia. La noticia son los 20.000 tíos que cada día han llenado Pamplona; los 25.000 tíos que durante un mes han llenado Madrid, los 650.000 que han pasado en San Isidro, que pagan sus impuestos y que tienen derecho a seguir información en una televisión pública.
Y hay fórmulas legales para luchar contra ello. Pero no se ejercen. La Asociación Internacional de Tauromaquia, que ha logrado blindar los toros en más de 5.000 localidades del país, también en 17 de Cataluña, con la inestimable ayuda de aficionados anónimos, podría hablar largo y tendido sobre ello. Pero interesa más hacer caja, glin glin glin, y la callada por respuesta.
El aficionado está harto de insultos, de bloquear a veganos agresivos, de desdecir bulos y bobadas, de explicar, de consensuar, de dejarse los dedos en el teclado, en el teléfono, y el culo pegado en el hormigón (a 40/50 euros los tendidos de sol, manda huevos, puta avaricia) para defender su pasión, que no tiene banderas ni símbolos políticos.
Pamplona ha sido un escaparate al que se han asomado dos millones de personas cada mañana para ver los encierros. Ante el ataque sin precedentes que está sufriendo la tauromaquia nadie ha dicho ni pío, nadie ha aprovechado ese potencial para decir las cosas claras, para reivindicar en la cadena pública el lugar que merece la fiesta, el respeto que merecen profesionales y aficionados.
Con desmonterarse ya está todo arreglado, la tauromaquia está salvada, como decía el otro día Charo en ABC. Se agradece el gesto, pero que no deja de ser un brindis al sol, como lo han sido algunas reuniones sin acuerdos de facto. Desmonterarse, mientras antis, veganos, animalistas y políticos dogmáticos se escojonan y continúan su cerco a la tauromaquia, su recorte de las libertades, su falta de respeto a la capacidad de decidir de cada uno.
Quizá sería el momento de paralizar la temporada; de paralizar la economía, la hostelería, el turismo; de dar un golpe en la mesa. De salir a la calle, de llenar las plazas, de denunciar, de defender. Pero con las figuras por delante, que son las que tienen proyección pública y las que además viven de ello, aunque un toro les pueda quitar la vida. Lo mismo si un día le quitan los toros y el pan se enteran de qué va el cuento.
La voz del aficionado es un clamor. El clamor de la impotencia, de la soledad y de la rabia. Fueron los aficionados los que se pasearon por toda España recogiendo firmas para proteger por Ley los toros. Y se logró. El mérito es nuestro. Nuestro, de los que fuimos de plaza en plaza con los pliegos en el bolso.
Y ahora, mientras no haya una defensa clara y contundente, mientras no se implique quien se tiene que implicar y pongan pasta y no pasen ni una, los aficionados luchamos solos en esta guerra, cada vez más debilitados, más hartos y más cansados.
Cada vez más pensando "que los defienda su madre". Porque a nosotros, señores, visto lo visto, no nos defiende nadie.
*(Los datos económicos son del profesor y amigo Juan Medina, que se autoexilió, como tantos, harto de tantas cosas)
*(La foto es del blog latitud91.wordpress.es)