viernes, 5 de marzo de 2010

Rafaé


Chocolate amargo y dulce, puro, negro, generoso, esencia, perfume. El toreo en las palmas de las manos, como las líneas de la vida, y del corazón, y de la mente. La belleza. La belleza en la palma de las manos. La palabra. La palabra en la palma de las manos, ascendiendo, revoleando el aire y el humo del tabaco.

El prodigio del capote sorteando a los mismos vientos. Jaleos y palmas, saeta y soleá, el compás invisible, embrujando, seduciendo, esculpiendo en una peana de albero lo eterno sobre el instante. Imponente, inexplicable, indescifrable. Rafael de Paula en majestad.

Las torres, los campanarios, la canícula sobre los empedrados. El mar atlántico que se adivina más allá, al sur del sur; el barrio de Santiago, gitano de herencia, soles y lunas, la bulería entre las sábanas, el flamenco en carne viva, a dolor vivo, a viva alegría, los geranios en los balcones, la hierbabuena en el puchero, la luz encalada sobre las puertas. Jerez se calla entera. Jerez se hace la cruz en el pecho cuando entra Paula en la plaza y corre su nombre por los tendidos como una oración que musitan miles de gargantas, como si la arena fuese incienso, templo, círculo donde revolotean las golondrinas con la primavera cosida en las alas. Fandango y verso.

Tu nombre, Rafaé. Tu nombre. Silencio y murmullo. Ha venido el maestro.

La elegancia, la reverencia, el genio. El cielo y el abismo, los machos prietos, el hechizo. Rafaé abriéndose con la seda, desangrándose sin sangre, abriéndose de carnes, de alma, sosteniendo el infinito en sus muñecas como un coloso sobre piernas de barro y brazos de pétalos y acero. El misterio insondable de su trazo perfecto, sin teoremas ni escuela, nacido de las tripas y del latido, amarrado a la tierra por un par de zapatillas sin suela, desatando el cielo con la yema de los dedos.

Rafaé como un prodigio, el aura de luces negro y azabache, las sombras en la frente, como una corona de espinas, el sol en las sienes como una guirnalda de gloria. El mundo en los ojos deteniendo en corto el tiempo cuando se abre la puerta de chiqueros. El azahar y los naranjos, las barricas durmiendo vinos dorados y secos, la sal y el agua, la cintura rota, la voz rota, la hondura del cántico según la tierra. La caricia de Dios en sus dedos, que sobrevuelan como palomas el gesto grave, sabio, hermoso; que urden la profundidad del lance como excavado en las propias entrañas, pañuelo de verónicas apócrifas sobre el rostro divino de la verdad sin aderezos.

Nunca antes nadie. Nunca nadie después. Nunca nadie así.

Rafaé. Redondo, rotundo, mágico.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡Oleeee, Berrenda, oleeeee!!

Jimero dijo...

¡Que grande eres, Ana!

Ludovic Pautier dijo...

magnifico. el paularte en semillas libres.chapeau.

ludo

el chulo dijo...

sublimo, enhorabuena!
y como siempre, hondo.
la casualidad que preside al encuentro miraculoso entre el duende y un toro, es precisamente, lo que el lobby quiere matar en este espectaculo grotesco que esta imponiendo.
o sea una faena es 100 pases, toreo culero, estetica de pacotilla.
gracias por recordarnos que la corrida es sobre todo, arte, esperanza, decepciones, como el amor, no?
y bueno al amor le suena mal dinero, no?
y tambien, espero que me perdonara mi franchute.
usted no ecribe bastante en su blog, y cada texto este una pura maravilla. entiendo que el arte es, tambien, escaso.
un saludo desde francia.

entradas jose tomas madrid dijo...

Que arte tienes a la hora de escribir y describir. Enhorabuena por el blog.

Ana Pedrero dijo...

Gracias a todos. El arte es del gitano, no mío. A veces contarlo es así de fácil. :)

Unknown dijo...

¡Ole mi Berrendita! Torera, en figura, como siempre...