jueves, 10 de junio de 2010

Apóstol del milagro


Lo vimos salir del hospital con la alegría escrita en la cara, con la victoria de medio punto dibujada en la sonrisa, con el brazo en alto y la mano apuntando a los cielos, como cuando Cristo sube resucitado por la cuesta que desemboca en mi casa abriendo la Pascua y la primavera, erguido sobre la oscuridad del sepulcro.

Lo vimos salir del hospital como un apóstol del milagro, desguazando el dolor sobre la sábana, en pie sobre la incertidumbre y el miedo, bebiéndose con los ojos la luz como si fuera la primera, la única. Guapo, muy guapo, como quien se cita a ciegas con la vida a raudales, punto y seguido, punto por punto, beso por beso.

Y no necesitamos más que devolverle las palabras que pronunciamos en su nombre cuando no sabía que miles de voces recitábamos en voz baja las letanías, los mil apodos de la esperanza. Porque ahora, ahí, en el silencio de su garganta aún dolorida, tras la seda del pañuelo que acaricia la herida, duerme el prodigio, el cántico hondo de la vida abriéndose paso, siempre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Emocionante. ¡¡Eres la mejor!!

Lamborghini dijo...

Que Dios guarde tus palabras, tus rezos y mis oraciones... porque tus palabras las hago mías...
Sí yo también vivo en sus cicatrices!!!

Ana Pedrero dijo...

Anónimo: pues gracias, hombre. Un placer, pero te aseguro que los hay mucho mejores que yo. Un abrazo.

Lamborghini: Pues vivamos juntos por mucho tiempo, porque en sus cicatrices está escrita, de forma indeleble, la vida. Un beso.