sábado, 13 de noviembre de 2010

Aparicio, Pentecostés en luz



Con el sol de Nimes amaneciendo sobre los poros, Pentecostés en luz, coliseo, promesa, óleo bendecido en la piedra milenaria ungiendo el cite; la claridad trazando un mapa en los labios entreabiertos que mañana serán profanados por el beso de la muerte, por la resurrección de la carne, resurrección del toreo, herida sin anunciarse, sin saberse.

La marea fucsia que inunda, que acaricia el mentón aún sin precipicio, el soplo del Espíritu por montera, negro como un presagio, como la noche arrasada de lenguas de fuego, la tragedia sobrevolando, la cornada buscando el hueco, susurrando ya un nombre. El capote nazareno sobre el traje nazareno, mayo y azabache, después del azahar, después de la Pasión. Nazareno de mayo y Pentecostés como el Cristo de abril que sabe que no hay día después de este día y se entrega, crecido en su simiente, a los brazos de la cruz, que son dos pitones elevados en el aire, que son dos astas a las seis en punto, hacia lo alto, Las Ventas en punto, la cruz en las puntas, el beso vencido.

Aparicio emerge sobre un mar de seda, nazareno sobre un mar de sueños que conduce a la ventana insondable, al abismo insultante de puro azul de los ojos, dardos transparentes sobre la piel del animal recién parido por toriles. Aparicio redimiendo al mundo en su silencio, apurando el cáliz de la hermosura como vino consagrado, como pan rubio en la boca del hambriento.

Aparicio sueña el toreo, rotundo, nazareno, perfecto, en el antes y en el después, como un acto de fe, en el principio y en el fin, al filo del milagro, al filo de la vida. Más allá de la foto, más allá del instante, la muñeca desmayada, la cintura rota, la lujuria de la tela que recorre la arena como una hembra que nunca se sacia, que nunca se colma. Allí, enfrente, como la réplica de un terremoto, emergiendo del estómago, el toro, dando, recibiendo, tomando, volviendo a dar, dibujando círculos de bravura en azabache, esculpiendo, cincelando lo eterno sobre lo impreciso del tiempo, proclamando el arte sobre lo improvisado, sobre lo nunca escrito, sobre lo nunca dicho; bendiciendo por su mano, de pitón a rabo, como era un principio, ahora, siempre.

Aparicio toreando en verso, ahora, siempre. Julio pleno en mayo. Julio, Pentecostés en luz, Julio en el gesto, la palabra última y luego el silencio, y después de la sutura de nuevo la palabra como un Cristo resucitado ya sin sangre, ya sin heridas, sosteniendo la primavera en la sonrisa.

Ahí, Julio Aparicio, mayo se rompía por la mitad, berrendo en esperanza, y nosotros, miles de gargantas, recitábamos en tu nombre la vida.


(La foto, bellísima, es de Maurice Berhó y está tomada en Nimes el día antes de la brutal cornada de Madrid. Mi texto y su foto aparecen juntas en el último número de Cuadernos de Tauromaquia, mi otra casa)

4 comentarios:

Lamborghini dijo...

Leerte, me embriaga de sensaciones... Cuanto se aprende de ti, cuanto se te llega a querer, qué transparencia en tu espíritu...

Gracias y mil veces gracias por esta belleza de blog, es ya mi santuario de emociones...

Te quiere,
Ignacio.

Lamborghini dijo...

Sin mirar atrás,
caminando a la gloria...
A forjar una estatua al arte,
el valor, petrificado al Sol...
preso en ti mismo, preso en torero...
Parte del mágico encanto de este paisaje,
cuya música callada nos rompe el alma...

El mito que embruja,
desplegando páginas antiguas...
Grava en mi mente otra tanda,
Ciégame de Arte, Brujo...
Bórrame el dolor de otras imágenes...

Báñame en las playas del toreo...
Caliéntame con vientos de otro tiempo...

Julio, Sol, Luz y Arte...

Sobre todas las cosas Berrenda...
anulas horas, obligaciones...
Leerte obliga a releerte...
Te vuelves imprescindible,
ante tantas cosas inútiles...

¡Qué lujo!

Eres lluvia que cae en tarde de verano...
sobre el mar...
Dibujando en el cielo un sello de Arte...
Un Arco Iris, iluminado de tu luz...
plenitud de Maestría...

Los pasos de nuestro querido maestro,
como luz y sombras de la tauromaquia,
son nuestra penitencia...
pero también nuestro vuelo al infinito.
Hermana, te sigo a pie de plaza.
Un abrazo tremendo,
Ignacio.

De Blanco Y Azabache dijo...

Maravilloso!!!.. besos

Ana Pedrero dijo...

Ignacio, hermano: cada vez que te leo, también te releo, y entonces siento que no tengo, que no encuentro las palabras, que tú me las robas y haces versos y me acaricias el alma. Yo también te admiro, yo también te quiero.

Javier: como maravillosas son tus fotos, siempre. Un beso, me ecanta tenerte por aquí. :)