domingo, 24 de agosto de 2014

Hoy torea Diego Urdiales

Me gusta tanto escribir de toros que por eso apenas escribo y vivo en este exilio permanente que me hace volver de cuando en vez a rescatar emociones que parecen dormidas y de pronto resucitan y te obligan a hilvanar letras y sentimientos.

Escribo ahora como con hambre de escribir mientras Diego Urdiales reposa en el silencio de su habitación macerando su toreo puro y hondo y el traje de torero le espera en la silla para ajustarse a las carnes, el corazón prieto, la seda. Cierro los ojos e imagino la caricia húmeda y gris de Bilbao al otro lado de la ventana, el albero oscuro esperando a quien tantas lecciones de tauromaquia ha dictado en esa arena, el latido bravo de los de Victorino que aguardan en chiqueros la gloria de la muerte.

Me gusta tanto escribir de toros que apenas escribo y vivo en este exilio que rompo de cuando en vez por si asomándome tomo impulso y rompo este hastío, esta pereza, este más de lo mismo, esta vagancia, esta sensación de que quienes vemos y vivimos los toros como yo nunca tendremos sitio ni falta que nos hace, porque me gusta tanto escribir de toros que apenas escribo.

Pero hoy torea Diego Urdiales en Bilbao y me siento frente al ordenador, desordeno las miles de palabras que me gustaría escribir, mato esta espera impaciente como quien aguarda que pase algo excepcional, un milagro que le devuelva la vida, el pulso, un terremoto en el estómago, las ganas de escribir, de abrir la ventana y mirar con los ojos ávidos de quien contempla las cosas por primera vez.

Hoy torea Diego Urdiales, ese torero pequeñajo tan grande, tan inabarcable, tan de verdad. Ese torero que crece hasta lo infinito cuando se pone frente a un toro, sin trampas, sin barroquismos, y hace un alarde de cabeza y corazón, de técnica y gusto, de pureza y emoción a raudales. El mismo que no tiene sitio en ferias porque no tiene tragaderas, porque se reivindica dentro y fuera del ruedo con vergüenza torera en la plaza y dignidad en la vida y en los despachos.

Diego Urdiales, ese chico de Arnedo que tiene un concepto, una pureza y una hondura al alcalce de un puñado de privilegiados. Ese chico de Arnedo que deberían estudiar casi como una biblia los que de verdad quieran ser algo en esto, los que de verdad quieran desentrañar los secretos, los misterios del toreo. Ese chico que no mendiga contratos ni sirve de cromo a los que mandan en esto.

Me gusta tanto escribir de toros que por eso apenas escribo. Pero hoy torea Diego Urdiales y necesitaba recordármelo mientras corre el tiempo y dejo todo lo que soy, lo que espero, cosido a la arena de Bilbao, que hoy barrunta toreo de cante hondo en la voz desgarradora y hermosa de este torero pequeño tan increíblemente grande.

Bilbao espera ya cárdeno y azul en la tarde última. En la silla, el traje de torero levita sobre el tiempo, ajusta las carnes, el corazón prieto.

Diego Urdiales, torero, se viste de torero.


(La foto, de Justo Rodríguez, está tomada de la página web del torero)
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