Aquí, en mi tierra, Cristo viene a morir nazareno y oro, y lo subimos resucitado desde el Duero, grana y oro, tan torero, mientras florecen lilas en las varas cofrades y cuelgan de los balcones mantones y algún capote para firmar los primeros lances en la gloria.
Hay hombres que cuando regresan de la sábana a la tierra, escriben en el albero una nueva Pascua de Resurrección. Antes, después de la luna de la primavera, si la primavera siempre está donde está la vida.
Los hemos visto sobrevivir a su propia sangre, ocho litros sobre la arena, al otro lado del charco y poco más para cruzar la frontera imposible que dibuja una femoral reventada, un cuerpo condenado a la sequía sin transfusiones ni milagros.
Los hemos visto imponerse a las palabras y a los silencios, la garganta rota, la lengua segmentada, el paladar agujereado, Madrid enmudecida en el grito sordo que ilustra las tragedias cuando la muerte susurra amenazas diente por diente, la mandíbula tan frágil.
Sobrevolar ese octubre maldito, aquel par maldito de banderillas en la tarde de las ambulancias que lavaron para siempre las lágrimas de un torero; aquella navaja cárdena abriendo las carnes, destrozando los huesos, buscando, tiñendo de sangre el fucsia de la seda; aquella noche que no se terminaba nunca; aquella madrugada de twitter y esperanza.
Los hemos visto erguirse sobre la nada y proclamar su victoria, resucitados, como el Cristo que anuncia un tiempo nuevo cuando doblega la oscuridad del sepulcro, la incertidumbre de la vida más allá de la vida.
Los hemos visto en una silla de acero, dejando atrás el hospital con las entrañas cosidas y la mano en el corazón, asomándose al mundo con una persiana en el párpado, despertando a una vida nueva con los cinco sentidos. Y después ponerse en pie, triunfantes, como quien regresa de un largo viaje y no tiene miedo ya de ningún camino.
Y volver. Redactar versículos de gloria en lila y oro, Valencia rugiendo, mascando el milagro. Volver. Una promesa verde y esperanza, como el manto de una Virgen joven que lleva en sus manos la Esperanza del mundo. Pascua de Resurrección en lunes, en jueves, en sábado, este mismo domingo, santificando cada día. Volver y aferrarse a la tierra porque ya han estado tan cerca del cielo, porque han purgado sus demonios y han aplacado su infierno.
No son dioses, no. Sólo son hombres entre los hombres. Son toreros. José Tomás, Julio Aparicio, Juan José Padilla. Tantos. Tantos. Tantos. Héroes siempre al filo, siempre en la incógnita.
Toreros. Hombres que cuando resucitan nos hacen sentir más cerca de los dioses porque ellos viven y nos igualan. Porque nuestros ojos un día los vieron vencidos, rotos, tan a merced de la herida. Y ahora son verdad, son dogma. Resucitan. Y creemos.
Hay hombres que cuando vuelven nos roban todas las palabras. Hombres que desandan los pasos que discurren entre la muerte y la vida, ser o no ser, dejando atrás la trinchera del instante, el invisible hilo que les cosió a la vida con doble puntada. Dignidad y oro, porque no se puede mirar a la historia de uno mismo con más dignidad, aunque sea con un sólo ojo.
Padilla regresa mañana a los ruedos y Olivenza vivirá una Pascua de Resurrección. Brotarán flores en el ruedo, capotes y muletas de marzo, la emoción del reencuentro, el empuje de los costaleros profanos que se sentirán más cerca de Dios cuando saquen a alguno de estos hombres en volandas. Pascua de Resurrección antes de la Pascua. Resurrección verde esperanza y oro.
Padilla en el centro del ruedo mirando de frente al futuro.
(La imagen superior es de Luis López, del blog Lulografías y la inferior de Javier Alcina, fotógrafo y amigo)
sábado, 3 de marzo de 2012
Pascua de Resurrección
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1 comentario:
Suerte maestro¡¡¡
el camino es largo, pero con tesón todo, todo se consigue.
Gracias, ¡¡¡guapa!!!
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