jueves, 9 de mayo de 2013
...Y arriba el cielo, tan sin puertas
Hoy se abren las puertas de la emoción. Las puertas de los sueños. Las puertas de la gloria o del olvido. Esas puertas que te abren el mundo de par en par o te dejan estrellado contra las tablas, vacío, roto, como si más allá de esas puertas no hubiese vida.
Madrid se viste de primavera y de toros, de clavel reventón en la solapa, de tardes de sol y de lluvia, de apreturas en los tendidos, silencios junto al ladrillo y padrenuestros antes de echar el pie y jugársela a cara o cruz. Y arriba el cielo, redondo, implacable, tan limpio, tan de todos. Tan al alcance de la mano cuando te alzan sobre sus hombros los hombres y los dioses te dejan tocar por unos instantes su pequeño paraíso.
Madrid se empapa del veneno que nos une, de esta fiebre que nos da la vida, de esta pasión de la que renegamos cada día igual que Pedro negó al mismo Cristo, para estar de nuevo apostados a las puertas de mayo aguardando la magia, el misterio, el será hoy y decir otra vez la letanía del capote, el verbo de la muleta, creo en Dios Padre como creo en Morante, como creo en todo lo intangible que me rasca por dentro, como creo en ti.
Hoy se abren las puertas de la palabra y de las pasiones. Y también la puerta del silencio, si el silencio es la dignidad de quien no escribe para asegurarse un salario a la sombra de nadie; si el silencio es el precio de la libertad de decir, de escribir, de pensar y no dar ni un paso atrás aunque la calle se quede demasiado ancha en el día a día. Y vivir, y jugársela también cada tarde ante una pantalla en blanco y una cabeza en ebullición ordenando lo que no tiene sentido, contando lo invisible, el milagro que cada día se redacta sobre una biblia de albero. Silencio que no duele si el hombre es dueño de sus silencios, dueño de sus palabras. Si nadie puede ponerle puertas al silencio, mordazas. Tu silencio, Javier. Así está esto. Así nos va.
Hoy se abren las puertas. Sonarán los cerrojos, y el aliento cálido del toro que aguarda en chiqueros, y el sudor frío de quien no mira hacia atrás por si no hay camino de retorno, y el runrún de la primavera y los hielos de los gintónises, y el humo perfumado del puro. El catedrático de turno recitando despropósitos en voz alta, los fotógrafos clickeando la eternidad, el papel de la encerrona por las nubes, los teclados ardiendo, la memoria rebosada, los papelillos volando a merced del viento, los cascos de los caballos, la lágrima, el pellizco en las tripas, el reseco en la garganta; el drama aguardando por las esquinas, el alcohol y el bisturí, las batas blancas, la seda de colores, el oro y la plata. Madrid.
Y arriba siempre el cielo, redondo, tan sin puertas. Tan caro.
(La foto es de Juan Pelegrín, que posa como nadie su mirada sobre el albero venteño)
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