lunes, 6 de agosto de 2012
Bienvenida, pequeña Sabela
Esta madrugada, mientras Salamanca dormía, llegaba al mundo Sabela predicando la vida, rompiendo con su primer aliento la gravidez de la luna de agosto, la calma silente del Tormes frente a la ciudad dorada; llamando con sus minúsculos nudillos a la puerta de la alegría en casa de Javier y de Chus.
La esperábamos con el corazón abierto, la cuna en los brazos. La esperábamos como un pequeño milagro, como una sonrisa de Dios sobre todas las cosas. La esperábamos como una promesa desde lo hondo de la tierra, desde el vientre de su madre. Bendito sea el fruto.
Está cumplido. Sabela ya está entre nosotros, carne y ternura, presencia, caricia.
Nosotros algún día te contaremos quién es tu padre, ese torero que hoy viste orgullo y oro, amor y oro siempre, para que sigas la huella, la dignidad de sus pasos en el albero de la vida -el más difícil- bajo la sombra protectora de Chus, tu madre, que siempre está ahí aunque nunca se muestre, con la ciencia de quien sabe esperar; con la confianza que da la fe sin quebranto en el otro; con la magia de quien cura con los ojos y consuela desde el silencio, tan cerca, siempre al lado. Qué suerte tienes, Sabela, de nacer bajo la urdimbre de su sábana, sangre de su sangre, don de la vida, novia para siempre del verano.
Bienvenida al mundo, pequeña Sabela. Alegría, esperanza nuestra; pequeña ventana con vistas al futuro, milagro del amor en este agosto que ya canta tu nombre.
Bienvenida.
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