
Recitaré en tu nombre, Julio Aparicio, hasta que tu lengua pueda pronunciar la vida, hasta que tu garganta recobre las palabras y la voz que escapó por el boquete del instante un viernes por la tarde, Madrid ardiendo en los tendidos.
Recitaré en tu nombre, Julio Aparicio, las mil letanías al dios que protege a los toreros, a la esperanza prendida en el paladar como un plato que saborear muchos años, envuelta en seda y oro, en el toreo caro de los que sueñan sobre la arena mientras los demás danzamos en derredor de sus genialidades.
Recitaré en tu nombre oraciones por la noche, cuando los hospitales duermen y las sirenas se callan, cuando todas las lenguas se detienen y no pronuncian más nombre que las sombras, la claridad en ciernes de un nuevo día.
Recitaré en tu nombre la blancura de las sábanas, poemas de dolor en ausencia de muerte, la herida lenta engendrando nuevos versos en tu capote, nuevos tiempos conjugados en muñecas de terciopelo, en la danza sin tiempo del percal provocando, encendiendo en bravura las astas.
Recitaré en tu nombre, Julio Aparicio, caricias sobre el albero, seda satinada en fucsia lamiendo la arena como un beso sin lujuria, como una confesión sin guardarse nada, como un precipicio de silencios que llenar en tus manos cadenciosas, más allá de las palabras, más allá de mi cántico, de tu nombre y de todos los nombres.
Recitaremos juntos la alegría, conjugaremos la vida un viernes futuro, Madrid ardiendo. Recitaremos en tu nombre, Julio Aparicio, depositando en tus labios los nombres, el aire, calma, alivio y tiempo.
(Gracias, Juan Pelegrín, por la inmensa foto, la inmensa ventana de los ojos azules)