viernes, 28 de mayo de 2010

Recitaré en tu nombre


Recitaré en tu nombre, Julio Aparicio, hasta que tu lengua pueda pronunciar la vida, hasta que tu garganta recobre las palabras y la voz que escapó por el boquete del instante un viernes por la tarde, Madrid ardiendo en los tendidos.

Recitaré en tu nombre, Julio Aparicio, las mil letanías al dios que protege a los toreros, a la esperanza prendida en el paladar como un plato que saborear muchos años, envuelta en seda y oro, en el toreo caro de los que sueñan sobre la arena mientras los demás danzamos en derredor de sus genialidades.

Recitaré en tu nombre oraciones por la noche, cuando los hospitales duermen y las sirenas se callan, cuando todas las lenguas se detienen y no pronuncian más nombre que las sombras, la claridad en ciernes de un nuevo día.

Recitaré en tu nombre la blancura de las sábanas, poemas de dolor en ausencia de muerte, la herida lenta engendrando nuevos versos en tu capote, nuevos tiempos conjugados en muñecas de terciopelo, en la danza sin tiempo del percal provocando, encendiendo en bravura las astas.

Recitaré en tu nombre, Julio Aparicio, caricias sobre el albero, seda satinada en fucsia lamiendo la arena como un beso sin lujuria, como una confesión sin guardarse nada, como un precipicio de silencios que llenar en tus manos cadenciosas, más allá de las palabras, más allá de mi cántico, de tu nombre y de todos los nombres.

Recitaremos juntos la alegría, conjugaremos la vida un viernes futuro, Madrid ardiendo. Recitaremos en tu nombre, Julio Aparicio, depositando en tus labios los nombres, el aire, calma, alivio y tiempo.

(Gracias, Juan Pelegrín, por la inmensa foto, la inmensa ventana de los ojos azules)

viernes, 7 de mayo de 2010

Un día en Las Ventas


Así, ‘Un día en Las Ventas’, se titula el libro del fotógrafo Juan Pelegrín, con textos del maestro Esplá, donde recogen, en imágenes y sentimientos, el ambiente del epicentro del mundo taurino, Las Ventas del Espíritu Santo.

Tres jotas, tres, tiene la fotografía taurina para desmonterarse sin reservas: Juan Pelegrín, José Ramón Lozano y Javier Arroyo. Tres ‘jotas’, tres, que, como esos tres jueves-jota, relumbran más que el sol. Porque es un privilegio, contemplar a través de sus ojos, llegar donde nuestra mirada no alcanza y hacer nuestras sus emociones.

Juan, que de cuando en cuando bebe atardeceres al pie de la muralla, que de cuando en cuando refresca su alma en el Duero, nos lleva de la mano a la garganta reseca de los toreros antes del paseíllo, a los miedos junto a la pared de ladrillo visto; al viaje de vértigo por las astas de los toros; a las imágenes de devoción que eligen por templo el revés de una montera; a los dedos que trazan la cruz sobre las carnes; al dibujo que surca el tiempo en el aire cuando Morante se lo fuma liado en hojas de habanos.

Juan nos lleva de la mano a la textura rugosa del albero bajo las zapatillas, al aliento del toro antes de la primera embestida, al olor de la madera reseca de la puerta de toriles, a la oscuridad que despunta en luz clamorosa cuando Madrid festeja a su santo Isidro.

Juan nos lleva de la mano a las puertas del cielo, que vierten a la calle Alcalá. A la caricia metálica de los clarines, al rumor de tragedia y gloria, seda y sangre. Al milagro que vivimos cuando Madrid nos convoca a nuevas tardes en Las Ventas, como si fuesen el único, el primer día.

martes, 4 de mayo de 2010

Ocho litros


Ocho litros de sangre, ocho, le insuflaron de nuevo la vida en las venas. Ocho litros, plasma, suero y agua; cuatro cocacolas grandes, un bidón y pico de agua, un par de cubos de plástico, poco más.

Ocho litros que pesaban los veintiún gramos que dicen encierra el alma. Líquido que se escapa por la femoral herida, por la safena, por el desgarro en las carnes como un precipicio hacia la eternidad de quien ya conoce la eternidad en vida.

Glóbulos rojos tiñendo de grana la sábana blanca, rubricando el reguero que no cesa desde la arena hasta el callejón, desde el callejón hasta la puerta de la enfermería, desde la puerta de la enfermería al corazón apretado en un puño, a la incertidumbre que precede a la muerte en una apuesta a cara de perro sobre el hule.

La noticia, que llegaba de madrugada a España, dio la vuelta al mundo. José Tomás, A negativo, había dejado la vida casi prendida de las astas de un toro. Ahora hablan de él los que hace dos días le negaban espacio en sus medios, los que le han restado méritos en sus faenas imposibles, quienes no entienden esos terrenos prácticamente imposibles que nunca antes pisó nadie y que probablemente nadie pisará después.

También esa tarde corría sangre de plata sobre el ruedo, recordando que las astas del toro, como la muerte, miden a todos por el mismo rasero. Que no hay trampa ni cartón, sólo verdad descarnada, carne y hueso, carne y músculo,carne y sangre en ofrenda, dolor y herida, la gloria o el hule, ser o no ser con la incertidumbre ceñida en la cintura.

Lidia, maestro, en horizontal sobre la sábana como sabes hacerlo en vertical sobre el albero.


(La fotografía es de Javier Arroyo, pedazo de profesional y amigo incondicional. La podéis ver en su magnífico blog)