martes, 10 de marzo de 2015

Fandiño dijo: "Sea"


Andaba Madrid como una novia olvidadiza y chaquetera con Iván Fandiño. Como una novia revirada, una novia eternamente insatisfecha que quiere querer y no termina de querer; que como te quiero, te jodes. De esas novias que te da un beso pero no se entrega del todo por si le robas el corazón y rompes su coraza, la fortaleza inexpugnable de cada mayo, el balcón del deseo por el que trepar cada día como si fuera el primer paseíllo.

Una novia de esas que cuanto más le das más te pide, una de cal y dos de arena, queriendo como sin querer, sin terminar de consumar un noviazgo que fue un flechazo con un tío que vino a jugársela a cara de perro sin más credenciales que sus santos cojones, sus ganas de ser torero y su ambición. Un león; León Fandiño, que se la comió a besos sin palabras, con sabor a sangre, ni un paso atrás, apostado en su puerta, alimentando sus sueños.

Andaba Madrid medio enamorisqueada pero Madrid es una novia caprichosa que cuando quiere siempre se guarda algo en la costura de la falda; que con las mismas manos que acaricia, golpea y castiga; que lo mismo te eleva a su cielo azul y rotundo como te desciende a la tierra con el derecho que le otorga la vanidad de su propia hermosura, su belleza descarada, su ombligo redondo en el centro de los mapas del planeta Toro.

Fandiño, aquel tío que se batió en duelo contra el mundo cuando nadie sabía cómo se llamaba y la conquistó con su porte arrogante, con sus ganas de comerse la gloria a bocados, sabía que ese noviazgo le iba a pasar factura como todo lo que se desea y no está al alcance de cualquiera. Dicen que ha espantado el invierno con la liturgia de soledades del campo, con el rosario de triunfos al otro lado de los mares descontando el día del abrazo, el cortejo que se repite una y otra vez cuando uno se asoma a su ventana redonda.

Que Madrid tanto da y tanto quita, deshojando una margarita cada tarde. Que el peso del oro y de la seda no es el mismo cuando estás abajo partiéndote la cara en el barro, jugándote los muslos para escribir un nombre, tu nombre -Iván, León- en la memoria colectiva, que cuando ese nombre ya aprendido, ya deletreado y mascado en el capote y la muleta pesa sobre las hombreras como plomo de siglos y abre la puerta a otros carteles, otras tardes. Madrid olvidadiza de quien nunca volvió la cara para bailar con la más fea, las más duras, antes de perfumar sus pies de albero con las rosas de su carne herida.

Madrid entregada es la misma Madrid desdeñosa, como una novia que se cansa de lo cotidiano y exige la sorpresa para que la pasión continúe, para que el estómago le de vueltas de amor como una centrigufadora, para entregarse entera aunque nunca sabes si al día siguiente se hará la remolona y te tocará dormir contra la mesilla. También esa es su magia, la de una princesa de ladrillo rojo en su trono.

Pero Iván quiso. La quiso desde el primer día porque es imposible no quererla en pie frente a todo y frente a todos. La quiso con el traje hecho jirones, las carnes abiertas y la ambición escapando por los poros, denim y oro sobre la seda, la enfermería o un beso épico de sus labios altivos. Iván quiere. Iván la quiere. Iván dijo "sea".

"Sea".Y será el 29 de marzo cuando Madrid se convierta de nuevo en una novia esperándole con los brazos abiertos, la sonrisa ancha y el pelo mojado de primavera, cuando seis ganaderías de leyenda sean el tributo y la sábana, el precio de recuperar los besos contra el aire, los besos en el precipicio, la emoción y el respeto ganados a pulso a fuerza de rondar contra la muerte por sus balcones.

Sea.


(La maravillosa foto es de la maravillosa Anya Bartels-Suermondt, mangada sin permiso y con alevosía pero desde la admiración profunda que le profeso. Perdóname, rubia. Agua bendita. No he podido resistirme)