viernes, 3 de junio de 2016

No lloréis al Pana


No lloréis al Pana, que ya es libre y solo quería libertad. El Pana murió el dos de mayo por un topetazo del destino, un toro de mala muerte en una plaza que no aparece en los mapas, Ciudad Lerdo. Murió como quería después de vivir como quería, que es de arte, que eso sí que es jodido.

El maestro Pana se fue directo del albero a la gloria. Aunque Rodolfo Rodríguez respirase a malas penas, aunque su cuerpo estuviese aún caliente, su alma escapó en el mismo momento en que el toro con nombre de Pan Francés le hizo volar por los aires y le pulverizó las vértebras contra el albero.

No lloréis al Pana. El Pana no podía vivir atado a una silla de ruedas, prisionero sin jaula, tetrapléjico y sin voz, igual que no se le pueden poner puertas al mar ni hacer agujeros en el aire. Igual que no se puede pesar el amor ni escribir el deseo; igual que no se puede atrapar en un tarro de cristal la pena ni es eterno el tiempo ni pueden ser dulces las lágrimas. No le jodáis la leyenda.

El Pana se marchó aquel dos de mayo. En la plaza. Toreando. Como él quería salirle al encuentro, con un puro en los labios y su capote bandolero al hombro, su coleta natural y sus medias blancas, su corazón tan ancho, su ciudad sin leyes y su toreo sin ortodoxia, sus tormentos, su rebeldía. Son pocos los que en este mundo pueden elegir su propia muerte, rubricar su destino y hacerlo donde desean, según su voluntad.

Por eso el maestro sonreía siempre, consciente de que podía ser cualquier tarde, sabiendo que si ya en vida había hecho lo que le daba la gana así debía ser en la última hora. Anduvo unas veces medio calzado y otras canino perdido, fue sepulturero de otros y amasó pan con sus manos, hizo religión de lo prohibido, montó en calesas, conoció la cárcel y sintió las dentelladas del hambre en las tripas. Apuró los olés esquivos de la Méjico, el tequila de las tascas, los corridos contra la madrugada y la canícula de las plazas de tercera, a las que no llega ni Cristo para socorrer a los toreros en apuros.

Allá, en el cielo de los toreros sin suerte, de los brujos sin pócimas, el Pana estará buscando una María Magdalena con tacón dorado y pico colorado que le siga los pasos y le caliente la sábana, fumando un puro sin tiempo, haciendo poesía del drama, brillando como una estrella maldita porque hasta la misma muerte se doblegó a sus deseos y vino a buscarlo como él dispuso: vestido de seda y oro en una plaza de toros. Torero.

No lloréis al Pana. Honradle. El Pana ya es eterno, es leyenda. Gloria.

Y que viva Méjico lindo y querido, coño.


(La foto es de ABC)