viernes, 30 de agosto de 2013

León Fandiño


Lo bautizaron Iván, pero podía haber sido León si ya corría por sus venas el instinto felino de quien sobrevive en los medios más adversos, en los más duros. Corazón de león, ambición de león, majestad de león en la jungla del toreo, esa donde los bocados erosionan el alma y las ganas de tantos como se quedan en el camino.Tan difícil, tan hijoputa, con tanta hiena por las esquinas.

León Fandiño aprendió a sobrevivir en la jungla de las plazas modestas y los despachos podridos, en las tardes de toros mastodónticos y gloria escasa, en la soledad de las habitaciones antes de que el éxito las llene de palmeros y lameculos. En su cabeza, el sueño. Ser torero. Ser torero de los de arriba. Ser Iván Fandiño. El de Orduña.

Ser león en los carteles, en la jungla de cientos de nombres que aspiran a un hueco con letra grande, a un bocado del pastel de la gloria. Y al oído la voz amiga de Néstor, esa voz sin más dueño que su amo, ese brazo donde apoyarse en el descanso del guerrero, en el silencio de las noches sin luna, de las puertas cerradas, de los dientes apretados, la rabia, la impotencia.

Sobrevivió y se hizo león al márgen de los intercambios de cromos y de los padrinos de la cosa nostra sin volver la cara ante los hierros más duros, esos que otros no quieren ni pronunciar. Un triunfo, un pasito. Y otro. Y otro. Y otra tarde. Y otra, y otra más. Y sangre, y fuego y sudor. Y la sábana horizontal de los hospitales, y la chaquetilla de seda esperando en la silla, el teléfono siempre abierto y el corazón desbocado por volver a la pelea. Por ser león en el planeta de los toros.

Nació león aunque lo bautizaron Iván. Un león capaz de encajarse entre los pitones de los bravos como quien sabe que ahí, en ese espacio de apenas unos centímetros de anchura, conviven la vida y la muerte, la luz y la sombra, el éxito y el fracaso. Ser león o no ser nada. Un león de poder a poder con el rey de la dehesa, ése que de un pitonazo te pasaporta al hule o a la gloria. El peaje que pagan los héroes.

Me emociona por eso cada triunfo de Fandiño, cada zarpazo sobre las mesas de los despachos, cada tarde ganada a mordiscos con poderío, ganas, valor, ambición y corazón. Lejos del sistema, más allá de la jungla que devora sin piedad a los que no nacieron leones en la selva, que sólo perdona a los más fuertes.

Gracias, León Fandiño, por tu honestidad. Gracias por ser, por sentirte, por saberte torero. Gracias por honrar cada tarde la seda que te acaricia la piel.

Gracias por no olvidar en cada paseíllo el silencio de las noches sin luna, las puertas cerradas, los dientes apretados, la rabia, la impotencia, ahora que tienes la llave de la vida en tus manos.


(La foto es de Juan Pelegrín, que me explica que el original está invertido)

jueves, 29 de agosto de 2013

Islero iba cargado de amor


Pasaban unos minutos de las cinco de la madrugada. 29 de agosto, amaneciendo. Un 29 de agosto que nunca sería, sol sin resquicio por las ventanas. La muerte sobrevolaba la sábana, el aire enrarecido de un hospital sin médula. La inmortalidad insuflando vida por el triángulo de Scarpa, esa puerta maldita que abrió con llave certera el pitón de Islero.

Dice un amigo sin nombre, sin probaturas ni enmienda, que iba Islero cargado de amor. También el amor es la muerte si cuando te abrazo siento que me estoy aferrando a la vida y cuando no estás deja de girar la tierra. El amor es la muerte si cuando te tengo enfrente miro a los ojos a la vida y cuando no estás se apaga la luz del mundo. Y duele tanto que deja de doler y eso es la muerte.

Islero negro, sin memoria, muriendo matando, matando muriendo, rubricando la vida para siempre desde el amor de la muerte, desde la bravura de Miura como un puñal en un corazón enamorado, en una femoral latiendo deseo. La caricia, el castigo.

Aquellos tendidos de feria y fiesta. La tarde inmortal en blanco y negro, el pulso acelerado. Aquella enfermería. Las calles desiertas del mediodía. Linares, la canícula de cada agosto igual que el agosto pasado y el agosto anterior. Amanecía 29 sin amanecer ya nunca.

Madrugada de plomo y de espera, luto presentido por las esquinas, duelo, tabacazo gordo. Carreteras sin destino, sangre sin células. Ríos de tinta sin desbordarse, vigilia, lágrimas por un torero y miles de gargantas apresadas en la emoción de la muerte, que raspa hasta los tuétanos; en el dolor que devora las palabras. Islero iba cargado de amor.

Silencio contra el amanecer. Las cinco rompiendo el alba. Silencio. Y un beso invisible en cada párpado. Amor de cárcel y entrañas, Angustias, mortaja, los brazos de la madre. Amor en el filo del hachazo; la libertad, la frescura de la boca de Lupe.

Lupe. Ella. El desgarro al otro lado de la pared, sin puertas al último beso. La sábana fría de cada amanecer después de este amanecer sin encenderse. El nombre apretado contra los dientes. Manuel. La soledad de la carne, el precipicio en el alma. Ese amor que no canta de tanto que hiere. Y después el olvido, la maldición de las mujeres que decidían ser libres en tiempos de ataduras.

Como una aguja apuntando al cielo; una aguja a las doce en punto aunque dieran las cinco de penumbra, Manolete ascendía vertical de la arena de Linares a la gloria. Aguja de de seda y oro cosiendo la leyenda enjuta de las carnes prietas, tanto silencio, la mirada baja, aquella tarde, Linares en el mapa de lo imposible. Córdoba ya nunca.

Islero cargado de amor y de muerte, que son la misma cosa si no me abrazas, si no te miro, si no te tengo. Y en el lecho ya sólo carne y hueso; las venas rotas. Sólo el hombre, cuerpo sin alma que vuelve a la tierra para ser tierra, mármol esculpiendo memoria.

Pasaban unos minutos de las cinco. Amanecía 29.

Manolete ya estaba más allá del tiempo, más allá de la muerte. Vivo para siempre, dos besos invisibles en los párpados.

Islero, también muerto, también vivo, iba cargado de amor.



(Para el maestro Villán, mi condesa Carmen y un anónimo sin probaturas que me regaló este título sin saberlo una noche en twitter. La foto es de internet)

martes, 27 de agosto de 2013

Yo no te olvido, Alfonso Navalón



Han pasado ocho años y de cuando en cuando miro la agenda, ese número guardado en la N que empieza por 923, prefijo Salamanca, y espero sin borrarlo por si un día suena. Y me dan ganas de llamar por si respondes desde ahí arriba, como te escuchaba desde Cádiz y cerraba los ojos para ver desde la orilla del mar la piedra dorada de Salamanca, las encinas de El Berrocal, el fuego amoroso de Perico y Ángela, aquel último paseo junto a las aguas atlánticas, las urdimbres de las dehesas y cercados que conocías como nadie, como si los mismos dioses te soplasen al oído un viaje a los toros del sol y de la escarcha.

Toros del norte y del sur, los cuatro puntos cardinales en las astas, los siete mares en la estirpe brava, la rosa de los vientos en la tinta de la pluma, el pañuelo en el bolsillo, en cigarrillo en las manos; el aguijón en la lengua, la claridad en la frente, deslumbrante, acojonante. La verdad descarnada, la poesía sin trampa en las teclas de la vieja máquina de escribir.

Como si los mismos dioses hubiesen trazado en la palma de tu mano el mapamundi de la piel del toro, la sed de agosto, el hambre de los que sueñan, la boca reseca de miedo junto al ladrillo, las cosas que no se cuentan, esa manera de ser y sentirse, de saberse. Tan alto siempre. Prosa de hiel y terciopelo, mala hostia y ternura a partes iguales y el prodigio de la palabra amasada en el fuego lento de la memoria y de la vida. Nadie como tú. Nadie.

Han pasado ocho años, aquel agosto, aquella voz cada vez más frágil, el pecho atravesado por un puyazo a traición, puto cáncer, tabacazo en el alma sin anunciarse. Orfandad, sed de saber, de aprender, de discutir, de admirar. Y después, nada. Nadie. Sólo el silencio de la vieja máquina y el latido tan vivo de la palabra.

Miro la agenda. Agosto, 27. Esa N mayúscula, imborrable. Irrepetible. Tu apellido. Ese prefijo. Y busco el abrazo que dejé guardado en mi maleta de regreso aquel agosto; ese abrazo último que nunca se da, como esa copa última que nunca se bebe, cáliz de amargura, vino fermentado en muerte, mientras desandaba kilómetros de la Tacita al Tormes y tú ya volabas desde la tierra a los toros de lo eterno, esos que algún día escribiremos al alimón todos los que vivimos este veneno, esta gloria, así en la tierra como por las esquinas del aire.

To no te olvido, Alfonso Navalón Grande. Tan grande. Tan grande.


(La foto está tomada de www.salamancaactualidad.com)

lunes, 26 de agosto de 2013

De una en una

(DE TOROS Y TELEVISIÓN)

Fuimos miles, millones de aficionados, los que celebramos el año pasado la vuelta de los toros a TVE como parte de una normalización de la tauromaquia en la sociedad. Como si así se le devolviese a los ciudadanos su derecho a ver, a saber, a elegir y a decidir. Como si se intentase limpiar públicamente la cantidad de mierda que se vierte a diario sobre la tauromaquia a base de desinformación y demagogia.

El ente público (ese que pagamos todos, incluso los taurinos) ha emitido hoy un comunicado confirmando lo que ya era un secreto a voces desde hace varios días: la emisión, el próximo 1 de septiembre, del mano a mano Morante-Talavante (si el genio de la Puebla se recupera) con toros de Zalduendo en Mérida. Que irá, seguramente, acompañado de un reportaje en Informe Semanal que también es un secreto a voces en un mundo donde no existen los secretos.

Y lo hará porque, como ocurriese el año pasado, toreros, ganadero, empresarios y el "coñolabernarda" ceden sus derechos de imagen para abaratar costes de producción. Será que los millones de euros que cuesta retransmitir la Vuelta Ciclista a España dejan temblando los fondos de la cosa pública, esa que pagamos todos. Incluso a los que no nos gusta el ciclismo.

Díganle ustedes, por ejemplo, a dos equipos de fútbol que renuncien a sus derechos de imagen en la transmisión de un partido, que ya lo transmitieron. ¡Buenas tardes!

Si, como anuncia TVE en un comunicado, "tratar con normalidad" los toros en la televisión pública se reduce a la transmisión de un festejo por año, apaga y vámonos. Y no porque uno, sólo uno, no sea bienvenido (sólo falta que los taurinos carguemos contra la tele porque emite un festejo y al final reivindicar mayor presencia se vuelva a la contra), sino porque es insuficiente e incumple la declaración de intenciones anunciada en 2012.

El año pasado los taurinos alcanzamos en una sola tarde una audiencia que para sí quisieran muchos de los programas producidos y financiados por esa santa casa. Entonces todos celebramos la vuelta de los toros a la tele pública en recuerdo de aquellas tardes en blanco y negro y camilla, el tapete de ganchillo, el calor de los abuelos, tantas voces, tantas figuras que dictaban lecciones de tauromaquia frente a las cámaras. Nombres que ahora se nos antojan míticos que sustentan la memoria de nuestros padres y las urdimbres del toreo de siempre, del toreo eterno.

Un año han tenido para hacer verdad las promesas que traía aparejadas la vuelta de los toros a TVE: promoción, difusión, didáctica y transmisión de un puñado de festejos destacados de la temporada. Selección, siempre. Un año en barbecho mientras los aficionados han tenido que recurrir de nuevo a canales de pago -tampoco había lugar para una guerra- para poder acceder a los tendidos de las ferias donde sus bolsillos, jodidos de agujeros, ya no llegan.

Bien es cierto que creció Tendido Cero y que ocasionalmente se cuela información taurina en los telediarios. Pero no normalizada, sino de forma esporádica y casi siempre con percances de por medio. El morbo de la sangre. El precio de los héroes. ¿Tanto hubiese costado un seguimiento, al menos, de las principales ferias de la temporada?

Sólo en el mes de agosto se celebran más de cien festejos en el país. Si tratar con normalidad los toros es emitir una tarde al año, señores del ente público, me parece muy insuficiente esa generosidad políticamente correcta. Que pagamos todos, incluso los taurinos.

Y no me llamen desagradecida. Bienvenida sea la transmisión de Mérida y los esfuerzos de los profesionales  y compañeros que intentan que los toros tengan mayor espacio en la tele y en la radio pública. Pero si tratar con normalidad los toros es transmitir una corrida al año, no me siento en deuda con quienes dirigen sus destinos.


(La foto, que me encanta, es robada de internet. Disculpas a su autor, que desconozco)



lunes, 12 de agosto de 2013

Duele Morante


Existe un hombre en el mundo capaz de abrochárselo a la cintura, de detener el tiempo bajo su sombra.

Duele Morante. Pero no duele esa carretera de sesenta centímetros abriendo sus carnes como una fruta macerada. Ni siquiera la certeza de que hasta los dioses caen vencidos como si fuesen hombres, sólo hombres.

Duele Morante. Duele. Pero no duele postrado mientras ríos de tinta corren igual que la sangre, calientes, imparables, cantando, contando: tres horas, tres trayectorias. La foto, el vértigo. El tributo siempre al filo de la muerte. La vida latiendo en el muslo, el pitón hundido en miles de gargantas, en miles de corazones.

Duele Morante. Duele. Ahora, siempre. Duele en pie, clavado como una aguja apuntando al cielo. Duelen sus muñecas acariciando el aire; duele tanta belleza incomprensible.

Duele Morante eterno, Morante en el instante, enorme, inabarcable, esculpiendo en el albero una media que nunca termina. Duele Morante con la cintura rota, con el alma quebrada vaciándose en un capote que traza en sus vuelos el eje del mundo.

Duele Morante con el mentón hincado en el pecho y la zapatilla enterrada en la arena. Duele Morante como un árbol que extiende sus ramas desde el centro del ruedo y abraza el mundo, y se lo abrocha a la cintura y se echan a andar de nuevo los relojes como si hubiese sido mentira el milagro, que siempre permanece, intangible como la fe.

Duele Morante horizontal sobre su herida. Duele agosto sin Morante. .

Duele Morante vertical. Como era en un principio. Ahora, siempre.

Duele escribirte. Duele contemplarte, saberte inmenso sobre el resto del mundo.


(Duele tanto que esta vez los dioses, envidiosos, miraron para otro lado. Salud y larga vida, torero)