viernes, 15 de octubre de 2010

Frascuelo, cicatriz y pellizco


Duele la luz rota del otoño, silencio y octubre en Parla, Madrid más allá, abriéndole los brazos a lo cotidiano, cerrando los ojos, ajena, desposeída, sin saberse. Duele la belleza del instante, el 'click' de la cámara de Alfredo quebrando el secreto, desvelando lo que muere sin anunciarse, el arte efímero de una tarde, lleno de nadie en los tendidos.

En la arena sin sangre la circunferencia es un teorema de lo perfecto. Vacío de no hay billetes, paseíllo en la nada, santo patrón del olvido, liturgia de quien vive en torero, de quien rezuma torería en cada milímetro de la piel. Un hombre recuenta otoños en los dedos, el mentón hundido, la verdad al peso; torero vistiendo al aire de torero, perfil torero, silencio torero, el gesto, la gravedad, los ojos cosidos a las astas sin hondura, las palabras apretadas contra los dientes. Torero.

Un toro sin médula, vacío como el vientre sin útero, como la espiga sin grano, como el amor sin heridas, como el dolor sin lágrimas. Un toro sin vísceras, ni corazón, ni tripas que quemar en el fuego de la seda, en la hoguera del percal, la inmortalidad que sólo otorga la espada, el acero de la vida. Toro que humilla tras el eje de una rueda que hace girar la tierra, ahí mismo, en Parla, bajo esta luz rota que duele, en esta tarde anticipada de noviembre y crisantemos, la lluvia recién prensada, soledad de reventa. Un toro gimiendo bravura sin veneno, entregado, embebido en el capote de los diarios, soñando la divisa de la guerra, el aliento en los muslos, el vértigo en los tobillos.

Un hombre meciendo la nada, cicatriz y pellizco, verónicas en blanco y negro, como una estampa conjugada en pretérito, un 'click' en medio del silencio, un lance, un beso, no más. Frascuelo en Frascuelo, chándal y oro, torero desde el cabello hasta la punta del pie, el nombre antiguo, pureza y esencia, los dedos sosteniendo el milagro sin darse importancia, desdoblando verdades a puerta cerrada, en carne viva.

El mundo en la arena, silencio a reventar en el tendido, el 'click' de la cámara, Frascuelo, torero siempre.

Afuera, el otoño, tan leve.


(La fotografía, tan maravillosa, tan mágica, es de Alfredo Arévalo. Mil gracias, amigo)