jueves, 16 de mayo de 2013

Morante y mayo


Madrid viste hoy Morante y mayo. Morante y sueño. Morante y esperanza.

Morante, ese personaje, ese torero, ese hombre que habita cerca de los dioses y se codea con ellos de cuando en cuando y los trata de tú cuando se sientan a su lado. Morante fumándose el tiempo liado en tabaco y oro. Habanos perfumando el toreo caro, el capote en el aire, el último aliento de una media que no se acaba, de una belleza que se resiste a morir en el instante. Morante único. Morante eterno.

Será o no será. La incógnita cosida siempre a la seda, a la voluntad, al músculo y al latido. El sino de los genios.

Y si es, los poetas ahondarán en el verso y los redichos de nuevo cuño aliñarán el misterio con la cursilería de unos cuantos caracteres. Morante inabarcable. Con lo fácil que es cantarte, explicarte, sentirte.

Y si no es, aquí queda la crónica adelantada de quien siempre te espera, de quien no necesita otro tiempo que no guarde ya la memoria. Tu muñeca prodigiosa, el mentón apuntando, disparando al pecho. La fe burriciega y sinsentido, tan hacia adentro, tan loca, tan intensa, de quien ha visto tantas veces el milagro que no necesita decirte, que no necesita nombrarte para seguir apostada a tus puertas. Ahora y siempre. Así en la tierra como donde digas.

Madrid se convierte hoy en un templo de ladrillo colorado, templo de sangre y albero, tendidos de sombra y de gloria, llave de la grandeza o del silencio.

Morante en luz. Morante siempre en genio. Y ahora la espera, la fe, el credo.

Sea o no sea. Amén.



(La foto, como una estampa a la que rezarle, es de Juan Pelegrín. Un grande)

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