martes, 14 de abril de 2015

Me lo cuentas, Néstor


Ahora que ya se han apagado los ecos de la encerrona de Madrid. Ahora que el poso del tiempo ha dejado atrás a los histriónicos del 'batacazo', a los derrotistas de lo 'imposible', a los resabiados del 'previsible', a los expertos analistas de cada tarde a toro pasado, cuando ya no queda en pie ni el apuntador.

Ahora que los ojos y el corazón vuelan a una Sevilla de carteles a medio gas y ausencias imperdonables. Ahora es cuando de repente escribo tu nombre, Néstor, el nombre de un apoderado que para bien o para mal se bate el cobre por su torero, como si fueran una sola cosa. Así, porque sí, porque de cuando en vez regreso del exilioy me da por sentarme y abrir este blog medio muerto que resucito cada no sé cuántos meses.

Porque nada te debo ni me debes. Y si algo bueno tiene el exilio es que escribes cuando te da la gana, sin imposiciones, ni cabeceras, ni titulares, ni público fiel. En la soledad de esta salón de casa donde me da la impresión de escribir para mí misma. Sin necesidad de actualidad, sin las prisas de ser el primero, sin las servidumbres que imponen los que pagan, los que mandan, los que mangonean, tú te quedas tú te vas.

Un día te dije que los mismos que un día te encumbran al día siguiente te saltan a la yugular. En el toreo y en la vida, porque el toro no deja de ser una porción del inmenso ruedo del mundo. A ti, a tu torero, a todo lo que se les ponga a tiro. Leña al mono. Y ahora que se han apagado los ecos de la encerrona de Madrid yo sigo pensando que fue histórico y más que positivo que un torero pusiese a reventar los tendidos de Las Ventas en una tarde de marzo fuera de abono. 

Que la apuesta era dura, muy dura y que si salía cruz iba a ser mucha cruz y os iban a dar hasta en el carné, igual que si saliese cara iba a haber legión de palmeros fandiñistas de toda la vida. Líbreme Dios de los unos y de los otros. Y salió cruz, o al menos Iván pasó una cruz en el ruedo viendo cómo se iba la tarde, y la apuesta, y los sueños, que toro a toro iban pesando como una losa, como una lápida en caída libre sobre tantas ilusiones, tantas noches en vela, tanto amor propio. Quizá no acertó ni vistiéndose ceniza cenizo, plomo plomo.

La apuesta era dura y se llenaron los tendidos. Madrid estaba como una novia asomada a la ventana dispuesta para la serenata. Quizá se llenaron de los que piensan que los que tienen sangre de Domecq son bobas que no cornean, de los que desprecian a los toreros que eligen sus ganaderías y quieren salir del circuito de las duras. Quizá la gesta ni fue gesta. Pero sí fue un gesto. Un gesto inmenso, una apuesta en sí misma por el toro y por el futuro.

Han pasado los días. He roto el exilio y la promesa de no leer, de no escribir, de no querer saber más; porque al final siempre regresas, y lees, y escribes y quieres saber más. He leído los bocados al cuello, las críticas cómodas desde la barrera, cuando sólo te juegas unos euros al mes o la tinta de una pluma, no los muslos, las carnes y el corazón. He leído también el honor y el coraje de un torero asumiendo una tarde negra y mirando al futuro. Mañana será otro día.

Y me he acordado de ti, Néstor, porque también era tu apuesta. Y no saliste perdedor si la apuesta era confiar en el torero. Aunque sobrepasado en la tarde de los Ramos que devino en la tarde de la cruz, yo sigo esperando al León, al torero, y agradezco el gesto histórico de ilusionar a una plaza y poner la tarde reventona aunque las ilusiones se diluyeran en el aire. Pero Madrid respiró un aire nuevo de tiempos pretéritos, cuando no daba vergüenza ser, declararse taurino y abarrotar las plazas.

No hubo malos ni buenos. Una tarde de toros siempre es eso: lo que vendrá, lo que no se puede prever ni adivinar. Esa es también la magia que nos atrapa. No justifico los mordiscos a la yugular en las horas bajas. Un día te dije que los mismos que te encumbran son los que luego te pisan la cabeza sin que les tiemble el pulso y después, en las tardes de triunfo, te salen de palmeros por bulería, que jamás tendrá la profundidad de la soleá. La soleá queda para los amigos, para los que te quieren, para los de la trastienda, que no se ven pero son y están.

La apuesta era dura, quizá previsiblemente dura. Y salió cruz, quizá previsiblemente cruz aunque todos hubiésemos firmado cara. Pero me quedo con la cara impagable, preciosa, de una plaza de Madrid llena e ilusionada. Y si hubo un mentor, Néstor, si tuya fue la apuesta y la confianza en el torero, sólo queda asomarse al futuro y seguir apostando.

El día que salga cara me lo cuentas. No hará falta. Un coro de aduladores y oportunistas escribirá en letras grandes que siempre creyeron en ti, en él, en vosotros. Abrasarán los teléfonos, resonarán como un tablao en noches de farra los abrazos en la espalda. Plas, plas, plas, plas. Cojonudo Fandiño. Siempre lo dije.

No olvides que también eso es la cruz de cuando sale cara. Nos vemos en las plazas.O no nos vemos, si es que ando buceando por el exilio y el silencio. Sin palmas ni palmadas en la espalda.

Simplemente estoy.


(La foto, maravillosa, es de Anya Bartels-Suerdmont, mangada, sin pedir permiso, pero con todas las bendiciones de su generosidad rubia y su mirada mágica).

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