La Plaza Mayor de
Salamanca se llenó de niños y de sueños. Pequeños con sus capotitos y sus
muletas, toreros de andar por casa que nunca fueron, aficionados que se
sintieron toreros por un día, la voz del maestro Capea en el aire, como el mismo aire, que nunca se apaga pero es
necesario para que la vida continúe.
Algún día esos
niños se aferrarán al sueño. Serán. Llegará el día. Lo dirán en voz alta:
“quiero ser torero”. Y se formará el revuelo en la casa, y se acelerará el
pulso de lo cotidiano y comenzará la vida bajo el prisma de quien sabe que se
la juega cada tarde.
Quiero pensar que
alguno de ellos traspasará las puertas de la Escuela Taurina paralela a la
escuela de la vida, donde dejan su sello Juan
José y José Ignacio, que tantas
tardes dictaron sus lecciones ante los tendidos. Que algún día querrán ser como
esos toreros de la tierra que se vistieron de paisano para jugar al toro con
ellos iniciándolos en el misterio y en la magia, que no sería posible sin el
dolor de las decepciones, sin la soledad de las tardes sin gloria.
Que pelearán con
un puñado de cachorros por el mapa de los bolsines del invierno con hambre de
ser, con hambre de victoria, con ambición de sentirse. Que intentarán escribir
su nombre en los carteles mientras los gusanos blancos, laboriosos, tejen la
seda de su primer traje sin remiendos, leve como el vuelo de una mariposa,
chispeante como una moneda recién acuñada.
Que algún día
pisarán el albero de La Glorieta o de cualquier plaza del mundo y se ganarán a
mordiscos un puesto en esa novillada para la que siempre hay una primera vez,
aunque la crisis y los recortes hayan cercenado tantas oportunidades.
Que antes de
hacer la cruz en la arena y echar el pie, mirarán a los tendidos con los ojos
de aquellos niños que soñaban el toreo con sus capotitos y sus muletas guiados
por la voz del maestro Capea, arropados
por los toreros de la tierra al pie de los soportales de la Plaza Mayor. Que
emprenderán ese primer paseíllo con la certeza de que se puede rozar la gloria
recorriendo una senda de espinas que dejan de doler el día que te elevan sobre
los hombros del resto de los hombres y el cielo queda más cerca, tan a mano.
Salamanca
asomándose al futuro.
(Artículo de opinión publicado hoy en la revista Lances que se reparte en la Plaza de Toros de Salamanca, con la que colaboraré toda la feria. La foto es de www.chopera.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario