Hay quien dice
“toreros de la tierra” como si la tierra menoscabase el peso, como si la
cercanía, lo cotidiano fuese en detrimento del valor de los que se modelan con la
misma arcilla de uno, aunque siempre son de distinta pasta.
Toreros de la
tierra que quisieron hacerse toreros viendo fotos de Su Majestad, de Capea, de
Julio Robles en las paredes de los bares que frecuentaban sus padres, en la
memoria de los aficionados cabales, en las enseñanzas de una Escuela Taurina
que mantiene viva la ilusión de los que quieren ser toreros. Toreros de la
tierra que lo mismo un día se perpetúan para siempre en bronce junto a La
Glorieta, esa plaza donde los toreros de la tierra se aprietan más fuerte los
machos y sienten más reseca la garganta, el peso plomizo de los tendidos, el
calor del aplauso, el bofetón del silencio.
Toreros de la
tierra que conocen la geografía de la provincia como las mismas líneas de su
mano, trazando de tentadero en tentadero el mapamundi de las ganas, la ambición
de ser alguien en esto, el hambre de codearse con los de arriba. Para que
llegue el día en que Salamanca los contemple con orgullo y funcione el boca a
boca: “ahí va un torero”. De la tierra.
Eduardo Gallo lleva escrita en sus formas la elegancia urbana de
la tierra salmantina, esta tierra donde las torres surgen del Tormes como
agujas macizas que siempre apuntan a lo alto aunque nunca terminan de romper el
cielo. La clase y la quietud de la piedra dorada cuando se deja acariciar
mansamente por el sol del mediodía y Salamanca es un continente de belleza y de
sueños. Lo tiene en las manos. Puede. Tiene que ser.
Pedro El Capea echó los dientes junto a las encinas, jugaba a
los toros, mamó los toros y supo por boca del mejor de los maestros que esto no
es un capricho. Que uno se juega de verdad la vida si se pone delante y que
cada cicatriz es un recordatorio de lo cerca que están los hombres de perderla
cuando se pasan al animal por el vientre.
Para Del Álamo este viernes 13 será el
viernes maldito: un paseíllo sin hacer, maldita la hora del pisotón, ahora que
anda haciéndose un hueco entre los de fuste, sin prisa, con la suerte de cara y
la recompensa al esfuerzo.
Son toreros de la
tierra, pero no son menos toreros. Toreros de una tierra que ha parido genios y
modestos, figuras y aspirantes. Una tierra por la que circula el pulso, la
sangre, el veneno del toreo. Y los toreros de la tierra son la voz de la
tierra, el cántico del toreo que nunca se acalla, las ilusiones, los sueños, el
engranaje que hace posible que nunca se apague el milagro de la esperanza, hambre
de figuras entre el paisanaje que no cesa.
(Eduardo Gallo, que ha abierto hoy la puerta grande en Salamanca, tan torero, fotografiado por el gran Juan Pelegrín. El artículo ha salido publicado en la revista Lances, que se entrega en La Glorieta)
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