A su albedrío. Me
encantan las plantas y los árboles que crecen a su bola, que echan raíces donde
quieren, sin pedir permiso, sin nadie que los riegue, ni los domestique ni los
doblegue, porque cuando despuntan en flor o dan fruto desafían con su vida a la
misma vida, se imponen sobre lo que no prospera en terreno hostil, sobreviven
en territorio comanche.
A su bola. Como
todo lo que se salva de la criba de los jardineros sin alma que programan la
primavera y el verano y el otoño a su antojo; que podan de un tijeretazo el
futuro y las oportunidades sin que les tiemble el pulso; que deciden hasta
dónde puede alcanzar altura la naturaleza, ponerle cotas a lo que no tiene
techo, echarle el cerrojo al aire, que nunca se sabe dónde termina.
Iván Fandiño se hizo torero porque nació torero. Es torero como
una planta sin dueño y sin tierra; como un árbol que crece a su bola, al margen
de padrinos y trapicheos entre despachos, intercambios de cromos, trueques y
contrabando de nombres. Capitán de sí mismo, como esas plantas tercas que
cuando despuntan en flor o dan fruto desafían con su vida a la misma vida. Y
crecen. Y se imponen. Se impone cada tarde como un árbol altivo, un árbol con
madera de figura, sembrando de triunfos la tierra yerma de la incertidumbre, el
camino de espinas que dista entre el anonimato y un pedazo de gloria arrancado
a mordiscos, ofreciéndose en la arena como una hostia consagrada, sin
reservarse un centímetro cuadrado de piel, una pizca de alma. A su albedrío. Todo
o nada. Sí o sí.
Insolente frente
a la herida, pactando a cara o cruz esos terrenos donde siempre se mancha la
seda, donde es casi imposible salir ileso del navajazo que no por presentido no
se hace cierto sobre las carnes y las rasga como papel de fumar. A su albedrío,
dueño de su hambre y de sus dolores. Dueño de su ambición y de sus sueños.
Me encantan los
que sobreviven a golpes de intuición y de ganas, de corazón y de dignidad, ni
contigo ni contra ti. Sin más sombra que le cobije que las verdades recitadas
al oído de quienes se hicieron fuertes con ellos, siempre solos pero siempre
cerca, palpando la tierra, masticando la amargura antes de rozar el cielo en
las tardes en que la gloria se puso de su parte. Hombres que no se anuncian
pero siempre están. Néstor. A su
bola. Hombres que también apostaron por ese pedazo de tierra sin dueño donde
crecer sin cortapisas, agua para la sed, abono del alma en tardes de miedo y de
soledades.
Esas son sus
credenciales, el peaje de quien va de por libre y se hace grande. Bienvenido
sea aquel capaz de crecer a su bola, sembrando respeto sin doblegar la espalda.ç
(Artículo publicado hoy en la revista Lances de La Glorieta. Desconozco de quién es la foto, maravillosa. Si alguien lo sabe que lo indique, para firmarla con el nombre de su autor, un artista tras la cámara)
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