jueves, 10 de mayo de 2012

Esas manos

Alejandro Talavante lía su capote de paseo. Sus manos, bellísimas, abren la cajita de los sueños mientras se abrocha la seda en la cintura; el cuerpo prieto en celeste, el pecho a resguardo en el oro. Las flores que no redimen la incertidumbre, ese instante tan a solas cuando parece que uno se está ciñendo la eternidad en las carnes después de dejar el pestillo a medias en la habitación del hotel. El chasquido de la lengua, el regusto del miedo en la garganta, la pared tan blanca, el ladrillo desnudo, el golpe seco del cerrojazo, la arena calentándose con sol de verano adelantado. Y más allá la puerta de toriles. La oscuridad estrecha de chiqueros. La incógnita. El veneno. La vida.

Esos dedos largos que lo mismo acarician que hieren; que esculpen belleza y empuñan la espada. Esas manos que sostienen el cofre invisible de la magia, de lo heróico, de la desnudez de luces de un hombre frente al hachazo animal. Siempre miro las manos de los toreros. Las miro con la veneración de quien acude a besar una reliquia, más allá de la carne y el hueso, de los dedos y las falanges. Más allá de tiritas e imperfecciones, por mucho que las manos de Talavante sean un canto a la perfección, tan ordenadas en la maraña del capote que se vuelve abrazo.

Siempre miro las manos de los toreros, como si fuesen las manos de los Reyes de Oriente, que clavan la zapatilla en el albero cada vez que resuenan los clarines y timbales de una plaza de toros. Como si fueran las manos de un prestidigitador que inventa el mundo desde la nada. Aquí el centro. Miro las manos de los toreros como las manos de un niño que abre el primer regalo de su vida. Porque ahí, en esas manos, reside una ilusión nueva, una mirada nueva, una emoción nueva, el primer descubrimiento. Y así me siento cada tarde de toros, incluso en los días descreídos en que cruzas los dedos y esperas la confirmación del milagro, el minuto eterno que salve la tarde sin médula.

Alejandro Talavante lía su capote de paseo. Es el prólogo, la antesala. El instante mágico de los anhelos. Un torero que lía su capa con la delicadeza de quien acaricia otra piel sobre las sábanas, de quien modela porcelana fina y la custodia para que nunca se quiebre. Las mismas manos que doblegan, que someten y acompasan, que se enfrentan al teorema de la muerte erigido sobre la sangre del bravo.

Así lo siento y así lo pienso hoy, cuando los timbales de Madrid se conviertan en el latido, en el pulso, en el epicentro del Planeta Toro. Porque ya empieza, porque ya es. Porque mayo se llama Isidro. Porque imagino cientos de misterios en las manos de los toreros, caricias y acero, mando y temple, ternura y brindis. La bendición de saber que esas manos pueden sostener veintipico mil almas, rozar la gloria inmensa del cielo.

Esas manos.


(Guardaba como un tesoro esta bellísima foto de Josephine Douet para ilustrar esta entrada por todo lo que sugiere. Para ella, que desnuda el alma de los toreros heridos, va esta entrada. Escrita como quien espera un prodigio, como quien recibe un regalo)

1 comentario:

Lady Trap dijo...

Precioso!!! Enhorabuena por esas letras y también... por esa foto!!!