sábado, 18 de agosto de 2012

Fernando, la Cruz


Ha tenido que sobrevolar la muerte. Ha tenido que ser la sangre, la brecha en el estómago, la que les recuerde a muchos tu nombre. Fernando. Fernando Cruz. La cruz del toreo.


La cruz de tantos días en blanco soñando toros desde la niñez. La cruz de las puertas cerradas, de los despachos desmemoriados y los teléfonos que nunca suenan. La cruz de no haber entrado en el juego de cromos que se traen los empresarios que confeccionan carteles de intercambios a los que difícilmente acceden los toreros modestos que no tienen quien les escriba, quien les mueva los sutiles hilos con que se sujeta el sistema.

Mientras escribo esto, Fernando Cruz se recupera en una UCI de Madrid de un tabacazo en el día más taurino, más torero del año. Un tabacazo por donde se le ha podido ir la vida. Y probablemente no le hubiese importado morir en el epicentro de sus sueños, en esa Plaza de las Ventas que ha sido testigo de su toreo de verdad, de sus impecables maneras de andar, hacer y mandar en la cara del toro. Pero nació Cruz, con la cruz de los independientes a cuestas. Con la cruz de los parias sin padrino. Con la cruz de que no basta ser un torero de pies a cabeza para acceder al circuito de las ferias sin dejarse jirones de dignidad por el camino, rebajas en los salarios, tragaderas más anchas.

La cruz de saberse y sentirse torero y no poder pisar el albero por políticas de quita y pon, de intercambios rastreros que garantizan inmerecidas tardes a quien no las pelea y sacude de un plumazo a los que se ganan cada comparecencia a cara de perro, hasta vaciarse enteros, como aquella tarde de agosto con dos de Victorino en San Sebastián, cuando Illumbe tembló desde los cimientos conmovidos ante la belleza de su capote, ante los lances puros, la verdad y la hondura de su muleta domeñando a la bestia.

Fernando nació con la cruz, el veneno del toreo. Con voluntad de hierro y corazón limpio. Soñaba, sueña el toreo. Desde niño, cuando apenas sabía escribir y ya lo escribía en cartas a su padre, como quien escribe una declaración de intenciones, un compromiso para toda la vida. Y lo atesora en sus muñecas, por los poros. Se nace o no se nace, igual que uno se muere de verdad cuando un toro le mete más de una cuarta de pitón por el vientre. Sobrevivir es el milagro. Dentro y fuera de los ruedos.

Espero, torero, que ese #FuerzaFernandoCruz que te manda el universo taurino como grito unánime, como oración por tu vida, se transforme mañana en un #JusticiaparaFernandoCruz. Justicia para los toreros que merecen ser reconocidos por sus tardes de gloria, por las lecciones de valor, honradez y oficio que rubrican en la arena; no por la foto mil veces repetida del de Gavira abriendo un precipicio por donde despeñar vida a raudales. Esa foto que no quiero ver, esa cruz en forma de asta donde inmolar a un torero después de cargar con la otra cruz, la más pesada, la del silencio del día a día.

Espero, Fernando, que dejes de ser la cruz del toreo. Que las cosas te vengan de cara, que muestres en plenitud el toreo caro con el que te bendijeron los dioses. Que la vida te muestre una cara más amable después de sobrevivirla.

Dios te guarde.



(Artículo publicado en CULTORO. La foto, con un tío de Cebada, está tomada del Facebook de este torerazo. Mucha fuerza!!)

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