jueves, 14 de abril de 2016

Cobradiezmos y Ureña, el milagro del bravo y del toreo

Paco Ureña bajo la mirada de mi amigo Álvaro Marcos

Cobra diezmos, o eso dice su nombre, pero puso precio caro a su vida y no cedió; se la cobró tan cara a Escribano que no hubo muerte, sino gloria, un canto a la vida, un reconocimiento a los cinco años de crianza en el campo, a la ciencia y la paciencia de una dinastía ganadera.

Cobradiezmos, de Victorino Martín, presentó en La Maestranza sus credenciales: bravura, casta, clase, motor, recorrido, transmisión, codicia, seriedad, armonía, preciosas hechuras. Un toro guapo, vaya. Lo tenía todo. Con el hocico empapado del albero maestrante, haciendo surcos en la arena por ambos pitones, decidió que no ponía precio a su vida. Y entonces surgió la magia del toro bravo, la emoción hasta las lágrimas, ese milagro que esperamos todos los aficionados cada tarde, el que nos mueve, nos hace soñar, nos acelera el pulso y el corazón.

Cobradiezmos se ganó la vida en la plaza, se la cobró en la muleta de Escribano. No. No lo indultó el sevillano, que sí le ayudó a no morir, a ser ya eterno en la historia de la Plaza de Sevilla. Y no porque quiera restarle méritos al torero, que hay que estar ahí y aguantar esas embestidas sin fin, todo por abajo, y darle sitio y largura y ser generoso para lucir sus virtudes, cosa que hizo con ambición casi de novillero desde que se fue a portagayola después de que Ureña bordase a ralentí el toreo y calentase la tarde, y las almas, y el deseo.

Y Sevilla se entregó y enloqueció, se rindió al bravo Victorino que representa todo lo que un aficionado, un torero, un veterinario, un ganadero pueda soñar, aunque cueste tan caro ganarse la vida. Todos estuvimos de acuerdo, nadie pudo poner un pero, quizá porque cuando uno veía a ese toro no había palabras, solo emociones disparadas, agradecimiento después del tedio, y la lluvia y el maíz.

Fue un torazo, mucho toro; un derroche, un escándalo, un sueño, pura magia. Un gris de Victorino de los que te devuelven la fe y la ilusión. De los que te hacen salir con las lágrimas en los ojos, la garganta reseca y el alma rota. Cuando salía entre los bueyes hacia el campo y la libertad, hubo lágrimas en la plaza y el redoble de miles de corazones. Lágrimas sin drama, de pura alegía, de puro milagro.

Porque milagro llama a milagro y milagro fue el toreo tan puro y tan de verdad de Paco Ureña, que dibujó a cámara lenta pases eternos por ambos pitones manados del alma, de las tripas, de esa humildad que le hace tan grande, de ese silencio que hace que interiorice hasta los tuétanos el compás eterno, la cadencia del toreo. Resarciéndose del banquillo y del olvido, demostrando que aquellos sobrenaturales de Madrid que aún no se han terminado en nuestra memoria no fueron una casualidad, sino fruto de todo lo que atesora dentro, tan pausado, tan exquisito, tan torero con Galapagueño.

Sevilla ha vivido hoy dos milagros con nombre propio. Uno se llama Cobradiezmos y será padre en casa de Victorino. El otro se llama Paco Ureña y representa el triunfo de los sueños, la cordura en un mundo de locos que hasta hace nada no le daba sitio y le obligó a madurar en la sombra.

Benditos seáis, toro y torero.




1 comentario:

Jose A. Sencianes Ortega dijo...

Sólo por la corrida de ayer merece la pena haberse tragado tanta bazofia bodeguera que nos echan en Sevilla. A ver si se dan cuenta de una vez por todas que esto es la fiesta de los toros. Para mi el mejor toro que he visto en mi vida en directo. Muy buena la crónica, tan emocionante como la tarde de ayer en la Maestranza. UN cordial saludo,