martes, 12 de abril de 2016

Sentir el toreo


Me cuentan que en Sevilla andan las nubes que si sí que si no pero ya estoy con el corazón en La Maestranza y el mando del Plus en la mesa. Porque hoy torean Morante y Urdiales en Sevilla y eso es causa de fuerza mayor para abandonar el exilio a Marte, de periodista tiesa y sin tribuna, y volver a escribir en este blog mío berrendo en colorao donde no hay presupuesto pero al menos soy mi jefa sin anunciantes, inquisidores ni ponedores para escribir al dictado.

Regreso por el placer de escribir como regreso esta tarde al Plus y a la Maestranza porque torean Morante y Urdiales, dos de los tres que conforman mi cartel perfecto, redondo. La genialidad, la pureza; el arte; el concepto; la belleza, la hondura.

(Foto Arjona)
Hoy torea Morante, ese del que algunos dicen que no hace nada y entonces pienso que ese tío ha dado hace unos días una media que no está al alcance del resto de los mortales; de ninguno. Y entiendo a quien reclama la pasta de su entrada, al que mide los triunfos en orejas y despojos, pero si el toreo es poesía, el toreo es sentimiento, es latido, es un pellizco en las tripas. Es otra cosa que no se cuantifica ni se mide.

Y a mí me interesa más el verso, el ritmo, la belleza imposible y tan efímera de una media, una sola, que se llama excelencia, que cuarenta pases sin alma técnicamente perfectos. Ese duende, ese gracia que no se aprende, que corre por dentro como la sangre. Supongo que ahí reside la invisible frontera de la genialidad, de la inspiración, de la magia. Y me mueve, y me emociona, y me dispara el pulso. Y entonces siento el toreo como una sacudida eléctrica que a veces hasta duele de bonito.

Hoy torea Urdiales, ese del que algunos dicen que es peor torero si va con la FIT -lo jodido es que hasta se lo creen-; ese del que otros dicen que sí, pero que nunca redondea, que es frío. Y pienso en su valor seco, en su verdad, en su pequeña figura de gigante cuando se crece en la plaza. Pienso en la necesidad de grabar con una cámara todas sus faenas y ponerlas en las escuelas taurinas para enseñarle a los chavales cómo se coloca uno ante un toro, cómo acaricia el aire una verónica; cómo se cita, cómo se vacía uno entero detrás de una muleta, con los pies asentados, dando el pecho y los muslos, manteniendo vigente en el siglo XXI el toreo eterno, con el que se identifican mis padres, en el que se reconocen los abuelos.

Pienso en la arena negra de Bilbao, aquellas lágrimas, aquella tarde perfecta cuando ese tío frío, ese que no redondea, me hizo temblar entera cuando se la jugaba a cara o cruz sabiendo que ahí, tras la espada, se iban su vida, sus sueños, su esfuerzo, tanto, tantísimo trabajo, tantísima lucha. Y siento el toreo como un latigazo que me rompe entera.

Yo ya os espero. Cierro los ojos y empujo las nubes para que no llueva, para que merezca la pena este retorno de Marte -bueno, de Marte y de que soy "muy buena" pero nadie me compra, vaya, que no intereso ni hay parné- que ya ha merecido la pena solo por paladear la emoción de vuestro toreo en mi memoria.

Sevilla os espera. Unos irán a los toros, verán una corrida, sacarán el pañuelo, harán sus estadísticas, agitarán el gintonic y encenderán el puro. Otros, un puñado, sentiremos el toreo, su música y su silencio. Y si así fuese, si ardiésemos por dentro aunque solo sea un instante, tocaremos desde la tierra un pedazo del cielo de Sevilla.

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