(A la memoria de Manuel Martínez Molinero)
El silencio tomó la plaza de Zamora después del paseíllo. Un minuto de silencio en homenaje a una vida por y para el toro.Y después, la vida: el rito, la liturgia, la promesa de la tierra: Alberto Durán en el ruedo. Y usted más allá, Martínez Molinero que estás en los cielos.
Callábamos en señal de respeto. En silencio, como se hacen las cosas de verdad. Como se hacen las cosas de ley. Como se hacen las cosas del corazón, que no se anuncian. En silencio. Con un silencio que no daba miedo. Silencio sin penitencia, que no es el que jura la ciudad antes de que su Cristo, el de Olivares, abra sus brazos como la cruz de la espada, con muleta de paño pardo, capote de cardos y matracas por clarines, en la noche del santo Miércoles. De esta vida a la otra vida, del Duero a la piedra.
Guardamos silencio en esta tierra de silencios a la que regresaba hace unos meses, cuando disfrutamos de su cátedra, de sus directrices de aficionado exigente, de maestro sin hora de jubilación. Le recuerdo en pie, el café en los manteles, recitando el toreo con voz solemne, los pies clavados en la tierra, dibujando lances imposibles, echándose el mundo a la espalda, como una media belmontina de Andrés Vázquez, mientras la mirada azul de Pascual Mezquita no ocultaba la admiración y el orgullo del discípulo agradecido, del torero y el hombre que se viste por los pies.
Yo pensaba entonces: “¡qué suerte tienen los chavales de Madrid!”. Esos chavales imberbes que dan un paso al frente y acuden a la Escuela Taurina, cuyo germen comenzó en esta Zamora, su tierra y la mía, cuando un puñado de adolescentes pusieron en sus manos sus sueños de torero. Y toreros siguen, al volante de un coche oficial, o ante los fogones de una cocina, si también entre los pucheros torea garboso el Señor.
Gracias, don Manuel, por el inmenso trabajo en la trastienda de la tauromaquia, por las innumerables páginas rubricadas en la arena por sus alumnos. Descanse en paz, y no vea el desaguisado que se cuece en las cocinas de la fiesta. No deje que le partan el alma.
Descanse y siga abriendo los brazos a quienes digan: “quiero ser torero”. O no descanse y monte una Escuela de Tauromaquia allá arriba, para las almas cabales, para los toreros de lo eterno. Muéstreles los lances por celestiales. Enséñeles a apretarse los machos, que nosotros se lo agradeceremos aquí abajo, en este albero de surcos y palomares que le vio nacer, celebrando la vida en cada paseíllo.
Celebrando su vida. Va por usted, don Manuel Martínez Molinero.
viernes, 14 de octubre de 2011
Un minuto de silencio
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1 comentario:
berrendita eres la rubiales de la foto?.
y del duero, anda ya.
no sabia lo de la escuela.
gracias zamorana.
saludos del encastao en cardeno. ya sé, no estoy de moda, molesto mucho
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