domingo, 9 de octubre de 2011

Es esto

Sé que el toro es esto. Que es la moneda lanzanda al aire. Cara, la gloria. Cruz, la cruz. La cruz en las carnes, el frío de la sábana, la vida en un hilo invisible. La vigilia de puertas afuera.

Sé que el toro mata. Que hay sudor más allá del hilo de oro; encina prendida en la seda. Más silencio que ovaciones. Más soledad que albero. Que el campo es muy frío en invierno. Ropa de algodón bajo la lentejuela en puntas, más penumbra que luz. Todo a puerta cerrada.

Sé que el toro es esto. Que soñar es caro cuando aterrizas con los dientes, la boca contra el surco, mordiendo, apretando. El sacrificio contra cada madrugada. Que un día se te rompen las alas y no llegas a volar. Que poca gente se arrima al árbol que no da fruto. Que hay mentira en las bocas lisonjeras, poca verdad detrás de las vanidades, poca mentira en la herida.

Sé que el toro tiene dos puertas. Que una apunta a los cielos; que la otra apunta a la tierra. Una la atraviesas a hombros sobre los demás hombres, como un Nazareno en los días de la primavera. Otra, en horizontal, como un Cristo Yacente en la noche de las tinieblas, en la antesala de la muerte. Dolor y luto. Que somos dioses en el instante y al instante somos carne y poco más, un corazón latiendo contra todo pronóstico; sangre y un cúmulo de huesos.

Lo he visto. He visto a un torero reventado por una navaja de tremenda empuñadura cárdena. He escuchado las sirenas. He visto las lágrimas de otro torero, agua y sal, en el único ojo por ojo que conozco: mis lágrimas por tus ojos, compañero. Le he visto coger la espada llorando, resucitar allí mismo, torear conjugando dolor y rabia y luego desmoronarse y volver a resucitar. Todo contra el reloj, llorando hombría, creciendo.

También los he visto salir en volandas de la plaza, hacia el infinito, acariciando el cielo después de vaciarse, de ofrecerse enteros. Inmensos, inmortales.

Sé que el toro es esto. Que no es un juego, aunque te juegas las manos, los muslos, el vientre, el pecho, los ojos. Que los héroes que creemos a salvo de la muerte tienen más puntadas en su carne que una muñeca de trapo. Que tienen más empalmes en sus huesos que una estación de tren. Que hay más soledad en el hotel que en todos los tendidos del mundo juntos. Que escribes tu nombre con sangre, para que sea tu nombre siempre, para que no se borre.

Sé que el toro es esto. Que te da la vida o te la quita. Como un veneno, como una mala droga. Que no se va nunca. Como todo lo que se ama sin medida. Como todo lo que se desea por los poros. Sé que te da la vida o te la quita, como un dios salvaje que no entiende de pecados veniales. Pero es mi vida.

Papá, quiero ser torero.

(La foto es de Juan Pelegrín)

2 comentarios:

alfonso dijo...

Yo creo que la Virgen del Pilar echó un capotillo desde el cielo y Padilla ha podido salvar la vida.alfonso.

Anónimo dijo...

El torear es una buena droga.